Rodrigo Olay

Fundación Ortega MuñozPoesía, SO11

RODRIGO OLAY

CINCO POEMAS

SUEÑO

Cuántas veces te quise y no lo estabas,
porque no era sazón, no eras aún
todavía, queriendo asirte, y no,
que no eras tú después, no estabas nunca
en mitad del insomnio, al otro lado,
sola la llama fría de la sábana.
Por eso ahora celebro cada noche,
cada día y sus horas, cada luz
y cada llanto, cada
ayer, cada minuto, cada qué,
porque tú mi costado en la alta noche,
porque a mi lado duerme tu latido,
y despiertan tus manos en mis labios,
o en mitad del silencio te abandonas
sobre mí y es tu cuerpo certidumbre,
tus brazos me conducen muy despacio,
limpio dogal, por la ribera blanca
donde fluye tu aliento, su caudal
inspirando, espirando
lentamente y qué siempre y brisa y somos
entonces, más despacio,
inspirando, espirando, como mar
cuando avanza y regresa,
cuando avanza,
como mar a medida de tu pecho
y entrase en ti la noche, aire en tu aire,
respirándote sola, respirando,
y a tu lado la luna y su alborada,
a tu lado otra vez, otra vez,
otra,
contigo como tantas veces quise,
contigo como tanto,
pero ahora,
porque extiendo mi mano y eres tú,
lo que quise y estás,
lo que quiero y estás,
lo que más soy.

 

CUMPLEAÑOS

8 de enero, Rosa y Navidad.
Pablo, el 3 de febrero,
en mitad de los páramos baldíos,
lejos de fin de año y primavera.
Carlota cuando el Sol va acariciando,
el 14 de abril (y la República).
Marcos en vacaciones
y nunca lo veía (San Fermín).
Y Ester si ya el verano va agostándose,
justo al final de julio (el 31).
Recuerdo cómo van cumpliendo años,
mis amigos de entonces,
desde que éramos altos como sillas
y comíamos tarta en platitos de plástico
que nuestras madres, jóvenes
como nosotros hoy,
cortaban con cuidado
en primero o segundo,
hace ya cuántas vidas.
Recuerdo cada año, pero nunca
les digo y ya lo sé
y a veces hoy pregunto si de entonces
y es coger el teléfono
y esa antigua alegría
pero así son las cosas,
así son

8 de enero, 3
de febrero, 14
de abril, 7 de julio y 31.
Ay, el tiempo. No todo se comprende.

 

ALEGRÍA

Yo quisiera decirte la alegría,
la casa que es mi vida y muros blancos.
Hace sol donde madre
va llenando mi bolsa de naranjas
encendidas, y padre
sonríe silencioso,
dice algo,
y mis hermanos hablan
como si nunca fuera a pasar nada,
como si nunca fuera,
y Victoria nos lleva en brazos a nosotros, uno a uno,
y en su boca una rosa de agua late
y mi madre le canta
por que duerma, allá dentro, en la penumbra.

—Esa voz de acunándola, a la niña.
Cuánto un día diré: memoria, tráemela—.

Y mis tíos, los seis,
en la terraza,
y no se posará sobre el recuerdo
la sombra y hoy mis primos me preguntan,
y despunta la lluvia y algo brilla en la hierba
y el mantel se humedece suavemente
y hay carreras, coged,
vamos,
y pronto
el Sol, el Sol de nuevo,
nuevo y siempre,
en los charcos, espejos arrojados al suelo
que poco a poco olvidan de su azogue,
y el enlosado entonces de qué oro
se envuelve. Los cafés.
La cúpula del cielo se tercia un manto púrpura,
transparece a su espalda.
Es febrero. Las siete. Hoy, 21,
acabo de cumplir 32 años.

Y el domingo no acaba, nunca acaba
si lo traigo a cantar,
si yo supiera.

 

POÉTICA

He amado las palabras, les he dado
mi vida y he dejado
en ellas lo más mío,
qué besos y qué frío,
y ha sangrado mi boca tantas veces…
Apuré hasta las heces
mi cáliz de alegría y de amargura,
mi ventura,
y, aunque he dudado, he dicho
lo que he dicho;
no he querido dañar, pero he dañado:
y esa herida, esta es,

literatura.

¿Al final qué he logrado?

¿Tú lo ves?

¿Un consuelo,
un anhelo?

Y si entonces, por qué,
por qué,
pregunto,
y dudo y un barrunto
me cerca:
sí, dítelo, por qué, por qué la terca,
la inútil vocación de ser la sombra
y ser el que la nombra.

Por qué la flor del hielo en la garganta,
decir lo que más daño, aunque perdiera.

Y la voz se me enciende y atiranta:
lo confieso,
ya no sé por qué fui cuando lo era.

Ni tan siquiera eso.

El bálsamo y la llama,
cicatrices y cama,

llanto
y canto.

No sabría, no sé, nunca he sabido.

Solo sé que no supe de otro modo.

Sé que aquí lo dejé, lo dije todo.

Y esto es solo memoria de mi olvido.

 

EUROPA
A Pedro Ruiz Pérez

Entre bosques azules, por estradas
góticas, en palacios, bibliotecas
que miraban a plazas soleadas.

Por jardines profundos, en tranvías,
junto a nieve reciente y campos rojos
y leyendo epigramas y elegías.

Sobre ríos verdosos y altos puentes,
en idiomas lejanos, camas ásperas,
y bebiendo del agua de las fuentes.

Sin ti, sin ti, sin ti, con tu presencia,
con la luz en los labios al decirte,
y viajando en el nombre de la ciencia.

En Belfast, en Burdeos, en Ginebra,
en universidades de altas torres,
al otro lado de la luna en quiebra.

Estudiando los días, las ciudades,
atravesando noches paso a paso
cuando volvía de mis soledades.

Persiguiendo las páginas queridas,
regestando los arduos manuscritos,
reviviendo en mi vida cuántas vidas,

Comentando poemas olvidados,
anotando variantes y buscando
papeles por las puentes y los vados.

Y los ojos después, los ojos lejos
mirando, recorriendo los paisajes,
uniendo los recuerdos desparejos:

el Garona de oliva por Burdeos,
Nuria en la tarde de las Tullerías
y esa luz dieciochesca en sus paseos;

un castillo de plata en Neuchâtel,
los chapiteles sobre las murallas
que el granizo erizaba como a piel;

la niebla suave y vieja como Irlanda,
Gabriel cazando por las librerías,
y los pastos cuajados por la landa;

Helene Duprat descalza junto al lago
—palpitaban sus senos al andar—...
y el verano, de pronto: un dolor vago,

una punzada de melancolía;
con julio y con la siega, se acababan
los viajes y, de vuelta, me traía

estas estampas de la vieja Europa
por la que quise ser joven y sabio
a la quête de qué dorada copa.

Y aunque a veces allí me pudo el frío,
y estuve solo y lejos, en la ruta
encontré camaradas y hoy sonrío

al saber lo que tuve y lo que era:
no volveré a tener veintiséis años
bajo el arco Dijeaux en primavera.