ANTONIO SÁEZ DELGADO
Conocí a Antonio Franco a finales de los años noventa, cuando ambos compartíamos el consejo de redacción de la revista en portugués y español Espacio/Espaço Escrito, dirigida por Ángel Campos Pámpano. De aquel tiempo recuerdo especialmente la facilidad con la que Antonio transitaba en su conversación del territorio del arte al de la literatura, que siempre le apasionó. Desde entonces, y muy especialmente desde 2007, año en que empezamos a preparar la exposición Suroeste. Relaciones literarias y artísticas entre Portugal y España (1890- 1936), Antonio me mandaba con frecuencia mensajes con imágenes de fotografías y documentos que iba comprando por internet, pero también de libros y revistas ilustradas de principios del siglo XX. Le apasionaba ese mundo, el que mezclaba en su memoria el costumbrismo rural extremeño con los uniformes urbanos de las grandes capitales europeas. Recuerdo especialmente la pasión compartida por las ilustraciones del portugués Leal da Câmara, del que acabó por comprar una colección de revistas con las que disfrutamos más de una tarde. En los últimos tiem- pos, Antonio le daba vueltas en la cabeza a la idea de hacer una gran exposición de cubiertas de libros de las tres primeras décadas del siglo XX.
Tras la exposición Suroeste, soñamos con crear una revista que mantuviese viva la vocación de diálogo ibérico, y estuvimos de acuerdo en mantener el título de la muestra para la cabecera. Eduardo Lourenço, el gran ensayista portugués («don Eduardo es el Ortega y Gasset de Portugal», decía siempre Antonio), fue una de nuestras principales inspiraciones intelectuales y humanas. Antonio se convirtió rápidamente en uno de los promotores más entusiastas de este nuevo proyecto, la persona que mantenía el pulso de su imagen gráfica y sus colaboraciones plásticas. Elegía a los artistas que participaban en cada número con el rigor de un científico: alternaba países, espacios culturales, sexos, edades, orientaciones estéticas... Todo lo tenía en cuenta, dentro de un criterio siempre sostenido de calidad y exigencia. Antonio anteponía sus principios a cualquier fórmula de amiguismo, y probablemente por eso fue algunas veces incomprendido en su entorno cultural.
Era exigente y cuidadoso, apasionado y elegante a partes iguales en todo lo que hacía. Al poco de nacer, la revista Suroeste estuvo a punto de desaparecer, por ciertos vaivenes de sus editores. Y Antonio no dudó. Demostró creer profundamente en ella, y gestionó los apoyos que, aún hoy, casi una década después, continúan haciendo posible estas páginas. Si no hubiera sido por él, es justo decirlo, probablemente Suroeste hoy no existiría. Con ese mismo empeño organizó, en 2013, una exposición dedicada a la revista en el MEIAC, su casa y también la de todos los que creemos en el diálogo peninsular.
Todos los que conocimos a Antonio, los que compartimos con él mil proyectos culturales y otras tantas mesas de restaurantes, sabemos que su verdadera pasión esa disfrutar la vida, a través del arte, de la gastronomía, de los viajes y a través de la amistad. Todo eran fórmulas posibles para él de un país habitable, en el que la cultura se transformase en uno de los pilares del territorio. Probablemente ese país, como dijo Ruy Belo, es el único «país posible».
Antonio Franco, Eduardo Lourenço, Luís Manuel Gaspar y Antonio Sáez Delgado. Jardines de la Fundação Calouste Gulbenkian. Lisboa, 2009.