JOSÉ JIMÉNEZ
LA LUZ EN LA MIRADA
Empecemos a hablar. Sin ruidos de fuera. Antonio Franco es, sigue siendo, la luz en la mirada. Sus pasos parecían ligeros, pero llenos de una fuerza interior que lo elevaban. Por eso siempre parecía estar subiendo. Hacia la luz originaria. Que se reflejaba en su mirada.
En su lenguaje, en su comunicación con los otros, se desplegaba siempre una sonrisa. Una comunicación de tú a tú, para que comprendas que todo lo que me dices me llega adentro. Hablo contigo, desde mí, para ti. Una sonrisa llena de luz.
Mi relación con él, con Antonio Franco, se esta- bleció a través del mundo del arte, y en particular por su admirable tarea como Director del MEIAC. Y así pude apreciar de forma directa la forma en que situaba siempre en primer plano la atención a la cultura de verdad, al margen siempre de intereses particularistas o pragmáticos.
De ahí, en nuestra larga relación de tres décadas, surgió una conexión personal, que nos llevó a compartir experiencias vitales, y en mi caso a asociar una vez y otra a Antonio Franco con la poesía, con la luz que brota en la mirada poética sobre la vida y la muerte.
Además de su interés por los soportes digitales, y viajero a lo largo del mundo, en el mapa de Antonio había tres espacios culturales referenciales: España, Portugal y América Latina. Yo encuentro la vibración de su mirada de luz en tres universos poéticos de esos espacios, que para mí siempre han tenido un eco referencial: Antonio Machado, Fernando Pessoa y José Lezama Lima.
En uno de sus Proverbios y cantares (CXXXVI, LI), Antonio Machado escribió:
Luz del alma, luz divina,
faro, antorcha, estrella, sol...
Un hombre a tientas camina;
lleva a la espalda un farol.
Y en otro de sus Proverbios y cantares (CXXXVI, XII):
¡Ojos que a la luz se abrieron
un día para, después
ciegos tornar a la tierra
hartos de mirar sin ver!
La luz que fluye en el despliegue de la humanidad. Queremos ver. Pero en tantas ocasiones no vemos... Necesitamos la luz.
Fernando Pessoa, en uno de sus Poemas inconjuntos (1913-1915), se siente atraído por la luz de una ventana, y aunque no sabe quién la encendió, quién vive en la casa, lo que le atrae es esa luz vista desde lejos. Y así:
la luz es la realidad inmediata para mí.
Nunca paso más allá de la realidad inmediata.
Más allá de la realidad inmediata no hay nada.
La luz que nos habla desde fuera. Que nos lleva dentro. Que nos permite percibir la humanidad que está en los otros. Y también en nuestro interior. De ahí vamos a José Lezama Lima, quien nos habla de cómo el ojo y el cuerpo se aventuran en la imagen: «El ojo crea la figura; la noche se expresa, cae sobre nosotros por imagen. El ojo siente un orgullo pasivo cuando se extiende en la figura. Nuestro cuerpo siente un orgullo posesivo cuando penetra en la imagen de la noche.» («Sobre Paul Valéry», 1953). Y es que el conocimiento poético no adviene gratuitamente, es un difícil acto de conquista.
Ese brote, del ojo, del cuerpo, hasta la elevación de la poesía y la imagen es lo que siempre encontré y sigo encontrando en él: Antonio Franco, la luz en la mirada.
En un acto de celebración, con la esposa de Antonio (Carmen), la mía (Isabel), y nuestra hija (Ángela). 7 de septiembre de 2016.