Luis Llorente

Fundación Ortega MuñozPoesía, SO6

LUIS LLORENTE

DEL tiEMPO Esta CEniZa

con ansias en amores inflamada
SAN JUAN DE LA CRUZ

Del tiempo esta ceniza
que en boca de la luz se transfigura.
Hay perfiles borrados a lo lejos,
rostros que se acaban
como acaba un pétalo sobre la sombra.
Los días y sus tardes
evidencian la caída de las cosas,
el desierto donde el pájaro
ha de volver con la honda
miseria de su fuego, la forja
que del cielo nutre su destino.
Esta música que ya me salva
y acaso encuentra
un rumor más duradero,
tus ojos que en el beso se destruyen
como la saliva de un bosque
abierto entre los muslos,
como la savia de un árbol inocente,
como la tenue apariencia en duermevela
al fin sobre la noche.

La mano que espera
y es redención que arde,
lo que brilla entonces sobre la sílaba
tan nuestra y tan cercana,
y qué recinto nos acoge,
qué frágil comunión
con el vuelo a lo naciente,
qué infancia ha perseguido
esas teselas donde el tiempo teje
su máscara,
su olvidado don,
su permanencia inexorable,
lo que al final de todo persevera
y nos encuentra,
y nos atribuye
el sonido de los álamos
como el amor
bajo el viento indolente
que legitima el ruido de sus cartas,
cuando conoce la luz
los transparentes fogones del hogar,
cuando hay un rapto
que dibuja nubes en tus ojos,
cuando el silencio es un mapa
interminable, y la sangre
su ascendencia, y la niebla
limpia va cambiando
cada rostro, los lugares,
los perfiles,
la secreta llama de las cosas.

Las PaLaBras DEL POEta

Leer a Gamoneda. Escuchar la luz
con la turgencia de los árboles.

Volver sobre esa causa
que reestructura la memoria,
reescribe un pasadizo en el amor.

Esa sílaba fugaz,
lo que ocupa
los tañidos en la aurora.

Fuego
o mano que arde al tiempo,
por el tiempo y hacia ella.

Mira cómo cambia la derrota.

Los punzantes cuchillos son las hojas de la fiebre,
el destino en humedad rasante,
la abierta transparencia,
claridad ardiendo.

José-Miguel Ullán dijo que el mayor enemigo de una palabra
es otra palabra.

Pero qué enemigo, si ahora está tu mano
junto a los juncos del corazón,
los ríos en bonanza.

Y amas esa tinta
para mirar tan sólo la belleza,
la ebriedad de la luz.

Olga Orozco se pasó todo el poema
buscando el talismán. Toda la vida,
toda la carne.

Quevedo escuchaba
con sus ojos a los muertos,
miró los muros de la patria.

Mas qué patria, qué desmoronamiento de raíces
para el beso que destruye,
para guardar el don.

Rilke amaba
la locura de la noche,
fue liturgia en el desdén
y en el vacío, fue condena
y hondura de celebraciones.

Lorca escupió
caballos azules en la madrugada;
al llegar el alba, al nacer
la muerte.

Juan Ramón fue circundando
los abismos.
Hölderlin no tuvo
descendencia. (El canto
único. La luz que nace).

Y ahora miro
la celeste habitación,
su sorda despedida.
Estas calles que no pueden
alejarse, crepitar
en llamaradas, meterse
al fondo del verano. Y ocupar ya sólo
sus rincones.

En Esa tEnsiÓn…

A Pilar Blanco

En esa tensión
de alucinado encuentro.
La súplica de los desgastes,
ardiendo y preguntando
quién, quién anuda
los hilos del amor a la deriva.
Para escuchar la sed, y desplegar su fuerza.
¿Son esas cúpulas
que en llama y palmatoria se iluminan?
Muestra su hermosura, pulsa en este cauce
acaso el mundo. (Fugaz destello, alarido
en la batalla de la luz).

Qué puñal de frío,
certeza al fin y cuánta lumbre.

