Clemente Lapuerta

Fundación Ortega MuñozS10, Separata

CLEMENTE LAPUERTA

La figura de Antonio Franco, impulsor y Director del MEIAC, excede con mucho el marco de la Comunidad de Extremadura, como así quedó demostrado en el homenaje que se le rindió en Madrid, un mes después de su fallecimiento, homenaje no sólo rebosante de cariño y admiración sino también infrecuente por la abundancia de amigos y público en general. No me corresponde señalar su trayectoria y méritos profesionales, ya lo han hecho profusamente personalidades del mundo del arte, oralmente y por escrito, en los medios de comunicación; prefiero recordar lo que le debo por su amistad conmigo y su dedicación a mi proyecto, hecho realidad gracias al acuerdo cerrado con la Junta de Extremadura y al patrocinio de esta: la Fundación Ortega Muñoz. 
      Aparte de un par de saludos en actos públicos durante los años 90, cuando conocí a Antonio fue a partir del 2002, con motivo de la iniciativa del entonces Presidente de la Junta, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, de recuperar la memoria del artista de San Vicente de Alcántara rescatándola para Extremadura y su museo de Arte Contemporáneo. Cuando le propuse que se ocupara con carácter vitalicio de las actividades y el futuro de la Fundación, su acogida fue tan grata que la sintonía entre ambos nos llevó directamente al terreno de la amistad y se convirtió en uno de los acontecimientos más importantes de mi vida adulta; la ausencia de Antonio me ha producido una tristeza que se ha instalado por mucho tiempo y me ha dejado más vulnerable e indefenso.
     
Yo había adquirido con mis tíos —primero con Godofredo y después con Leonor— una deuda afectiva, pues ambos habían depositado toda su confianza en mí para dar continuidad al legado artístico de su obra, por medio de una colección pictórica que mi tía había custodiado celosamente y que era necesario abrir a la sociedad. Antonio desde su museo perseguía también este objetivo; su inteligencia y tesón habían dado ya los primeros frutos con la compra en el mercado secundario de algunas obras para el MEIAC. La certeza y seguridad de su juicio respecto a la modernidad de Ortega Muñoz hicieron que —con pocos recursos— lográramos poner en pie un horizonte de actividades para la Fundación volcadas al siglo XXI y a los intereses de las nuevas generaciones, en relación con el arte y la naturaleza.
     
Fue una suerte de afinidad electiva con mucho de química más allá de lo emocional: coincidíamos en un rasgo común, la timidez, pero naturalmente me sobrepasaba en talento y su animadísima conversación gozaba de una capacidad especial no tan frecuente: la de convencer. No se trataba de oratoria sino de argumentos sencillos y bien estructurados que iban más allá de lo que el interlocutor le pudiera decir, porque eso él ya lo sabía. En arte su cono- cimiento era profundo, pero jamás se podía pensar que presumiera de ello, pues no lo hacía ni de esto ni de nada. Su anecdotarío era riquísimo y escucharle conducia inevitablemente a la carcajada, incluso entre oyentes de carácter melancólico como yo y poco propensos a ella.
     
¡Cuántos recuerdos de nuestras conversaciones en la terraza del Círculo de Bellas Artes de Madrid que mucho le gustaba, de los almuerzos en La Ancha, detrás del Congreso, uno de sus restaurantes preferidos donde se sentía como en casa!
      Su trabajo en la Fundación Ortega Muñoz fue tan acertado como generoso, y me repetía con frecuencia cuánto le ilusionaba: —no lo dejaré nunca y por supuesto una vez jubilado, le dedicaré más tiempo—.
     
Junto a la felicidad que le proporcionaban Carmen y sus hijos, su madre y toda su familia, Extremadura era su pasión: su historia, sus costumbres, y su futuro que él adelantaba con plena dedicación personal y profesional en su museo, vanguardia del arte digital. Era sencillo, muy sensible, rasgo que aprecio en especial y que naturalmente debe acompañar a todo personaje del ámbito cultural, y desde luego fue una buena persona.
     
Las tristes circunstancias sanitarias que vivimos han aplazado el homenaje que Extremadura tendrá que ofrecerle. Queda pendiente, aunque la huella que has dejado en el mundo del arte está por encima de lo que podamos hacer o decir nosotros, querido Antonio.

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Fotografía realizada el día de la inauguración de la pequeña exposición que el pueblo de Utebo y la UNED aragonesa con sede en Calatayud organizaron en mayo y septiembre de 2017 en recuerdo y homenaje a Godofredo Ortega Muñoz por su amistad con el poeta Gil Bel y la estancia en su casa durante los años 20; pintó entonces algunos paisajes y retratos que regaló a familias de allí. La exposición se tituló La luz de Utebo en la pintura de Ortega Muñoz.