Clara Pastor – Los buenos vecinos y otros cuentos

Fundación Ortega MuñozEscaparate de libros, SO11

GABRIEL MAGALHAËS

LOS BUENOS VECINOS Y OTROS CUENTOS
Clara Pastor

Acantilado, 2020.

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A veces los editores se dan la vuelta en la caverna de publicar libros y, dejando a un lado las sombras que les ofrecen sus autores, se dedican a su propia luz. Eso ha hecho Clara Pastor, la creadora de la casa editorial Elba, publicando un volumen de relatos con el título Los buenos vecinos y otros cuentos. En el ámbito ibérico, al contrario de lo que ocurre en el mundo anglosajón, la narrativa breve no suele ser tan apreciada como la novela –en el caso portugués, ese prejuicio resulta muy claro–, y es como si una recopilación de relatos funcionara como un medio libro: algo incompleto, un acumular de fragmentos. No obstante, en el caso de este trabajo de Clara Pastor, nos encontramos ante un libro entero, perfecto y coherente.

El gran tema de los once textos que lo componen es el desencuentro en las relaciones humanas: la incomunicabilidad que las personas, paradójicamente, se comunican las unas a las otras. En ese sentido, el título Los buenos vecinos asume un matiz claramente irónico. Las narrativas cortas de la autora escenifican, en realidad, vecindades complicadas, problemáticas. Y ello se hace a través de uno de los grandes méritos de estos cuentos: su capacidad para presentar los puntos de vista contrapuestos de sus varios personajes. Como se dice al final del relato titulado «Yucatán», ocurre con mucha frecuencia que «dos personas frente al mismo paisaje vean cosas tan distintas» (p. 114). No obstante, a veces estas contradicciones se encuentran, incluso, en el interior de un mismo personaje.

Para que el lector pueda sumergirse en esas múltiples visiones de cada realidad, el ritmo de estos cuentos fluye despacio, muy lentamente. Casi todos los relatos se asientan en un corto periodo de tiempo, durante el cual un narrador en tercera persona, frío como el hielo, aparentemente impasible, escarba en lo que está ocurriendo, sacando a la luz la lava del volcán humano de cada personaje. El resultado son realidades cubistas, que se componen y se descomponen. Al final de un relato, tenemos la impresión de que no ha pasado nada, y en realidad todo ha ocurrido. Los cuentos de Clara Pastor se transforman así en un enigma, un hechizo, una esfinge. Y uno regresa a ellos hasta descubrir la clave de paradojas humanas que los habita y los explica.

Pocos autores de la literatura española contemporánea presentan la hondura humana que encontramos en los relatos de Clara Pastor. Sus historias, por otra parte, se ubican en escenarios donde confluyen la belleza y el horror: la hermosura de Roma, Venecia, Yucatán o New Haven conviven con espacios innominados, y en todos estos lugares, tarde o temprano, detectamos la mota, la huella, la marca de la crueldad de las personas. Ante esta fatalidad del dolor que los demás, más pronto que tarde, nos provocan, surgen dos refugios, dos parques naturales donde guardar nuestra paz: la infancia y los animales. Estos dos ámbitos donde podemos cobijar nuestra inocencia surgen, con claridad, en «Los buenos vecinos» (pp. 7-24), un relato admirable. Las representaciones de la niñez resultan igualmente conmovedoras en textos como «La infancia es una patria extraña» (pp. 41-62) o «El final del verano» (pp. 63-82). No obstante, esa infancia que es una patria extraña también constituye un territorio breve de nuestras vidas: un momento de paz en el largo tiempo de nuestro sufrimiento. En la conclusión de «El final del verano», cuando la madre le pregunta a su hijo si se ha sentido alguna vez abandonado por ella, el niño contesta «Aún no, mamá» (p. 82). Todos los encuentros son, pues, el prólogo de un futuro desencuentro. Y sobre todo lo son las historias de amor que forman el tapiz sentimental de una biografía adulta.

Además de su hondura humana, de una visión del mundo muy particular, los relatos de Clara Pastor sorprenden asimismo por su enorme calidad literaria. Su estilo se sitúa entre la metáfora brillante y el detalle preciso, siendo a un tiempo latino, por muy creativo, y anglosajón, por exacto y rectilíneo. Los espacios representados como telón de fondo se ajustan como un guante semántico a las historias narradas: la fría nieve del relato «New Haven» (pp. 163-173) constituye un eco de la muerte que en ese texto se cuenta, del mismo modo que el olor a chamuscado de «Los buenos vecinos» (pp. 7-24) se articula con los incendios de violencia que circulan por esa narrativa. Además, la autora ha sabido organizar las piezas de este volumen creando sutiles relaciones entre ellas: una delicada arquitectura de sentidos, de ecos que se preguntan y se contestan los unos a los otros. Los buenos vecinos y otros cuentos es una obra misteriosa y resplandeciente, que anuncia y exige futuros recorridos narrativos, de más amplio aliento, por parte de su autora.