A lo lejos,
donde pueblan las aves
el mantillo de abandono,
reina el hueso de esta voz,
la estructura
incipiente de los dones.

Extraña claridad, velo hacia las aguas.

Medrando por salir
el pájaro construye su resorte,
su aguzada luz
en qué materia, con qué beso
para el hambre. Y vuelva aquí
su despedida,
su tallada fiebre,
para encontrar despacio
la memoria del abismo.

PrEParas La HUELLa…

Preparas la huella musical,
la cortante línea
que resume el paraíso,
para volver y afrontar ese ámbito
de nadie. Aquí el viento
lanzando sus cadenas,
tijeras usurpadas de la herida,
tibio eslabón
que en vano va a abrazarte.
Comprende ese silencio,
profundo estupor que no te encuentra
cuando sales a buscarte,
a contemplar la tarde
y perderte en la memoria oscura.
Y así hoy
en tu probable suerte te detienes
y acaricias el tiempo de la noche. Cae
despacio, invadiendo
el reducto no palpable, espacio de amor
donde la luz se anuda, traza
su urdimbre, arropa el cauce
al abrigo creciente del silencio.

sÓLO rUMOr

La voz, levantada entre la niebla,
escucha las argucias de la muerte.

Qué ceniza
redimida, arena que se aleja
y destruye parte de esa flor.

Escondida entre los robles
cae la luz oscura.
Ahora el puente del invierno,
tejido que acaricia la frontera.

Has encontrado
la clave de esta sed: luminaria
honda y repetida, vigor
al equipaje. Es la lengua
y su tumulto, y en qué materia
vierte el alma su derrota.

Palabra y visión
de qué latido,
de qué surco sin tiempo.

Y tus manos regresan porque aman.

La asPErEZa DEL airE…

La aspereza del aire
(el viento trae despacio
las dudas de la muerte),
la ciudad
agazapada en su deriva,
a lo lejos, como saliendo de un naufragio
que incrementa su nido entre los árboles.

Es entonces el engaño
que ahora brilla, que late ante la ausencia
de ese fin secreto, o de esa lluvia
inacabada. Y en lo inmortal
las torres, el aroma
que se extiende en cada gesto,
que azulea y da su recompensa.

Viejas piedras en luz resucitada,
lento sortilegio.

Y mirar
para saberse en la distancia,
en la música que encuentras,
que acontece y es ya sucesión,
sílaba en más noche.
Noche profunda: tiembla el álamo.
A punto el recorrido
nítido del pájaro, transparente y fértil
porque da la vida.

Y regresas al regreso,
en la hora limitada por la fronda.
Vengan los tambores
invisibles al regazo de la luz.
Da la flor. Púlsala. Abate con fuerza
su residuo en la simiente.

Ofrece la ruta
como el pájaro sin plumas ofrece su designio,
traza el mapa que después
será erosión.

Aquí la piel no te abandona.
Aquí todo es desnudez,
palpitar que bien comienza.

CaDa tarDE EsPEra…

In memoriam Luis Javier Moreno

Cada tarde espera
el humo su naufragio.
Sumergido en la derrota
como quien ve el árbol caído
y acepta la tristeza. Esta suerte
de vivir sabiendo
que el fuego se despide de la sombra,
que los días aman la intemperie
como los cuerpos de la luz retornan al abismo.

Aquí, en esta hora perseguir
la sombra, el camino al escondite.

Esa guarida donde la niebla
es fugaz, y venturoso
el encuentro en la materia.

Aparecen las cosas
tan despacio, lo que uno ama
en su morada o su bastión,
aquello que conduce y vaticina
la luz vital y su comienzo.

Y atesorar cada lugar,
hacerse con el daño
en el paso inmune de la herida.
La memoria guarda
cada espacio, cada raíz
entregada por la propia flor. Y su semilla.

Y ese pulso a lo lejos,
borrando la muerte y sabiendo la historia,
para la alianza
con el pájaro del nombre hacia el azul,
pues es ahí donde acaso
hemos de encontrarnos,
en el lugar que ha creado
el remanso del poema.

