María Paz moreno

Fundación Ortega MuñozPoesía, SO5

maría paz moreno

Impermanencia

A veces lo intentamos demasiado.
Con demasiada intensidad,
como con miedo
a que escape de pronto
la idea, el poema, el sueño,
esa persona a la que amamos.

A todos nos aguarda la pérdida.
Afilando su cuchillo está,
sentada a la puerta de su casa
como un enemigo de paciencia infinita.

Vivir es perder. Es tener y destener.
Es también ser perdido algún día
por alguien que nos quiere hoy, ahora,
y que cada mañana decide no pensarlo.

Lo práctico es aceptar lo inevitable;
lo instintivo, rebelarse a ello. No duele menos
el dolor anunciado que el sorpresivo.
Ambos nos buscan y ambos nos hallan.

Terraza con vistas

Esta ciudad tiene secretos
que el alacrán susurra y repiten las campanas.
El grito de los perros revienta los tejados
gargantas tensas, erguidas las orejas,
eternamente sumidos en la espera.

Colores, aromas, el agua impaciente
fluyendo calle abajo. En la terraza,
me abruma la extraña coexistencia
de felicidad y tristeza,
del momento que inunda los sentidos
y el abismo que se atisba con la luz primera
reabriendo ausencias,
males ajenos que duelo como propios,
ciclos que empiezan y terminan,
enfermedades malditas
que se llevan a quienes queremos.

Todo aquí al mismo tiempo.
Todo ahora, todo sin tregua.
Velocidad y pausa, hielo y fuego,
vértigo del giro planetario que nunca se detiene.

Ser es habitar a un tiempo
el cuarto oscuro de la pena inmensa
y un luminoso balcón abierto al mundo.

Amiga del monstruo

Cuando ya no tenga miedos,
cuando en la oscuridad cierre los ojos confiada
sin escudriñar la sombra compulsivamente,
cuando no imagine respiraciones ajenas
en el silencio nocturno,
cuando no mida mis pasos cautelosa
ni beba sin tener sed,
te miraré a la cara muy de cerca
y hablaremos finalmente de tú a tú.

Para entonces
no sostendré temblorosa los días de mi vida
como las cuentas de un collar que se desgrana
roto el lazo que las une. Entonces
no temeré al miedo mismo, no preguntaré
y ahora qué, y cuándo, y qué pasa luego.

Me haré amiga del monstruo.
Jugaremos a compartir momentos y miradas cómplices,
y quizá me regale una flor mientras me arropa
con su manto oscuro que todo lo devora.

Quizá hasta me enamore
de su espalda curvada o su deforme rostro,
o descubra su perfecta belleza inenarrable.

Solo sé que me dejaré llevar.
Como todos.

Me iré con él por voluntad propia,
sin histerismos ni aspavientos que de nada sirven,
y que nunca han conmovido ni conmoverán al monstruo.