Carmen Cienfuegos Bueno / Carlos y Gonzalo Franco

Fundación Ortega MuñozS10, Separata

CARMEN CIENFUEGOS BUENO / CARLOS Y GONZALO FRANCO

ANTONIO...

Advierto de entrada que ni la mujer, ni menos aún los hijos, son las fuentes más fiables para conocer a un hombre. Por la propia naturaleza de su mutua relación poco o nada pueden mujer e hijos conocer de la vida del hombre durante los tiempos anteriores a que ellos mismos entraran en ella (más allá de los relatos fragmentarios y posiblemente imprecisos que el susodicho narrara). Y quizá esos tiempos de infancia, adolescencia y primera juventud, desconocidos para su familia, sean precisamente los que contenían las claves de la futura trayec- toria del hombre. Pero además, es muy posible que la excesiva cercanía a la persona reste perspectiva a su visión, difuminando el conjunto. De esa mirada parcial, incluso miope, no se libra nuestra familia, a la que la afectuosa insistencia de Antonio Sáez encomienda la difícil labor de trazar un esbozo de la vida privada de Antonio Franco. 
      No deja de ser una triste ironía que sean estas mismas páginas, en que un año atrás el propio Antonio recordaba emocionado a su amigo Luis Costillo, las que ahora, esta vez con él como involuntario y forzado protagonista, reúnan las palabras de tantos de sus comunes compañeros y amigos. Pues como bien saben quienes le conocieron, nunca le gustó el protagonismo en los actos públicos, en los que participaba por puro sentido de la responsabilidad, con una especie de reconocible resignación.
    
Pero volviendo a nuestro propósito inicial, y seguros de que otros encontrarán mejores palabras con que describir y recordar la obra, por desgracia inconclusa, de Antonio Franco, a nosotros, su familia, ausente ya su figura del paisaje cotidiano, sólo nos cabe evocar al hombre que fue. Evocación que prescinde intencionadamente de la narración de muchas vivencias, por reveladoras que pudieran ser, pero que forman parte de ese núcleo duro, esencial y vulnerable, que todos preservamos para nuestra intimidad, y donde cualquier mirada ajena supone una intromisión.
      
El Antonio Franco que aquí recordamos fue un hombre que rechazó tozudamente seguir otro camino que el que sus inquietudes le dictaban, y que, quizá por ello, prestó poca o ninguna atención a los aspectos prácticos que consumen los afanes y los días de la mayor parte de la gente. Antonio, a quien los trabajos burocráticos repelían, fue sobre todo un hombre de ideas, de cuadros, de libros, de amigos, de viajes y de charlas. En él la palabra era un don, especialmente la tertuliana, la espontánea, la que se vierte a borbotones cuando la conversación se acalora. Eran notables sus elevadas dosis de sentido común, siempre veladas por el humor socarrón, un punto ácido, —raras veces hiriente— que solía gastar.
      
Evocamos aquí su sentido de la música, la devoción por sus hijos y amigos, su generosidad, su pasión por Por- tugal,..., su espíritu libre, difícil de encasillar, ...qué imposible condensar en unas palabras los rasgos de alguien tan aparentemente sencillo pero tan esencialmente complejo como fue Antonio Franco.
     
Este año, Antonio, ha sido triste, muy triste. Contigo, con tu muerte traumática y veloz, desaparece para siempre el padre, el hijo, el hermano, el compañero de años... Y se esfuma también una etapa irrepetible en la cultura extremeña.

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Antonio con sus hijos, Carlos y Gonzalo. Costa da Morte, 1995.