PERFECTO E. CUADRADO
Si es innegable que, como decía Mário Cesariny, entre nosotros y las palabras existe un abismo infranqueable, y que, sin embargo, tenemos y sentimos la obligación y el deber de hablar, esa evidencia se me impone a mí sobre todo cuando tengo que traducir verbalmente mis recuerdos de los amigos desaparecidos. Dos de ellos fueron además el puente para que Badajoz y Extremadura entera se convirtieran en matrias profundas de mi geografía sentimental e intelectual: Ángel Campos Pámpano y Antonio Franco, en el orden de su embarque en el navío de espejos a la busca del secreto de la Pirámide. Y tendría también que poner entre ambos a un tercero, el onubense-pacense Luis Costillo. A Antonio Franco lo conocí poco después de haberse hecho cargo de la dirección del recién creado MEIAC en 1995, cuando con los responsables del Museu do Chiado de Lisboa comenzamos a trabajar en la preparación de la exposición sobre el Surrealismo en Portugal. Después, otras aventuras nos unieron, en especial las revistas Espacio/Espaço Escrito, Falar/Hablar de Poesía y Suroeste, esta última felizmente viva o sobreviviente de la mano de otra de mis afinidades afectivas, Antonio Sáez (siempre en el horizonte el deseo de «borrar la Raya» entre España y Portugal). La geografía de mis encuentros en Badajoz tuvieron siempre como eje el que unía el Hotel Zurbarán con el MEIAC, lugares de trabajo y de diálogo, de adivinaciones y proyectos, de epi- fanías, sueños y fragmentos de recuerdos más o menos falseados por la alianza entre la memoria y la fantasía entre biografías que constantemente se entrecruzaban y entretejían en nuestras conversaciones, más encendidas cuando acompañadas de un buen vino que Antonio Franco se encargaba de escoger y escanciar haciéndonos abandonar con gusto el gusto por otras bebidas paganas y ya globalizadas y globalizantes. A Antonio Franco se le han apli- cado calificativos que comparto: sensible, inteligente, visionario, insistente, constante, exigente, trabajador, amable, generoso, discreto, prudente, bienhumorado sin estridencias e irónico sin maldad. Y él mismo añadió algunos otros, como el de perfeccionista, autoexigente, estoico y enemigo del maniqueísmo, el cainismo y la intolerancia en gene- ral. Su trabajo en el MEIAC quizás sea el que mejor resuma las virtudes que acabo de señalar. Como visionario empedernido recuerdo el final de nuestros últimos encuentros y reuniones: discusiones interminables y apasionadas sobre un proyecto suyo de una magna exposición de la poesía portuguesa casi etérea o aérea, ambiental, en la que poemas e imágenes —acompañados de música— saltarían de pared en pared y de las paredes al espacio interior del MEIAC y de ahí al espacio exterior, traspasarían personas y cosas en una danza confundida y sin fin de rayos láser (o algo parecido, que en esto de las relaciones entre el arte y las nuevas tecnologías él era el maestro absoluto y yo el neófito estupefacto) que acabaran con la experiencia tradicional del espectador estático haciéndole vivir y sentir realmente el necesario carácter «convulsivo» de la verdadera poesía como Breton nos dejó escrito. Nunca llegamos a concretar nada, pero en mí quedó grabada la idea de una especie de orgía neosicodélica y lírica que todavía me sigue subyugando y sigue alimentando mis más creativas y exultantes pesadillas. Llego a puerto como el paquebote de la «Oda Marítima» de Pessoa, y dejo las palabras para recogerme en la impotencia y la tristeza de lo que hubiera querido pero no supe o no pude decir, no sin antes recordar el lema que quiso que resumiera su vida y que tomo prestado para este hasta siempre: Permanece oculto, disfruta del placer de estar vivo. En mi recuerdo y en mi vida siempre, amigo Antonio Franco, para seguir viviendo, porque viver é ser lembrado.
Fotografía tomada por Gustavo Romano en la Confeitaria Cistér, Lisboa, el 11 de Noviembre de 2018.
De izquierda a derecha: Brian Mackern, Nilo Casares, Antonio Franco, Gustavo Romano.