Mario Martín Gijón – Des en canto

Fundación Ortega MuñozEscaparate de libros, SO11

LUCIANO FERIA

DES EN CANTO
Mario Martín Gijón

Barcelona, RIL Editores, 2019.

Image

Si la crítica artística y literaria denominó con absoluta propiedad al siglo XX el siglo de las vanguardias, transcurridas ya dos décadas del XXI y desde luego sin incurrir en juegos de adivinanzas, lo cierto es que podemos observar (también en España), junto a tendencias más o menos conservadoras todos estos últimos años, constantes y loables intentos de renovación acordes con la inestabilidad de nuestra época. La radicalidad de una crisis abrumadora de civilización y el consumo desenfrenado de los productos del entretenimiento impelen hoy a un buen número de artistas, de un lado, a la búsqueda de la originalidad frente a la saturación de la industria; de otro, al deseo de construir un espejo de comprensión y sentido desde el caos circundante. Siempre he sido (y más ahora, dada la problemática) de los que ha aplaudido y gustado en general de esta arteria artística experimentadora por lo que tiene de valiosa apuesta de nuevos significantes y significados, pero personalmente solo aquellos ensayos capaces de desbordar el mero desvío estético, consiguiendo con él un alcance profundo (un sentido humano inviable sin tales novedades), es decir las auténticas obras de arte, son las que han recibido mi plena adhesión intelectual y emotiva. Esto es justamente lo que me ha deparado el último y soberbio poemario del profesor Mario Martín Gijón, Des en canto, publicado por la editorial RIL en octubre de 2019.

Des en canto (obsérvese cómo el descoyuntamiento de la palabra permite dos lecturas distintas del mismo título: desengaño, desilusión, pero también el deseo de lograr el canto, el poema, y, por ende, todas sus posibilidades humanas) desarrolla una trayectoria lírica de sesenta y cuatro breves canciones que van desde el escepticismo o el lamento sobre la vida y la poesía a los recuerdos personales y familiares o la esperanza en la palabra, desde la ironía sobre nuestra condición y la del poeta al juego o al drama generados por el poema, desde de la exploración de los límites del lenguaje (siempre inestable), y desde la resignación o el llanto, hasta el ensayo fervoroso, sin embargo, de una textualidad capaz de derribar las fronteras de los idiomas con poemas híbridos, por ejemplo, de castellano, alemán y francés. Des en canto, en resumen, ya poesía desde su origen, acoge como causa esencial de la palabra la naturaleza contradictoria, ambigua y dialéctica de la existencia humana y, desde luego, de la propia vida.

Ahora bien, y este es el punto importante y el que hace que Des en canto aparezca como una propuesta original y espléndida, esa realidad dialéctica inherente a todos y cada uno de los fenómenos aquí se expresa tal como acontece en nuestro corazón y nuestros sentidos, se despliega en forma simultánea, no lineal; la epifanía de los antagónicos se vive en el texto de la misma manera que empíricamente lo hacemos en la coyuntura diaria de los sucesos, como experiencia sincrónica de las polaridades (somos anfibología, polisemia), una lectura solo posible gracias a que, con la desarticulación del lenguaje (deconstrucción) cada poema ofrece al mismo tiempo (y ese es el carácter profundo del experimento lingüístico) múltiples, complementarias y contradictorias variantes semánticas.

No dudo de que incluso el propio Quevedo palidecería de envidia ante este formidable esfuerzo creativo. O de que a los representantes cubistas de la literatura les hubiera entusiasmado el hallazgo artístico de Martín Gijón. La diferencia es sustanciosa. Ayudándose tanto de la ruptura del signo como de las posibilidades tipográficas de la página (vocales y consonantes diversas entre paréntesis o corchetes, grupos fonéticos separados por rayas, cursivas conviviendo con las redondas en las mismas palabras, utilización del sangrado, desmembración de los signos mediante los espacios…), el poeta ha conseguido, por ejemplo, que en unos versos donde se reflexiona sobre lo singular del espacio poético («teofanía / sin dios [a] guardaba esto: / un(c/g)üento para pobres»), el autor asuma a la vez (y de la misma manera deben hacerlo sus receptores) tanto la condición negativa de la palabra (espejismo e indigencia) como la positiva de alivio frente a la desdicha. O que un solo verso como «(a)palabras / lo cerrado » sea más que suficiente para condensar el hermetismo intrínseco de la poesía-vida, la actitud amorosa del cantor y, en última instancia, su insobornable anhelo hermenéutico. Es decir, ha conseguido la síntesis de contrarios. Y así durante todo el libro.

La escritura, pues, se transforma en verdadero desvelamiento («desv(e/a)l(a/i)miento») emotivo del «mundo real», toca, lame y dibuja las raíces antitéticas de nuestro misterio, lo encarna, y el discurso movedizo de ruptura constante finalmente descubre la paradoja que nos constituye al revelar, por un lado, con la deconstrucción de los signos, la contienda inexorable del universo; reconstruyendo, por otro, en la vivencia lectora de cada poema, con la unidad de fondo, el fluido genuino de las cosas, el yin y el yang de la existencia subsumidos en el mismo sentimiento. La conquista (parcial inevitablemente) es mayúscula y hermosa: del combate y de la disgregación surge una reconciliación esperanzadora de los antagónicos, la poesía termina convirtiéndose, como deseaba el poeta al principio, en una experiencia relativamente feliz, fruto de la entrega absoluta del sujeto (lúcido y provechoso el prólogo de Antonio Méndez Rubio) a las posibilidades de la palabra-mundo más allá del ego disociador. «En-torno tu-yo» («World in my eyes»), «esfera y feracidad»: «es-fera(z) la vid(a)».

La experimentación –comentaba al principio– alza el vuelo de la literatura (o se hunde en el légamo primordial) si trasciende sus propios modos, sus recursos, la nueva gramática («con jugar no basta», dice el poeta), ardiendo en la pasión (el pathos) de la criatura humana frente al destino. Si la sorpresa, el asombro, recorre todo el trayecto antropológico que va desde la luz a lo remoto de nuestra médula. Así, la calidad artística del libro de Martín Gijón, su coherencia admirable. Como afirma Méndez Rubio en sus palabras introductorias, con él «no hay desencanto que valga».