JAVIER PÉREZ WALIAS
CICLO DE LAS TRES PIEDRASCiclo I
La piedra blanca
Cada vez que abro los ojos muere un cordero en mi memoria. El cuello se le quiebra
como un hilo de sangre.
Nadie fue el nombre con el que mi hermano bautizó a aquel cordero blanco.
A Nadie lo amamantamos entre todos con el biberón de nuestro hermano pequeño, lo
amamantamos por turnos, en riguroso orden, desde el alba al
ocaso, con la leche del pezón de la luna, convertida —la luna—
en una gran ubre
de corderos blancos,
de corderos blancos desahuciados,
de corderos blancos esquilados desde el instante de su llegada al mundo.
En el hogar fuimos observados por los ojos aturdidos del degollamiento, fuimos medidos
con la vara del miedo, con la oscuridad del daño.
Durante semanas —mis hermanos y yo— amamantamos a Nadie, antes incluso de conocer
su nombre, sin saber que a la llegada del crepúsculo serían
engullidas su alma, sus vísceras y sus estertores fríos por
nuestros estómagos de niños hambrientos,
por el sonajero de nuestras tripas,
por la inocencia abierta en canal de todas las vísperas, de todos los días sin escuela.
Las lágrimas de Nadie taponaron nuestras gargantas.
La sangre de nuestro cordero, muerto ya de frío, se heló en mi hambre
y en el hambre de todos mis hermanos.
Hoy, con renovada luz en los ojos, lo llamo por su nombre, y Nadie —mi cordero fiel—
viene a mí
puro, confiado, feliz,
haciendo cabriolas sobre las piedras,
calle arriba.
Ciclo II
La piedra negra
Cada vez que abro los ojos muere un jilguero en mi memoria, con alas de cuervo, con
ojos de cuervo. Cada vez que cierro los ojos aparece el mismo
jilguero —una vez y otra vez— volando sobre mí,
convertido en mirlo,
en piedra negra.
Pareciera que la infancia no duerme nunca.
¿No duerme nunca?
No puedo deshacerme de este pájaro porque la bobina de su voz en hilo lo alimenta.
Dentro de nosotros. Dentro de mí.
Dentro del poema.
Sucede que una jaula es un lugar sin aire que cuelga boca abajo. Sucede que en la jaula
hay un zapato blanco que canta, un pájaro de charol que no
es la piedra negra, que no es la vieja mesa de mármol. Es el
recuerdo triste de la madre. Su trino
—aún hoy— suena.
Su recuerdo me devuelve al balbuceo, me sostiene. Cómo me gusta saber de esta
presencia, saber de su plumaje en otros pájaros. O por el cuello
de sangre
que enjaulo en los poemas.
¡Sucede que he visto volar por los aires
tantos cuervos!
Sucede que a veces me resguardo de la lluvia en el último poema: el infinito, el inacabado,
el imperfecto.
Entonces se agita el pez de la nostalgia. Resucita el insecto ámbar
de la piedra
y se incendia todo.
Ciclo III
La piedra ámbar
Una mosca azul invade mis ojos: la belleza y la muerte juntas en una piedra fósil, en una
lágrima ámbar.
Sobre mi cuello de pájaro o de cordero o de insecto. Todavía inmóvil.
Sucede que tú vives en la llave.
Un día miré por el ojo de una cerradura y escuché lo que allí dentro palpitaba.
Allí estaba la nada, el silencio pertinaz de la ausencia.
Allí estaba el universo caído de bruces, rodeado por un círculo de música. Sonando a
caverna.
Permanecí allí. Salí al cabo.
Aquí fuera hace frío.
Adentro. No volví. Regresé.
Mis recuerdos van y vienen movidos por el instante. Fosilizados acaso, convertidos acaso
-ya- en un pequeño insecto atrapado en la lengua caliente que
lamió la corteza
del árbol.
Alguien.
Nadie es alguien.
¿Un pequeño insecto no eres tú?
¿Un pájaro no eres tú?
¿Un cordero no eres tú?
Tal vez yo no soy.
—Me digo.
¿Quién anda ahí a tientas tocándolo todo, ordenando el caos natural de las cosas de los
que aquí vivimos?
¿Quién, estando yo fuera de casa, sube de dos en dos los peldaños de mi cuerpo?
¿Quién, a tientas, palpa y araña mi rostro y, a tientas, fijamente me mira?
¿Quién enhebrará la alegría en los ojales de mi espalda? ¿Quién en los ojales del costado
de mi hijo?
Abotonado el miedo en el poema.
He entrado en el dorado ciclo de la luz, en el dorado ciclo de la piedra ámbar que no
precede a noche alguna.
Solo la muerte existe justo antes de la muerte. Quebraderos de luz. Desfiladeros de luz.
Quebraderos, tus ojos son de luz, de quietud ámbar. He entrado
en el ciclo de las tres piedras, en el ciclo del día que vence la
noche. He entrado en el ciclo de la noche que antecede y vence
la luz,
en el ciclo del insecto que enciende la memoria.