César Antonio de Molina

Fundación Ortega MuñozS10, Separata

CÉSAR ANTONIO DE MOLINA

EN MEMORIA DE ANTONIO FRANCO

Antonio era para mí, sobre todo, un gran amigo. De esos amigos con los que compartes ideas, opiniones y un amor desmesurado por la cultura que, en su caso, estaba centrado en el mundo del arte contemporáneo. Sobre todo de la creación artística española, portuguesa e hispanoamericana. Era por tanto un gran ibericanista. Y esto ni era fácil ni accesible a pesar de los vínculos tan comunes que tenemos los pueblos de este lado del Océano Atlantico y los del otro, incluidos por supuesto también a los del Pacífico. En este sentido Antonio desarrolló una obra extraordinaria entre artistas plásticos y gestores culturales. Su red de colaboración entre museos fue muy importante y se llevaron a cabo grandes empresas que yo mismo, primero como Director del Instituto Cervantes y luego Ministro de Cultura ayudé a difundir por todo el mundo. Ahora recuerdo, cuando abrimos los Institutos Cervantes de Pekín y Shangai, como allí estuvo presente Antonio en representación de su Museo de Badajoz, el MEIAC, al lado de otros directores de importantísimos museos españoles. 
      Antonio era para mí, sobre todo, un gran amigo. Un amigo que me acompañó, por lo menos, desde finales de los años ochenta del pasado siglo. Su presencia ya estaba en el suplemento Culturas de Diario 16 que yo dirigí por más de una década, luego en el Círculo de Bellas Artes donde colaboramos muy estrechamente, y ya como he comentado anteriormente en el Cervantes y el Ministerio. También en el desarrollo de Casa del lector. Y además tuvo el detalle de incorporarme al patronato de su museo. Por lo tanto es una persona con la que he convivido y compartido ilusiones, realizaciones y decepciones durante, por lo menos, treinta años. Antonio nunca desfallecía: ni ante las promesas incumplidas, la carencia de medios económicos, ni ante nada. El siempre estaba de buen humor, extremeño él y yo gallego (lo cual quiere decir que algo de extremeño también tengo) competíamos en ironía, aunque a veces nos entraban las ganas de llorar juntos por el desprecio que hay a la cultura en nuestro país.
     
La labor de Antonio no solo fue la de un gran gestor, sino también la de un gran político en la sombra, pues la red que creó con todos los artistas, museos y centros artísticos iberoamericanos servía también para la recuperación y el desarrollo de nuestra convivencia. A los más de quinientos millones de hispanohablantes, Antonio incorporaba a los cuatrocientos millones de hablantes portugueses. Era un mundo que abarcaba varios continentes: Europa, Africa, América. Y esto que estaba muy claro, él lo tenía que explicar una y otra vez ante oídos sordos.
     
La extraordinaria labor de Antonio Franco no se muere con él. Está ya en la historia de nuestra cultura, lo mucho que hizo y lo mucho que le debemos. Pero estamos en la obligación y somos responsables de continuar con el esfuerzo que él llevó a cabo. Y por eso es fundamental que el Museo, que fue realmente el trozo más importante de su vida, después de su familia, no solo se mantenga sino que amplíe su labor a ese espacio geo- gráfico en el que él lo puso en primera línea. Podemos dedicarle monográficos en revistas, alabanzas en medios de comunicación, hacerle funerales civiles ensalzatorios de su labor, los políticos destacar sus virtudes, etc. Pero si no se continúa su legado protegiendo y ampliando la obra que él ya hizo heroicamente en el MEIAC, de nada valdrán nuestras palabras.

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César Antonio Molina con Antonio Franco. Corresponde a una visita que hizo en 2008 al MEIAC siendo ministro. En medio de los dos está la entonces Consejera de Cultura, Leonor Flores.