Unai Velasco

Fundación Ortega MuñozPoesía, S10

UNAI VELASCO

BARCELONA, 1986

LOS HELECHOS

Todavía siguen ahí todas aquellas películas          (los helechos inadvertidos)
que no querríamos volver a ver más,
ya pasó, dijimos
habituales fáciles de palabra rápida
todo el peso de los días recostado                           (en los helechos)
en el gesto acostumbrado.
Ignorando que
más allá de la extensión infinita de los contenidos extra,
más allá del montaje del director, permanecerán
ante todo
no las películas más audaces
sino las más felices,
sostenidas
no rescatadas,
nostálgicos no,
como se recupera aquello que nunca se ha ido.
Permanecerán para bien o para mal          (los helechos)
como pequeñas piedras de adoración
secas y precisas,
manutención en los bolsillos
irreversibles
del bañador.

Hoy siguen ahí con su insistencia sana     (y lanceolada)
que algún día parecerá salvarnos,
o nos salvará, quién sabe,
porque merecía la pena citarse en el cine
como una gran decisión adulta y aún
no estaba demasiado claro qué demonios era
aquello del dolby surround. Ahora
sus voces sigilosas                             (sus hojas)
nos rodean o nos envuelven.

Siguen ahí, en efecto,
urdieron una espesura apropiada,
autoridades del tránsito, y de nada sirve
tener miedo                       (de los helechos)
si su presencia
el día en que volvamos
es más vívida que todo lo que alguna vez tuvimos,
que lo que no tuvimos jamás,
si su presencia
                                de golpe
nos acorrala
si se impone sin publicidad y sin cortes
si su emulsión nos deja secos en el sofá
                                                             
en el interior
del coche volcado de una noche tormentosa y selvática
a retazos nuestras ropas
los cristales rotos del parabrisas
la pierna herida de Jeff Goldblum
perseguidos por el Tiranosaurio Rex
huid
            
huid
                          hacia la valla
hacia el perímetro electrificado          (en dirección a los helechos)
atravesadlo
                          
de nuevo atrapados por decenas de
gallimimus       gallimimus       gallimimus

            gallimimus      gallimimus

En este lugar, 2012


aleluya

Arrojábamos cal viva a las mansiones temibles
y por eso nuestra alegría era más blanca.

Quizá ninguno dijera jamás
nunca una palabra sobre el júbilo
pero es cierto que no podíamos dejar de hablar
y sacudirse el salitre llegó pronto,
pronto llegaron las costas y fue cierta la bahía,
nos convencieron los acantilados.

A veces nos enfundábamos mal las mallas verdes y los ojos se abrían
y nos confundíamos como reptiles
o el pelo se nos ponía lacio, somnoliento y fingido
o íbamos por ahí con los dedos detenidos de hadas,
pero siempre había alguno que trastabillaba a medio calzón
y en seguida saltábamos y el puerto se llenaba de luces,
suficiente para seguir conversando, golpeando las mesas,
alborotando el pan. Anochecía al este de la isla.
Anochecía como una industria secreta,
un país alargado de códices, parlante y silencioso,
que averigua mástiles tras la vegetación.

Así que este es el país que crece hacia adentro,
este es el país del árbol inmenso
y bailábamos a su alrededor esforzando a las aves
a su alrededor del árbol
inmensos alígeros en sombras sospechosas
con transparencias estrictas del país
inmenso bailando
bailando
alrededor de un árbol en el país
con festines transparentes a qué son por los puertos
al pie cantando
en el puerto cantando los apaches pies peluches
sin sombra, sin sombra.

También hubo momentos en las playas lúcidas
para confesar que apenas sabíamos el nombre de los árboles
que en nuestra lengua no crecía el gran magnolio ni la menta medicinal,
pero el agua disimulaba las piernas y los cangrejos dijeron enmudeced.

Habíamos pasado los días antiguos de andar la tabla
de esquivar las culebrinas de tambor dorado,
se nos pusieron los pies duros
y la ropa envejeció.

Al fondo quieto un farallón,
el tiempo empobrecido por las anémonas.

El silencio de las bestias, 2014


que mi cuerpo es el reino

Venid
a comerme las manos
                                                  a morderme
la sarna de las uñas
                                           dadme un hambre
una saña de padrastros       si tú
dentellaras músculos       si comieras mi esternón
pero la frente y la llanura
                                                         
ven a comer
come de mi cuerpo en el llano que aún
que están aquí mis muñecas para la sangre
humildes mis manos
                                           mano
puesta sobre la otra muérdeme
los cinco dedos venid        ven
                                                          y si el viento
el viento se lleva volúmenes sin dulzura
desplaza bultos capotas sacos    aves de intención se los llevaba
                                                                                                                              ven
a ensuciarte los dientes
                                                a morder los órganos del riesgo
porque eso es la pureza
                                                comerme el corazón
sí pero la frente y la llanura
y las vetas diciendo en los mármoles             y la llanura
siempre la llanura
                                       el viento que abatía conventos
un viento de distinción y aún así
nos desperdigaba
se nos venía encima con cuero en los ojos
con hábil propósito de insectos en el pico
y sabía los guijos los defectos del páramo los varios
lugares de la profundidad
                                                    y ahí
ahí se me hundía el gesto el amor   la tripa
ven y cómeme las manos antes que mi cuerpo
que ese dolor de articularse
de ir siempre a la jineta
                                                        pero os digo
es el tiempo
                            de reunirse

si la pureza es un filón muérdeme los dientes
y tu frente y la joya en tu frente
con su estreno de luz
                                              
su nombre
en filigrana
la concedida frente los dones concedidos
besarte la frente
                                  
pero tu corazón y el dolor cervical
la cerval ligereza
                                  
toda la ligereza en reunión
los artefactos recogidos o el mechón triste de crin
y las cestas baratas del mimbre para la pelea de tobillos
                                                                                                                               eso
también hacía un peto para danzar cascabel en el claro
con qué codornices apenas acercarse
cómo nos estorba este humo en la visión       ven
a lamerme el temor en las piernas       aquel
tendón de collares y qué de aquel tendón de collares
ciegos broches cierran          muérdeme
                                                                           
este es mi cuerpo

bebe fronteras
                               
rebaña líquidos
pero la frente y tú y la pureza y su nombre
bésalo
pero no lo sé se fragmenta.

El silencio de las bestias, 2014