Miguel Fernández-Cid

Fundación Ortega MuñozS10, Separata

MIGUEL FERNÁNDEZ-CID

LAS PASIONES DE ANTONIO

Recordar es subir una cuesta.
JOSÉ-MIGUEL  ULLÁN

Pasa el tiempo y el hueco continúa. No recuerdo a Antonio Franco triste. Melancólico sí, algo brumoso pero envuelto siempre en la ironía de quien es capaz de desdoblarse y observar lo que ocurre casi con distanciamiento: esperando el momento, paciente.
      Mi imagen de Antonio es la de un hombre apasionado. Por su entorno, por Extremadura, por Portugal, por el MEIAC, por la conversación, por el arte, por el paisaje, por sus sueños, por sus proyectos. Curioso impenitente y en extremo divertido en las distancias cortas, en el relato oral, jugaba a crear un entorno reducido, cauto, controlado, hilvanado de costumbres y lugares próximos. El mismo restaurante, la misma habitación de hotel, idéntica orientación. Como si necesitase un espacio tranquilo para que la emoción fluyese. Siempre me recordaba los viajes de Marcel Proust.
     
Mi primera imagen es de un encuentro en Badajoz, hace casi 30 años. Como un visionario, describía un MEIAC todavía inexistente frente a los restos de una cárcel que veía como punto de encuentro. Cuando se inauguró, hace ahora 25 años, tenía un sello para él imprescindible: iba a conjugar lo local, lo ibérico y lo americano, y plantearlo en una colección que es su mejor legado. Hoy parece lógico unir la defensa de lo propio con el intercambio respetuoso con la historia, pero entonces algunos lo tildaban de anacronismo. Juan Barjola, Godofredo Ortega Muñoz, Timoteo Pérez Rubio, Ruth Matilda Anderson, Jean Laurent, Luis Buñuel, Equipo 57 o Mon Montoya se convertían en presencias esenciales en el relato de la contemporaneidad desde una tierra especial vista con mirada de antropólogo comprometido, al tiempo crítico y entregado, enamorado y herido. Y esa defensa la compaginaba con el mejor arte ibérico de los años 80 o, unas décadas más tarde, con un decidido compromiso con el arte digital, en otro movimiento sagaz, avizor.
     
Poco amigo de las modas y de apariencia austero, algo dandi en su mundo personal, en Antonio todo era producto de una cuidada reflexión y de un extremo carácter autocrítico, por eso planificaba los sueños al detalle y se resistía hasta que la realidad imponía sus correcciones. Incluso entonces. Quienes le han visto luchar por un ideal son —somos— hoy sus defensores, sus fans, su club de amigos. Artistas en los que creyó cuando apenas tenían recorrido y otros a los que llamó cuando supo que les cercaba el olvido. Un Antonio de apariencia huidiza, que amagaba con irse al llegar a los sitios; un Antonio en extremo humano. Dispuesto siempre a la colaboración, al diálogo, a tender puentes, a sumar.
     
De pocas personas conozco un compromiso similar con su tierra, con su historia, que le llevó a reunir y catalogar todo tipo de imágenes, citas, textos y documentos de la Extremadura contemporánea, un Mnemosyne de vocación pública. Al gozoso nerviosismo del hallazgo le sucedía el reposo en un álbum del que, por fin, empezaba a hablar y al que quería destinar su retiro. Pocos como él tan sinceros en su espíritu transfronterizo, en su defensa de Portugal, en su amor por Lisboa, Évora, Elvas. Entregado, sin afectación. Con mucho de paseante, de Walser extremeño.

Image

Antonio Franco y Miguel Fernández-Cid en la exposición de Hamish Fulton, MEIAC, 2008.