Nilo Casares

Fundación Ortega MuñozS10, Separata

NILO CASARES

AAntonio, sin a él gustarle, siempre lo traté de Franco, por su significado y porque en mis primeros días conviví, casi pared con pared, con el Generalísimo; así que me hacía mucha gracia volver sobre un apellido del vecindario de mi infancia. Por eso, y sin ser cierto, puedo decir que lo traté toda la vida. De hecho, esto motivó que una limpiadora, en donde tuve mi despacho en Corunha, al oírme responder al teléfono con »dime Franco, lo cancelara con un »pero Franco não estava morto? 
      Nos vimos por última vez en Lisboa, por empeño de António Maria Cerveira Pinto, para homenajearlo como defensor avanzado de las artes electrónicas ibéricas, en coherencia con su pasión editorial, porque entre estas artes abunda la segura reproductibilidad que las guarda impolutas. Esos días movidos me impidieron llevarlo a comer a mi restaurante favorito allí, en donde sí acabé con Brian Mackern, otro gran amigo común. Sentí no hacerlo, porque a Franco, con su voz aspirada, se le disfrutaba en corto, mesa mediante, y bien regada.
     
Como en las citas en la terraza del Círculo de Bellas Artes de Madrid con Gustavo Romano, quien me comunicó el final (»qué sabes de Antonio Franco, »que está muy enfermo, »estaba; y la llamada se cortó), lugar de nuestro par- ticular terraceo de verano sin playa (Franco la odiaba) durante las canículas. Una cita de tres hombres en transición, Romano había dejado su Buenos Aires natal, yo daba vueltas sobre adónde ir, ahora vivo en Oleiros (Corunha), y Franco no sabía qué sería de nuestro mundo del arte de relaciones directas y personales, cuando todo se fía a los burócratas de las Buenas Prácticas, entre las que los jóvenes diestros en cubrir papeles, pero sin la menor gracia para comunicar, consiguen proyectos que invaden las salas de exposiciones con ambientes gélidos, tan solo resulto- nes en las fotos de los mentideros sociales, plenos de likes y huérfanos de contenidos. Mientras regábamos nuestros tránsitos por la vida a espaldas de aquellos a quienes no éramos gratos.
     
Entre Madrid y Lisboa lo visité en el MEIAC para presentarle a mi mujer, y ahí pude hacerme con algunos ejemplares de SUROESTE, revista inspirada en Almada Negreiros y Gómez de la Serna.
     
Hablé con él poco antes de las fiestas de Año Nuevo, »quiero volver al gimnasio a boxear, me siento deprimido; me dijo. Le felicité el año con un escueto mensajito que fue respondido de modo más escueto. Después, un correo del MEIAC me alarmó, y ya no pude hablar con él nunca más; terminé por mandarle otro mensaje con la captura del poema de Góngora A UNA ENFERMEDAD MUY GRAVE QUE TUVO DON LUIS, DE QUE LE TUVIERON TRES DÍAS POR MUERTO, Y SANÓ (1594)
     
Muerto me lloró el Tormes en su orilla, / en un parasismal sueño profundo [...] / Fue mi resurrección la maravilla / que de Lázaro fue vuelta al mundo, / de suerte que ya soy otro segundo / Lazarillo de Tormes en Castilla.[...]       Era el dieciséis de enero del corriente.

Image

Fotografía tomada por Gustavo Romano en la Confeitaria Cistér, Lisboa, el 11 de Noviembre de 2018.
De izquierda a derecha: Brian Mackern, Nilo Casares, Antonio Franco, Gustavo Romano.