José Luis Piquero

Fundación Ortega MuñozPoesía, SO3

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JOSÉ PEDRO CROFT
Sin título 2013
Aguatinta y aguafuerte

JOSÉ LUIS PIQUERO

MIERES, 1967

MATRIMONIO

¿Quién juega con los grifos?
¿Una esposa afligida, un dios-ama de casa,
haciendo cosas útiles como llenar la olla o fregar las sartenes?
¿Eres tú? No lo hagas. Me he escaldado los hombros
con los que llevo el peso
de nuestras vidas
cuando no estás para abrir grifos
y ya no digo nada de escribir un poema.

Sí: eres como Dios, no te das cuenta.
Es por tu intercesión que me quemo la espalda o me muero de frío,
a la intemperie, en medio de toda esta blancura (empañado milagro, santa sábana, un Cristo dando voces).
O quizá no: serán
caprichos de traviesas tuberías
–¿qué sabemos nosotros de tantas tuberías, de Misterios?–,
y a lo mejor eres tan inocente y estás tan indefensa
como el blanco gusano enjabonado: yo. Mira a tu Hijo.

Si pudiera quedarme para siempre bajo la ducha, lo he pensado,
ensayando una especie de renacimiento, una muda de piel.
Los frascos amigables no contienen secretos,
no dicen: ya no puedo más. No juegan
al escondite con sus semejantes.
El mentol y la esencia de vainilla sólo quieren quererme.
Ser el vapor, difuminando el mundo,
un indio bautizado,
un alegre tritón pringoso de fragancias, un no-resucitado, ungido para nadie, cualquier cosa

menos el responsable
de esto:
de nosotros.

Los santuarios no existen. Moriremos de exceso
de realidad. ¿Es otro día malo, mi condena, mi amor,
mi Padre cruel, que me has mandado a redimir el mundo, y tengo que salvarte?

No toques esos grifos. Saldré tonificado, reluciente,
tan fiable y tan sólido, puro mármol de Roca,
dispuesto a hacerme cargo, como siempre.
Feliz como una gota de colonia.

A no ser que las gotas de colonia tampoco sean felices.


RESPUESTA

Ah, ¿conque ahora sí existo? ¿En qué quedamos?
Problemas, claro. Sois tan previsibles, todos esos y tú...
Pues mira, José Luis, yo no puedo hacer nada.
¿Cuándo os enteraréis de que estáis solos?

Y no sabéis la suerte que tenéis. Hace siglos, la noche de los tiempos,
vosotros me inventasteis. Yo dormía
mi sueño sideral. No sabía de mí,
feto inconmensurable.
Y de pronto las voces, tantas voces,
gimiendo, suplicando, y todos esos cánticos.
Yo quería huir –¿a dónde?–. Y fui Yo a mi pesar:
manos en el regazo, la cabeza inclinada, los ojos entornados,
diciendo a todos: “Sea”, y pasando a otra cosa. Y sin mover un dedo.
Tontos, no os enterabais. Y me dabais las gracias.
De nada, ¡ja ja ja! De nada, hijos.

Si pudiese dormir, aunque fuera un momento. Pero ¿a quién
elevaré mis preces? En el fondo os envidio:
la ignorancia, el silencio, la ilusión,
vuestro seguro premio de una muerte.

En cuanto a ti, eres el que faltaba. Te creía más listo que los otros.
¿Cómo llamas a esto? ¿Afán de trascendencia,
tu lado espiritual?
No sigas insultándome con esas pejigueras.

¿Cuál era tu asuntillo? Da igual. No me interesa:
ayúdate a ti mismo, yo me lavo las manos.
Ni premio ni castigo, no me meto en tus cosas.

No quiero saber nada.

Sólo quiero morir y no me dais ni eso.


DUMMY

En realidad ya estoy acostumbrado:
ni siquiera me duele.

Antes era peor: perspectivas de viaje que siempre se truncaban (y a los niños
no les daba ni tiempo a marearse),
el dejà vu del susto y un punzante
sentimiento de culpa:
no he sabido cuidar de mi familia.

