Montenmedio, política y poética en el territorio…

Fundación Ortega MuñozAyN

Salam Europe, Adel Abdessemed. Fotografía de Daniel Schäfer.

La mirada sobre el mundo que ha construido Jimena Blázquez pasa por el diálogo arte y naturaleza en la Fundación Montenmedio Contemporánea. La dehesa de Montenmedio, en Vejer de la Frontera, cerca de Cádiz, plagada de acebuches, pinos piñoneros, lentiscos y alcornoques, es el espacio elegido para esta Fundación, nacida en 2001 con el objetivo de apoyar artistas emergentes en intervenciones específicas, indisociables del lugar para el cual han sido concebidas. Nada mejor para el arte que nos ha tocado vivir que su huida de las “espacios oficiales”, para instalarse en lo cotidiano, en el día a día de los diferentes públicos, gracias a la experiencia artística que deviene de la comunión con la naturaleza. Para Jimena Blázquez, “Montenmedio Contemporánea es un espacio de lectura y relectura. El valor de la imagen, la validez que tienen las obras de cuestionar la realidad, es parte de su status contemporáneo”. A ello ha contribuido grandes artistas venidos de todo el mundo, entre otros, Pilar Albarracín, Gunilla Bandolin, Maurizio Cattelan, Anya Gallaccio, Sol LeWitt, Richard Nonas, Roxi Paine, Susana Solano, Olafur Eliasson, Huang Yong Ping, Michael Lin, Ester Partegàs, MP & MP Rosado, Fernando Sánchez Castillo, Joana Vasconcelos, Adel Abdessemed, Maja Bajevic, Jeppe Hein, Cristina Lucas, Pascale Marthine Tayou, Aleksandra Mir, Jesús Palomino, Gregor Schneider, Shen Yuan…

En Montenmedio Contemporánea se ha apelado al territorio, también en su vertiente histórica y geográfica, dada su cercanía al norte de África, lo fronterizo, el cruce de caminos, que obliga a reflexionar sobre problemáticas locales y globales, como las migraciones, los intercambios culturales, la convivencia entre culturas y religiones… La ubicación es un elemento integrante de la obra, aporta capas de significado. Así, ante el drama se imponen los fríos datos de las fronteras, véase ¡Salam Europe! (2006), del artista argelino Adel Abdessemed (Constantine, 1971), un gran aro de alambre de espinos de dieciséis kilómetros, que supone la misma distancia que separa el sur de Europa del norte de África. No sabemos si es una celda protectora o una cárcel que impide la huida. Es la pesadilla ante la necesidad de saltar tantos muros alambrados, y aquellos que lo consiguen, saltar los muros mentales, posiblemente más difíciles de saltar. “Lo fundamental -defiende- es actuar, luchar y crear para transformar el mundo”.

3000 huecos de 180x70x70 cm cada uno, Santiago Sierra. Fotografía de Daniel Schäfer.


También el frío dato se adueña de la efímera intervención de Santiago Sierra (Madrid, 1966) “3000 huecos de 180 x 70 x 70 cm cada uno” (2002), que remite -el propio artista nos detalla- exactamente al título de la obra: “En un terreno situado frente a las costas de Marruecos se excavaron 3000 huecos de las medidas indicadas y con las caras perpendiculares y paralelas entre sí. El trabajo fue llevado a cabo por un grupo que oscilaba entre 20 y 7 jornaleros según el día. Se trataba de trabajadores africanos, mayoritariamente senegaleses, y en menor medida marroquíes, más un capataz español. Las labores se hicieron a pala durante un mes y cobraron el salario estipulado por la administración española para jornaleros, es decir, 54 euros x 8 horas de trabajo”. Para el que sufre, el imaginario europeo está repleto de esperanzas e ilusiones, de supuestas posibilidades, de metas tantas veces inalcanzables. Esos “minimalistas” huecos, que delinean la muerte de muchas personas -sin nombre, sin rostro- en su deseo de una vida mejor, se asemejan a un enorme cementerio en el que cavan sus propias tumbas. “¿Por qué 3000?”, preguntaron al artista, “¿Te parecen pocos?”, respondió.

Seguimos en el “entre”, en medio del estrecho de Gibraltar, entre Tarifa y Tánger, entre dos mares, dos continentes, dos orillas, dos fronteras… Un “territorio de nadie” – y al mismo tiempo universal, pues sucede en muchos territorios de nadie- en el que la artista sudafricana Berni Searle (Ciudad del Cabo, 1964) se filmó flotando en el agua. Su videoinstalación “Hogar y exilio” (2003) entra de lleno en el concepto de “no lugar”, con imágenes poéticas que no esconden cierta inquietud, “La realización de «Hogar y exilio» ha sido tan estimulante como intimidadora. Mientras flotaba en el agua fresca, me sentí relajada y, al mismo tiempo, asustada por el presentimiento de un peligro oculto. La tensión se ve reflejada en la obra a través del movimiento onírico del cuerpo dentro del agua, lo que también puede convertirse en una pesadilla, dependiendo de quién está expresando sus deseos y miedos y en qué circunstancias se experimentan estas emociones”.

