Juan Vicente Piqueras

Fundación Ortega MuñozPoesía, SO9

JUAN VICENTE PIQUERAS

Cuatro poemas

LA HABITACIÓN VACÍA

A Carlos Edmundo de Ory, in memoriam

Era uno de tus juegos preferidos.
¿Qué hay en una habitación vacía?,
preguntabas. Guardábamos silencio.

¿Qué hay en una habitación vacía?

Los que no conocían el juego
tal vez decían: Nada, y tú decías: No.
Nada es nada, he dicho qué.

Hasta que alguien decía, por ejemplo: Silencio.
Y tú decías: .
Y otro decía: Polvo.
Y el juego comenzaba a tomar vuelo.

Unas huellas de pasos en el suelo.
Un fantasma. Un enchufe. El agujero
de un clavo. La penumbra.
El cuadrado que deja en la pared
la ausencia de un cuadro. Un hilo.
Una carta en el suelo.
La huella de una mano en la pared.
Un rayito de sol que entra por la ventana.
Una telaraña. Un trozo
de papel. Una uña. Una hormiga extraviada.
La música que llega de la calle
(¿hay música sin alguien que la escuche?).
Una mancha de humo o de humedad.
Garabatos o pájaros o nombres
o un dibujo de Laura en la pared.

Tú ibas diciendo sí o no.
Tú lo sabías. Eras el inventor del juego.
Tú ya sabías, Carlos, lo que hay
en la habitación vacía donde acabas de entrar.

Era uno de tus juegos preferidos.
– ¿Qué hay en una habitación vacía?
– Un fantasma.
– Ya lo han dicho.
– Sí, pero el que yo digo es otro.


VISTO Y NO VISTO

A los amigos vivos que han desaparecido,
allá donde estén, con un abrazo póstumo.

La gente tiende a desaparecer.

Un día te hacen reír y al siguiente no están.

Un día te llamaban cada día
para saber cómo estabas,
y ahora ya no puedes ni recordar sus voces.

Un día dijeron siempre
Y siempre acabó siendo nunca más.

La gente se parece a los fantasmas.
Aparecen, seducen, crees en ellos,
dan miedo, brillan y desaparecen.

Se van y, de repente, ya no existen,
como si nunca hubieran existido.
Llegas a convencerte de que los has soñado.

Yo soy uno de ellos.

Morir, en nuestro caso,
es una redundancia.


CÓMO ESTÁS

Morí el martes pasado y nadie se dio cuenta.

El mundo siguió igual, cambiando e inmutable.
No hubo huracán ni anuncio ni tormenta
ni nubes que dejaran que entre ellas
se colara ese rayo de luz que aparecía
en las portadas de los catecismos.

Mi hija siguió sirviéndome el té a la misma hora
y yo sigo tomándolo a sorbos menuditos
con la pajita que ella coloca entre mis labios.

Mi marido me dijo no te vayas
y yo ya me había ido.

Las visitas me cogen de una mano.
La otra ya no está aquí.

Me traen regalos que ya no me sirven,
y preguntas que no sé responder.
Cómo estoy, por ejemplo,
o qué tal he dormido, qué me apetece, cosas.

Veo, sin abrir los ojos, cómo mueven los labios.
Dicen palabras que ahuyenten su miedo.

Palabras como éstas. ¿Cómo estás?
¿Cómo has dormido hoy?

Morí el martes pasado.
Estoy mejor.


LO POCO QUE SÉ

Sé que la pena no vale la pena.

Sé que la dicha no puede ser dicha.

Sé que el amor, esa misión salvaje,
delicada, imposible, es la única forma
de estar en este mundo sin errar.

Sé que la muerte lo resuelve todo.
Sé que la muerte, no, quiero decir la vida
es un jilguero en un árbol desnudo
o en un almendro en flor,
cantándole a la luz,
dando gracias al cielo por todo
sin saberlo.

(poemas inéditos en España y editados por primera vez
en INSTRUÇÕES PARA ATRAVESSAR O DESERTO,
ed. Assirio & Alvim, Lisboa 2018)