Michel Hubert

Fundación Ortega MuñozSeparata, SO9

MICHEL HUBERT

Las nupcias de Don Fahrenheit con Miss Celsius

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LUIS COSTILLO. Voltarén Voltaire, 2007

Difícil es olvidarse de la memoria personal a la hora de escribir sobre un amigo recién desaparecido. Luis hubiera dicho: «efusión de una congoja especialmente diseñada para ser expuesta en un escaparate de coronas funerarias con un sospechoso olor a Violetas sonoras ». ¿Acaso me hubiera perdonado tal abuso de ese perfume? Claro que me lo hubiera perdonado, pues tal como le conocí, bien hubiera podido ser el autor de un nuevo Tratado sobre tolerancia. Eso sí: siempre que ese espacio de tolerancia no hubiese limitado su derecho (por no decir su elemental deber de ciudadano) a burlarse de la credulidad del común de los mortales con su aguda «causticidad volteriana»: hubiera podido decirme: «Te perdono, pero solo... después de reírnos un buen rato tú y yo de tu tontería». Tolerante y cáustico como Voltaire, esto es, los dos dándose la mano para recordarnos que tuvieron los mismos motivos para serlo: el uno burlándose de la superstición religiosa del siglo que le tocó vivir, el otro de la vacuidad del pensamiento posmoderno en tiempos del todo vale, con fe informatizada incluida.

¿Un argumento más para sostener la tesis de esta hermandad de espíritus libres y clarividentes? Es bien sabido el giro que efectuó la carrera de Voltaire a partir de 1760, con un total abandono de su curiosidad por la ciencia y la filosofía (se negó a comprender los movimientos científicos y filosóficos propios de la segunda mitad del siglo XVIII —las singularidades de la naturaleza, por ejemplo—) para sólo dedicar sus fuerzas a la defensa de lo humanitario y a la lucha contra la infamia hasta el final de su vida. En un principio la ciencia y la filosofía de Luis era la pintura (noble entretenimiento sin más horizonte que la superación subliminal de la estética de Hegel) que, de pronto, dejó de interesarle en beneficio de una producción exclusiva de collages. Este cambio fue motivado en parte por su admiración por la obra de Hannah Höch, si bien el resultado plástico superó indiscutiblemente a ésta por la originalidad de sus mensajes humanistas.

Y ahora Fahrenheit 451. Como si fuera una especie de acción estética consistiendo en la destrucción de este libro con la ayuda del público, Luis distribuyó hojas y hojas de su ejemplar en castellano (me tocó la 33/34 y además, como premio a la amistad, la página sin numeración que lleva esta cita de Juan Ramón Jiménez: Si os dan papel pautado, escribid por el otro lado) igual que el dúo Bradbury/Truffaut obsequiaron grados Fahrenheit a las hogueras de libros que protagonizan sus respectivas obras. Claro que detrás de ese guiño de Luis a la destrucción de libros está también la sentencia del Parlamento de París que ordenó que fueran quemadas las peligrosas Cartas filosóficas de Voltaire a las once de la mañana del día 10 de junio de 1734.

Suelo pasar el final de año en Badajoz, donde vive parte de la familia. Después, lo mejor era (ya no podrá ser) iniciar el año nuevo con la frescura de la mañana en la Plaza Alta, donde Luis acudía con su propia frescura de espíritu para juntarse conmigo. Y así es como el año no podía empezar mejor. La última vez le dije: «los dos tenemos que hacer otro libro de artista. Lo titularemos las Nupcias de Don Fahrenheit con Miss Celsius ; lo de Celsius te ayudará a ser más satírico aún». Tan ineludible como la cita con la muerte en Samarra, un error de casting alteró el reparto. Al final, la prometida de Don Fahrenheit no ha sido Miss Celsius, adelantándose con excesiva premura la Dama negra a la realización de nuestro libro.

En el otro lado de las fallidas páginas de este libro sigue escribiendo Luis.