
Recuerdo que me fijé en el cartel que anuncia el Centro de Arte y Naturaleza “Cerro Gallinero” de Hoyocasero (Ávila) esperando el bus en una marquesina del centro de Madrid, durante la pasada edición de ARCO. Posiblemente sea su imagen más representativa. Una gran roca pintada de blanco y en lo alto una mujer enmarcada por una enorme nube, vestida con una especie de quimono y pañuelo de tonos rojizos, con las manos elevadas al cielo. A los pies de la roca, rodeándola, se adivina una masa de piornos, que son unas florecillas amarillas típicas de la zona. La obra en cuestión es de Carlos de Gredos, artista e impulsor de Cerro Gallinero, y se titula “Parajes nuncios de Infinito” (1999-2009), aunque es conocida popularmente como “La nube”, que es la manera de hacerla suya los visitantes. Consiste en una piedra caballera, de gran tamaño, granítica, que apoya en otra. Se llama así porque la de arriba es como si fuese el jinete y la de abajo el caballo. En origen esas dos rocas eran una única, que a fuerza de la erosión y el paso del tiempo se desgajaron. Podríamos entenderla como un exvoto, un ofrecimiento al dios Infinito de la Naturaleza, que se hace extensivo al ideario, al espíritu que envuelve la creación de Cerro Gallinero, una invitación, en definitiva, a vivir la experiencia de la escucha, rodeado de silencio para formar parte de la propia naturaleza. “Cuando -explica De Gredos- ya tenía el proyecto in mente, seleccioné esta pieza por la espectacularidad del paisaje, la altura, las vistas… A partir de ahí se generaron otras, y luego, en mi caso, pues no tengo mayor interés en estar yo solo, mi idea fue la de dar oportunidad a otros artistas, y así nació el centro de Arte y Naturaleza Cerro Gallinero”.

La naturaleza es la verdadera protagonista. Carlos de Gredos siempre trabaja con la naturaleza, lo viene haciendo desde 1984 con propuestas efímeras, en pleno campo, donde como él comenta llegaba, ponía, quitaba, colocaba… Eso sí, no dejaba ninguna huella, tan sólo la memoria de esas obras efímeras en formato fotografía. Con el tiempo, y animado tras escuchar una conferencia de Agustín Ibarrola en el Círculo de Bellas Artes de Madrid en la que hablaba de “paisajes culturales”, decidió embarcarse en este proyecto vital que es Cerro Gallinero, siendo la intervención “Parajes…” la obra fundacional. El elemento natural forma parte de la obra hasta el punto que el cometido del artista consiste en dar “visualidad” a la naturaleza. Por eso es muy importante que el artista conozca el territorio, que dialogue con él. “El artista tiene que saber leer el territorio, hacerle hablar. Es lo que nos diferencia, y los que se nos valora a nivel internacional”, declara.
Es conveniente subrayar que Cerro Gallinero no es un parque de esculturas, que es lo que abunda en este tipo de proyectos relacionados con el ámbito del Arte y la Naturaleza, sino un espacio de “intervenciones”, es decir, la creación de algo específico para el lugar, de ahí la autenticidad del proyecto, su nota distintiva. “Aquí no hay ninguna escultura, ninguna forma producto de las tres dimensiones. Lo que contempla el visitante es lo que el artista ha trabajado pero con los elementos de la propia naturaleza, con sus elementos naturales. Planteamos un diálogo en el que la naturaleza forma parte de la obra artística”. E incluso el propio espacio donde queda emplazada la pieza es un elemento constituyente de la misma.