Second Wind, 2005, James Turell. Fotografía de Daniel Schäfer.


En Montenmedio las vivencias no son ajenas al arte, hablamos de una poética del territorio, de experiencias vividas. Marina Abramović (Belgrado, 1946) eligió la cantera, allí vio sobrevolar una bandada de pájaros. En esta decisión pesaron sus recuerdos de la infancia. La conexión entre la localización de la obra y la obra es muy fuerte. Crea entonces “Nidos humanos” (2001), siete agujeros excavados, a diferentes alturas, con un tamaño suficiente para que quepa una persona sentada, acurrucada, protegida y al mismo tiempo frágil, insegura… De cada “nido” pende una escalera de esparto, realizada por artesanos locales. Para Marina la montaña es un lugar donde pensar, en el cual proyectar diferentes ideas: accesible-inaccesible, reclusión, transcendencia, … Un cobijo para la reflexión. “Se requiere -explica- una gran capacidad de concentración para mantenerse dentro de estos agujeros. Esa sensación de estar al borde es muy importante porque significa que te encuentras en una situación de «aquí y ahora». No puedes estar en otra parte mentalmente, tienes que estar aquí y ahora”. Estos espacios son inaccesibles, nos permiten viajar mentalmente, al encuentro de la propia soledad, o alcanzar la plena comunión con la naturaleza. Marina habla de recuerdos de la infancia, “Hace mucho tiempo vi una película sobre Atos, una montaña sagrada para los griegos ortodoxos, donde una roca cae directamente al mar de una forma muy parecida a la roca de la cantera que hay aquí. Unos monjes viven en esa roca durante toda su vida y nadie puede acceder a ellos. Están desnudos y llevan unas cruces cosidas al cuerpo. Esta imagen me impresionó mucho de niña. Ahora, con «Nidos humanos», empiezo a descubrir otras connotaciones como, por ejemplo, el hecho de que hubo personas que hace años vivieron en cuevas en la montaña”.

El “aquí y ahora” es, además, lo que tenemos siempre delante y no valoramos. Este es el propósito de James Turrell (Pasadena, California, 1943) en “Second Wind 2005” (2009), “Dar valor a algo que tenemos ahí fuera -la luz natural- y que apenas apreciamos porque en estas latitudes nunca nos falta”. Su intervención forma parte de la serie “Sky Spaces” (espacios para el cielo), que son digamos “arquitecturas de luz”, de hecho, el propio Turrell se define como escultor de la luz. Esta arquitectura está ubicada bajo tierra, hay que acceder a ella por túneles y pasadizos hasta llegar a la stupa de piedra rodeada de agua, que desemboca en un espacio abierto al cielo, este queda recortado, enmarcado… Aprehender la luz, tocar el cielo. Lo importante son los intersticios, esos momentos del amanecer y del atardecer que se rozan, que se encuentran. Todo un viaje iniciático para vivir una experiencia de luz, y encontrarnos con nosotros mismos.

Viga Màdre, Jacobo Castellanos. Fotografía de Daniel Schäfer.


También el paso de las aves migratorias, el concepto de tránsito, de “retorno al hogar”, marca la intervención “Viga Madre” (2019), de Jacobo Castellano (Jaén, 1976). Es lo más parecido a un palomar, realizado con viejas traviesas de tren; sirve de descanso a las aves de paso en sus largas travesías, “Un homenaje -señala Castellano- a los miles de aves que viajan cada temporada desde el Norte de Europa hacia África. Es imposible estar en este contexto y olvidarse del conflicto del Estrecho. Sin ir directamente a lo político, elegí el tema del tránsito, del ir y venir, África, Europa… Y pensé en las aves migratorias, que viajan de un continente a otro sin necesidad de pasaporte”.

De todo ello da cuenta el libro La naturaleza como atelier (Siruela, 2022), “Es en la visita a la Colección -escribe en el prólogo Jimena- donde tanto el «tiempo» como la duración del paseo son factores imprescindibles y deben ser entendidos como una progresión constante en la conversación entre visitante y obra. Cada paso, un crujido de rama, un extraño conjunto de cactus, un banco imposible donde uno no puede sentarse, unas piedras amontonadas, un agujero en la arena, el viento de levante, las huellas de un riachuelo seco, todo cobra una nueva dimensión y un significado nuevo”.
Yo creo que en Montenmedio la clave está en la interiorización… Si verdaderamente hemos vivido una experiencia de arte en su diálogo con la naturaleza, ya no podemos imaginarnos este paisaje sin sus obras. Qué duda cabe que esta es su razón de ser.

Martín Carrasco