EQUIPO MEIAC
Hablar de Antonio Franco supone hacerlo ineludiblemente del MEIAC, su gran proyecto, del que estuvo al frente como director durante casi 25 años. La idea del museo nació del talento visionario de Antonio, consciente como era de la necesidad de levantar en Extremadura un espacio para la cultura contemporánea de la mano de la hermana Portugal sin olvidar el inexcusable reencuentro con América Latina. El MEIAC se convertiría de su mano en una especie de embajada (con el permiso de la administración regional) desde la que desgranar un trabajo que favorecía aquello en lo que creía fervientemente: rescatar para Extremadura la memoria cultural perdida desde los inicios de la modernidad artística. A ello añadiría la audaz apuesta, casi profética, que desde el museo se hacía por el incipiente mundo del arte y nuevas tecnologías, y que determinó el reconocimiento internacional de una ins- titución localizada en una pequeña ciudad de provincias, superando cualquier expectativa generada en el momento de su apertura allá por 1995.
En ese cuarto de siglo hemos sido muchos los que hemos compartido trabajo y esfuerzos al lado de Antonio en el MEIAC, testigos de momentos en los que era protagonista su arrolladora y poliédrica personalidad, a veces genial, a veces arriesgada, otras iluminada, siempre pragmática, persistente, con un fino sentido del humor e inasequible al desaliento. Nunca indiferente para nadie que tuviera la fortuna de conocerle. Desde aquellos que estuvieron a su lado en los ilusionantes inicios, hasta los que le hemos acompañado en los últimos años de su aventura al frente del MEIAC, todos, sin excepción, tenemos nuestro particular recuerdo de Antonio Franco, con los que podemos dibujar el perfil más humano e íntimo de alguien que era más que un director de museo. Compartimos el privilegio de haber asistido al entusiasmo y dedicación con los que emprendía cada uno de los proyectos, en los que perseguía de forma obsesiva una perfección que en él era pura necesidad vital, y en los que materializó una mínima parte de las múltiples ideas que poblaban su particular universo de intereses. Fotografías antiguas de personajes desconocidos, el mundo hurdano, la prensa histórica, libros antiguos, imágenes de burros, los esqueletos y calaveras, literatos extremeños... para cada uno de ellos tenía un proyecto particular inacabado, en los que trabajaba sin descanso, y de los que de vez en cuando nos mostraba retazos como si de pequeñas joyas se tratara. Proyectos inacabados que se ha llevado consigo en su maletín de trabajo. Tesoros personales, no podía ser de otra forma. Desde el MEIAC, su museo, al que profesó auténtica devoción paternal, nos queda, como a él le gustaba, brindar por su memoria, compartiendo su recuerdo desde la alegría de haber formado parte de esta utopía, levantar un museo de arte contemporáneo en la «periferia de la periferia».