Luego uno aprende a relativizar
y no faltan ventajas: nada de preocuparse por ascensos
o por pagar facturas,
mis hijos nunca traen malas notas,
mi mujer no me engaña: se sienta y cierra el pico.

Somos una familia peculiar: el señor Ave Fénix y señora
con sus encantadores chiquillos soñolientos.
Tan ciegos, tan tenaces
en el error. Tan tontos.

Ya lo sé: damos risa.

Tengo este sueño: pego un volantazo
de lo más inspirado, piso a fondo,
esquivo a un ingeniero y salimos a escape
carretera adelante, hacia auroras blanquísimas, el cielo de los dummies.
Y al despertar os odio. ¡Dios mío, cómo os odio!

Óyeme tú, viajero, que recorres triunfante la autopista
y a tu corazón baja
el canto eterno de la radio-fórmula.
Acuérdate de mí cuando, muerto de miedo,
levantes la cabeza llena de sangre y grites:

“¡Santo Dios, no lo he visto!

                                                          ¿Estáis bien?”.

                                                                                        Y el silencio.


NOLUGAR

¿Quién anda ahí? ¿Es Dios?
¿O Supermán?
Algún extraño, en cualquier caso; nadie
viene ya por aquí. ¡Sal a la luz!

Ah, no, me he confundido: le conocemos bien,
aunque no sé si es hombre o es animal doméstico
o práctico utensilio, o mejor una idea que ya se nos había ocurrido antes,
un sueño tumultuoso.
Pero, en fin, aquí está, y es como de la casa.

Bienvenido, llevábamos un tiempo sin visitas,
hoscos, ensimismados, sin hablar,
no viviendo los días: aventándolos lejos
como arrugadas bolas de papel.
Ya no suceden cosas y es mejor que así sea,
conque no te hagas muchas ilusiones
de venir a hacer cambios. ¿Para qué?

Todo empezó hace tanto tiempo que ni me acuerdo.
No empezó con tormentas ni cielos ominosos; nada de numeritos.
En realidad no sé cómo empezó. Ni sé lo que empezó. Nadie lo sabe.
Pasemos ese punto.
                                      
Poco a poco
fuimos acostumbrándonos, ¿quién va a morirse de eso?
Hay momentos mejores y momentos peores; relevante ninguno.
Con un poco de suerte, sólo se trata de irse consumiendo.

Por lo demás, no hay que explicarlo todo:
se arruina el chiste y tú
no eres ningún extraño para que nos pongamos a aburrirte con líos
que conoces de sobra.

Mejor cuenta tú algo. ¿Ya te vas?

Se me olvidó decírtelo: te quedas.

No montes un escándalo. Eso, arrímate ahí.
Y empieza a no hacer nada.
                                                      
En el fondo esto es justo
lo que toda tu vida sabías que iba a pasar.

Yo me vuelvo a mi puesto.

¿Quién anda ahí? ¿Es Dios...?


vuelo 19

(Triángulo de las Bermudas)

Sólo vemos el mar. Se acaba el plazo
del combustible y se avecina el mito.
Atrás quedaron las islas azules
y la torre fiable y una voz obstinada
que susurraba cosas. ¿Eras tú?

¡Qué mundos fabulosos nos aguardan!
Espacios paralelos, planetas encantados...
Di lo que se te ocurra y seguro que sirve:
los marcianos, sin duda, pero también ciudades sumergidas,
auroras boreales y secretos, muchísimos secretos.
Y tanta maravilla por un precio ridículo: morir.

Comprendo: nuestra vida
sólo fue prepararnos meticulosamente para esto,
ser leyenda, alimento de sueños increíbles.
Y es una hermosa muerte.

                                                      Pero ahora,
en el instante último, mientras aferro ansioso la palanca de mando
y el motor agoniza, me pregunto
si estamos engañados, si sólo queda el golpe, tiburones
y un silencio perpetuo. En vez de auroras
y planetas, el frío. En lugar de ciudades
e insondables secretos, no ser nada.

¿Pero por qué iban a mentirnos tanto, y para qué?

El rostro en el cristal de la escotilla,
su mueca de sarcasmo.

Es el final. Ya estoy cayendo.
                                                               Temo
que adonde voy ahora no me espere ni Dios.