Ben Clark

Fundación Ortega MuñozPoesía, S10

BEN CLARK

IBIZA, 1984

"HIJOS DE LA BONANZA"

«Hijos de la bonanza», nos llamaban:
los que no conocieron ni la hambruna
ni las agudas larvas de estridencia
chillando en el oído por las bombas.
Y cuando nuestras piernas, tan delgadas,
caían y sangraban porque el parque
era de un hormigón armado y frío,
se quedaban callados, observando
nuestro llanto con un gesto de sorna.

Debíamos vivir y dar las gracias
por la ocre rozadura en la garganta
que provocaba el aire al refugiarse.
Agradecer las flechas de las nubes
y que un fango lechoso a nuestros pies
–en un último gesto agonizante–
le mordiera las botas al progreso.
¿Y cómo agradecerles la alegría?
La risa provocada por los hombres
inocentes del mar
cuando se encaminaban hacia el río
dispuestos a bañarse entre excrementos.

También estaba el tedio
de tener que explicarles a los niños
palabras como pueblo indio, oso
pardo, ballena azul o lince ibérico.
Pero esto eran minucias, sacrificios
en nada comparables al sufrido
por aquellos que ahora nos decían
hijos de nuestra sangre, tan severos.

Aunque, a veces, es cierto, no fue fácil,
simplemente intentamos ir viviendo.
Haciendo caso omiso a los escrúpulos,
al vacío que moraba en nosotros,
hijos de la bonanza;
los hijos de los hijos de la ira,
herederos de todos los despojos.

Los hijos de los hijos de la ira, 2006

 


QUIZÁ

If we could see all all might seem good.
EDWARD THOMAS

Cuando no había labores y la gente caminaba
de norte a sur huyendo de un dios niño
salvaje, cuando con pocas
palabras era fácil hacer fuego,
debió existir por fuerza un hombre bruto,
el primero de todos los que habrían
de poblar los pasillos con nuevas mansedumbres.
Debía parecerse en algo a mí,
quizá,
mirando hacia la luz del horizonte
y caminando solo.
Yo no sé si él llegó a intuir entonces
el increíble número no nato
de cuerpos y kilómetros que aún
faltaban todavía.
Y si hubiera contemplado el vasto horror incumplido,
todo el dolor que podría evitarse
si abrazara aquel niño dios del norte,
si quieto fuera fósil, roca, nada.
Si tuviera delante guerras y noches ciegas
y llantos y niñas serias vestidas con uniforme;
un ejército de miércoles sin fin marchando hacia atrás;
hundiéndose en su pecho
susurrando los nombres de los muertos
que nunca nacerían si él muriera.
Si este abuelo imposible pudiera verlo todo
y en un instante lúcido
pudiera vislumbrarte aquí sentada,
fruto extraño de la sucia deriva de los milenios,
quizá le pareciera todo bueno.


La Fiera, 2014


CERES

Admiro a los amigos que hacen pan
y los cuido y protejo con conjuros
inventados, escribo
poemas en su honor y, si se mudan,
vendo mi biblioteca y doblo mal
la ropa y la introduzco
en bolsas de basura y voy con ellos,
a su barrio, a su calle,
a su mismo edificio si es posible,
y así me dan el pan, el pan que han hecho
esta mañana, anoche, ayer, no importa,
tierno siempre, caliente aunque esté frío.
El pan. Y mis amigos me comprenden
y no se espantan, saben que no sé,
que no puedo, que nada
me gustaría más que no tener
que molestarlos siempre con el mismo
cuento; el pan, vuestro pan, me da la vida,
hace que me arrepienta y que me alegre
a la vez del tratado que firmamos
mucho antes de nacer: habrá personas
fecundas que harán pan, que enseñarán
a sus hijos el truco y que no tienen
a cambio que hacer nada.

Y habrá personas huecas como yo,
hijos sin hijos, nombres moribundos,
que a cambio de una pizca de ese amor
tendrán que proteger a los que saben,
cuidarlos siempre, amar a los que saben
y no pedirles nunca lo que es suyo
y agradecer las migas cuando falte
el pan, y ser amigo cuando no
haya nada de nada y sólo queden
palabras sobre el pan, y si eso ocurre
ser abrazo de roca y ser su barca,
porque esa es su tarea, la tarea
de un hombre que no puede y que no sabe,
pero que ama y comprende los milagros.

La policía celeste, 2018