CLAUDIA GIANNETTI
ANTONIO FRANCO
Yo no quería escribir este texto...». Parafraseo las primeras palabras del libro de Javier Cercas que fue el último regalo recibido de Antonio Franco meses antes de su fallecimiento. A esta frase inicial le falta agre- gar la circunstancia: ... como un laudatio póstumo. Como en tantas otras situaciones en nuestra vida, solo nos damos cuenta con remordimiento de todas las cosas que retenemos en el cajón de nuestra mente cuando ya es imposible expresarlas en directo.
Desde enero venimos (el plural incluye aquí a su amigo Thomas Nölle) rememorando nuestra amistad con Antonio Franco y reflexionando sobre estos veinte años de convivencia, en general a distancia, pero no por ello menos fértil. Cuando los amigos parten físicamente, sobre todo de forma inesperada, un torbellino de recuerdos invade nuestros pensamientos. Utilizo el verbo partir, que es muy distinto del comúnmente empleado dejar porque, de hecho, la memoria que guardamos de Antonio forma parte de su presencia en nosotros, lo que aporta cierto consuelo de que seguirá con nosotros mientras estemos aquí y podamos revivir lo que nos ha aportado y enseñado con sus sabidurías, personalidad y forma de ser. Es un abandono físico, pero no un retirarse de nuestras vidas.
Tenía razón Nietzsche cuando decía que «lo que hay de grande en el ser humano es ser puente, y no meta». Antonio Franco supo ser el gran arquitecto de los puentes sociales, el gran tejedor de hilos amistosos, el gran arti- culador de conexiones artístico-culturales, el gran impulsor de tantos y tan extraordinarios proyectos-puente, como el MEIAC. De hecho, el MEIAC no fue su meta de vida, sino el puente que construyó entre sus ideales y su tierra: los puentes entre Extremadura y el resto de España, Portugal e Iberoamérica, entre Badajoz y otras ciudades del mundo, entre la cultura local y la global, entre el arte y las tecnologías, entre artistas nacionales e internacionales y el museo, entre público y obras... Muchas veces soportados por cables débiles, con frecuencia llenos de obstáculos, sus puentes lograron sortear barrancos abiertos por mareas adversas que, una y otra vez, pusieron en peligro las estructuras, pese a que, a menudo, los daños colaterales originados por el esfuerzo estoico para sus conservación y reparo le infligiesen penas personales.
Perseverancia y sensibilidad, que escasean en una sociedad poshumana, posidealista, inmediatista e hipermer- cantilizada, eran virtudes personales que Antonio ponía en práctica con la inteligencia, la discreción y la modestia que le eran peculiares. Integridad, templanza, afabilidad, prudencia, equidad, humor, buen-humor... eran parte de su talante. Pero sobre todo de Antonio llevo para mi estar-en-el-mundo su ejemplo de solidaridad incondicional y generosidad.
La amistad es un privilegio personal que la convivencia social nos da. Tiene una parte de casualidad, otra de sincronía y mucho de cultivo: cultivar el diálogo, la comprensión, la empatía, el respeto, la reciprocidad para que fructifiquen y nos fructifiquen. Es lo que estrecha la relación y siembra el afecto. En todos estos aspectos Antonio era un gran maestro y versado sembrador.
La convivencia con personas que son excepciones, como Antonio Franco, nos resguarda del riesgo de caer en el pesimismo generalizado acerca de la humanidad. Termino con palabras de mi coterráneo Carlos Drummond de Andrade: «A amizade é um meio de nos isolarmos da humanidade cultivando algumas pessoas.»
AntonioFrancoyThomasNölle,VilassardeMar(Barcelona),02/08/2019. © C.Giannetti