Me resulta interesante además la idea del papel hacedor de la propia naturaleza, y que sea quien finalice la obra el artista o el público. Sucede con la intervención “Collar de agua” (2009-2011), a partir de las piletas creadas por efectos de la erosión y el hielo en la roca, y que De Gredos completa añadiendo los huecos que faltan para conformar un gran círculo. O la introducción de elementos performáticos en su creación, como en “La humanidad mira al Sol eternamente” (2016-2017) de Marco Ranieri y Carlos de Gredos, también llamada “Los gemelos”, donde divisamos dos grandes gigantes de hierro recubiertos de yerbajos de piorno sentados en una roca contemplando el horizonte. En la figura más desnuda hay ecos de Dédalo por las quemaduras del fuego, y símbolo del verdor primaveral en la vestida. Por otro lado, “El árbol de la vida” (2015) de Xavier Sis nace, en palabras del autor, “de la roca madre, fecundada por las energías del universo”. Es un árbol en piedra seca, sin argamasa, de 2,6 por 3,35 metros, 40 centímetros de grosor y 9,5 toneladas de peso, que “intenta explicar el proceso y su ubicación en el cerro, el lugar ideal para entenderlo”. Está rodeado de rocas con formas alabeadas, y es expresión, según De Gredos de “Una vida que existe, armoniosa, consecuente, lógica, creativa y testimonial, huidiza de la banalidad…”

Otro artista, Javier Seco, ha creado un bosque de columnas inestables de piedras. Trabaja con lascas que va apilando en busca de un difícil equilibrio. Las lascas se encuentran en una cantera abandonada, convirtiéndose en un “museo” en el que puede tocarse las piezas. Esta propuesta tiene una componente participativa, pues los visitantes pueden realizar del mismo modo sus propias esculturas. “Para mí es un ejercicio de sanación interior fruto del momento de concentración. Una invitación al público para que haga su propia obra de arte de la naturaleza. Un arte efímero, al alcance de todo el mundo, donde convives con la naturaleza, con voluntad, entrega, paciencia…” Con este mismo propósito discursivo incluimos las “Setas Schlosser” (2013), una intervención con la que Carlos de Gredos homenajea a Adolfo Schlosser, uno de los grandes artistas del land art que vivió en nuestro país. Lo que contemplamos son eso, dos setas realizadas con piedras, que siguen la línea de sencillez formal donde se visualiza plenamente la naturaleza.
Una vez más la roca es el elemento fundamental, el denominador común de muchas obras, y de algún modo también el cielo, que las enmarca y cobija, pues la montaña es lo más cercano al cielo. Una relación entre lo horizontal y lo vertical. Así, en “Stonehead, el que mira al Cerro” (2011) de Manu Pérez de Arrilucea, asoma lo que parece la figura de un vigilante en el hueco de una roca. Piedra sobre piedra viene delineado un rostro enigmático, de aire reflexivo, quizás el alter ego del propio visitante, que debe interiorizar cada momento de búsqueda en la naturaleza. Mientras que la diosa Madre, de la que nacemos y regresamos en el ciclo de la vida, tiene su correlato en “El laberinto de Mogor-Hoyocasero” (2012), de Helena Aikin, cuyo título alude al Petroglifo de Pontevedra “Laberinto de Mogor”, grabado sobre roca, que sobresale por la belleza del cuerpo de la diosa hindú Gomor. Son 15 metros de viaje iniciático hasta llegar al centro del laberinto para después volver a nacer por el camino que nos lleva a la salida, sobre nuestros propios pasos… Una vez estemos en el centro, donde se alza un pequeño túmulo de piedras en forma cónica, debemos dar tres vueltas.

Por último, encontramos resonancias duchampianas en la obra “De la tierra a la tierra” (2011-2016) de Juan Galdiano. Cada uno de los frascos contiene 200 centímetros cúbicos de tierra procedente del propio Cerro, una edición limitada hasta su total desaparición: 14.136.292,254 metros cúbicos de tierra. Trae además un mensaje: “(…) Con la ayuda de la mayoría, de muchos, de algunos, el vacío se hará visible, pondremos en entredicho al cielo. Eliminaremos esa tierra donde todo se dice y nada sucede. Con toda mi rebeldía y desamparo labraré su huella. Mi hogar es la utopía, es el lugar donde puedo construir quitando, borrando, no haciendo…” En el recorrido nos acompaña la música de “Sonando el Cerro. Infinito” (2016-2017) de N. Roman, audios registrados en dos códigos QR con sonidos naturales del Cerro: el cantar de las aves, el ruido de las pisadas de los caminantes… Cuando le preguntaron a Carlos de Gredos por la posibilidad de que algún día Cerro Gallinero se convirtiera en Patrimonio Inmaterial de la Humanidad contestó: “Guardamos el relato de la gente del pueblo… La esencia de lo que somos es inmaterial”.
Martín Carrasco.