COMO EL BOsQUE DOnDE Las EstELas DEJan…

Como el bosque donde las estelas dejan
la quietud invariable del silencio,
pienso en los signos del aire que recorren
esta sed que olvida el tiempo. Con vívida
firmeza, ahondando con las huellas
para un lugar que será otro.
Es mansa la tarde y algún pájaro canta,
se acercan con el viento los aromas
que acaso vienen como rastro del invierno.
Cercano el plenilunio,
celebra esta quietud
el hechizo de amar y de evadirse.

Postrarse con el fuego,
impedir la sombra
que acompasa ese murmullo.
Lejos el ave
que cruzó la ciudad
ante los aires fríos del engaño,
ante el trémulo golpe que es memoria,
azada en esa tierra para abrir el tiempo.
Y es resistencia en el fracaso:
abolir el olvido como intentan los gorriones
llegar al pan sin dueño.

Migaja de calor en lo aparente,
esta es la lengua con que besan
los ocasos, el idioma de una luz vencida,
la lámpara que alienta y reconforta
para una aparición en lo escondido.

Aquí me tiemblan
los ojos, las manos a otro sueño,
porque ahora ya conozco
la pequeña sombra de mi ser.

EL inviErnO Ha DEJaDO…

como una nota de la lira inmensa
Antonio Machado

El invierno ha dejado
las aristas del viento en la memoria.
Su discurso implacable,
su afán y desmesura. Empeño
sabio, muro contra la muerte,
deliro cuando nombro
cada día su secreto, cada día
en esa estancia:
la que origina el tiempo,
la que cae hacia el rescoldo.
Detenerse
para ver la vida, abrir
la extraña puerta al desengaño,
desnuda cosecha que se amansa,
como se amansa la luz,
como se amansa el trigo
en la fiebre incurable de los sueños.
Siempre regresa
esa avecilla para dar el alma:
la pequeña nota
en esta escena bajo el frío. Volved,
pájaros azules; seguid volviendo
ahora que la noche está entregada,
en el sosiego de los brazos a la piedra,
como aquella lira donde deja
la lluvia sus ojos invisibles.

Sólo borrarse,
fluir en la materia
sin nombre de los nombres,
caminar despacio hacia lo oscuro,
perpetuarse en el silencio
de sagrada lumbre:
el hechizo en la quietud y su morada.

La tarDE QUE rEsistE…

La tarde que resiste
en otro pensamiento más tenaz.
Al fondo está ese hálito
formando círculos de aire
y prepara la ruptura
que en la huella del día va a existir,
a ser también pasado.

Es el silencio y su venganza,
la abatida soledad
en el presagio de otra duda.
Qué tosca aparición
en la cautela del invierno.
El poema es esta suerte en la palabra.
Entréguese su carne
como se entrega el rostro de la luz
ante el frío del refugio.

¿Qué latido configura
en mis manos esta sangre,
la ardiente recompensa de la voz
cuando el canto invadido se desploma?

Y simplemente estoy aquí,
penetrando la dulzura de la noche
y en el umbral de lo que amo.

Venga ahora
la indomable presencia del invierno
y resista aquí la luz,
el cuerpo de las horas en su aire,
los pájaros de paso
que alargan la cosecha del olvido.

nO Basta EL aLMEnDrO…

No basta el almendro
ante los ojos que retienen su belleza.
También vivir, mirar su luz de cerca,
abrir el tallo en la memoria
y dejar los pliegues del recuerdo:
aquellas ramas que florecen
definen también su pertenencia.

Es ese invierno advenedizo,
su quebrada distancia con la muerte.
Y llega la orfandad
en la razón primera: batir el aire
y expandir desbaratado
el tiempo en cada sombra, su indecisa
silueta en los caminos. Qué hondo
afán de perseguirte,
de entregar tu belleza a la rutina.

Y entonces llega el día,
el pulso que se exime
de seguir latiendo,
porque ya ha cruzado
la hoja su temblor
y el secreto parpadeo de su ofrenda.