MARTIO LOURTAU
RESIDENCIA EN LA LUZ
Residís en la luz, poetas inmortales,
vosotros que vivís en la espiral del mundo
y cantáis al otoño como a un ave ya extinta;
que blandís en una mano
las vísceras de todos los recuerdos
y en la otra, joviales, sostenéis
la tinta que desprenden las estrellas.
Residís en la luz, poetas inmortales,
que a fuerza de sembrar en las palabras
habéis parido a otros poetas nuevos,
y es vuestro verso abierto
un mapa sin fronteras, un gesto, una caricia,
y es vuestra savia el cáliz
donde habremos de beber eternamente.
Sabed que vuestra herencia es nuestro aliento,
el generoso don de todas las estirpes,
la casa donde habitan -ya sin muros-
la luz y la esperanza.
LA DICHA
Se afana la tarde en perseguir recuerdos,
en querer remontar hasta el olvido mismo
de las cosas y hurgar en sus cenizas.
Remueve entre sus ascuas, como una sombra espesa,
aquellas viejas glorias de un tiempo ya apagado
donde nada fue acaso aquello que soñaste.
Luego vuelves a tierra, y herido de cordura,
abrazas el silencio, tocas fondo.
No es misión del recuerdo
devolver a los hombres la luz de su estatura,
hacer de lo perdido un bálsamo falaz
para sanar abismos.
Quedémonos aquí, distantes del pasado,
hagamos de esta llama intermitente
una hoguera común donde alentar la vida,
dejemos que este instante de luz inabarcable
nos cubra por completo y aspiremos
-dulces, suaves, ebrios de fragancias-
el don de compartir el uno frente al otro
las palabras, el tiempo, nuestra dicha.
LA NOCHE CONTEMPLADA
Pellizcas hoy la luna como el que arranca
pedacitos de pan al universo.
Sin apenas notarlo
han trazado tus ojos
un sendero de diamantes en lo alto
de todas las esferas.
Igual que un gran puñado de migajas,
la noche se desploma bajo cientos de estrellas.
Y tú estás allí, gozoso del milagro,
sentado en el verano
de las ensoñaciones,
robándole a la noche
su luz y su sentido.
ALINEACIÓN DE LOS PLANETAS
La vida es así,
un par de viejos jugando a la petanca,
mientras la tarde
cae
como una bola espesa sobre el foso.
Calculamos las distancias y los tiempos:
las parábolas, el viento, la gravedad
de nuestras acciones,
siempre pendientes de que otras bolas
-planetas alineados en su perfecto plano-
no rompan nuestra armonía de seres rutinarios,
no hagan vacilar nuestro sereno status.
Frágiles, aceptamos sin más las circunstancias.
Vivimos en continuo desafío.
Vencemos y nos damos por vencidos.
Ese pequeño corazón que rueda entre la arena
es nuestra meta:
acercarnos o alejarnos de nosotros mismos
quizá pueda salvarnos la partida.
40
Se acerca ya febrero, lentamente,
desde la luz taimada de este invierno
hermoso y compasivo.
El tiempo, como todo, no da tregua a los años,
a esta edad que en silencio se demora en tu cuerpo
y asedia con sus luces y sus sombras.
Serán cuarenta años, con éste, los que cumplas,
una cifra tan redonda como extraña.
Y ya has vivido mucho si comparas
las lunas que han pasado con las que acaso queden.
Hasta tu aniversario viajan, intactos de armazón,
con esa llama viva en la memoria,
todos esos amigos de la infancia,
la quinta que aún te mira sin reproches
desde la juventud, desde las altas torres
donde creció el desvelo y sazonaron
las primeras cicatrices de la vida.
Quién lo diría, después de tantos años.
Habrá que celebrar tanta fortuna,
abrir con entusiasmo, como el que abre un libro,
un nuevo anecdotario.
Soplemos hoy las velas, -sed conmigo-,
que nadie nos apague
cada instante dichoso, cada goce,
ahora que aún nos habla el corazón despierto,
ahora que aún estamos todos vivos.
REINO DE LOS BARDOS
¿Quién os dijo el sabor de la amargura
y os habló -con desdén- de géneros menores?
¿Quién os habla- desde la niebla negrade
abstractas celosías, de voces apagadas,
de papeles manchados por tinta diluida
donde solo gravita la sombra del poeta?
Desoíd al ingrato,
borrad las cicatrices del rencor,
la vanidad, la envidia,
y sed condescendientes.
No derraméis espadas donde se ovilla el tiempo.
Complaced con palabras y templanza,
pues no existe otro modo
de rendir pleitesía a nuestros iguales.
Bebed de los silencios, de la verdad, del alba,
y haced de cada estrofa,
una forma distinta de celebrar la vida.
Al cabo, poseéis, bajo esta luz sagrada,
ese don con que se entrega el corazón al mundo,
ese hueco interior donde germinan
la bondad, el perdón, la inmensidad del hombre.
EL PULSO DE LO ETERNO
Elegía por Miguel Ángel Velasco
Tan puro y mineral yaces ahora,
tan hueco y tan distante de labios y licores,
del polvo de la vida y de sus celebraciones,
que apenas veo horizonte si recuerdo
lo tanto que sufriste y lo temprana
que levantó en tu ser la muerte el vuelo.
No exagero si digo que viviste
con los ojos abiertos como un niño que mira
la espuma de los días romper su hechizo
sobre el óxido letal que embriaga el sueño.
Si acaso regresases, desde la luz quimera,
a este lugar de niebla y desencanto,
no sabría qué ofrecerte de vuelta ya a este mundo:
tal vez unas cervezas rodeado de amigos,
o unas cuantas palabras de aliento y compromiso,
aunque intuyo, sin más, que no rechazarías
la emoción de un poema latiendo en las entrañas
o el silencio que dejan, después de las hogueras,
dos cuerpos que se aman.
Sin embargo, amigo, objeto que quisieras
regresar a la verdad de nuestros días,
alzar la vista al frente y ver que todo
como un dios de cristal se desmorona.
La vida en estos lares, -si te sirve-
sigue siendo un corazón de cal y espinas,
un hombre cicatriz que aguanta y que sostiene
los muros del desahucio, promesas, corrupciones,
el olor a podrido por los barrios del alma
y la mucha tristeza disfrazada de espanto.
Más allá de esta soga que oprime con su sombra,
nos queda respirar, lamer la miel amarga
de los días, jugar a ser acero, tragar tierra,
y bebernos el sudor de las entrañas.
A los que aquí quedamos, -tan breves, a la espera-,
-en cálices de barro o de cenizas-
la muerte una vez más nos ha brindado
las brasas de la luz para seguir viviendo.