JOSÉ ÁNGEL CILLERUELO
NÚMEROS / SÍLABAS
101
A que las aguas hablen,
humilde chapoteo entre graznidos
de gaviota, oleaje
contra el muelle de barcas a motor.
Y en su no decir nada
oiga yo
el latido, las voces
al otro lado de la puerta, actores
oídos por detrás de las cortinas. Una cháchara dulce
que adormece el sentido.
A que la luz no diga. Sin memoria.
109
Yo, pensándote. Tapia
cubierta por la yedra con un mirlo
en lo alto, desconfiado, inquieto.
Maduran las cerezas y los nísperos,
pero la piedra insiste en su grisura.
Puerta, verja oxidada,
hierro que nadie cuida. Yo, sabiéndote,
mis zapatos de charla con guijarros
que sepultan las malas hierbas. Cruces,
flores marchitas, nombres sin alguna
letra. Yo, presintiéndote.
114
Colores que se come
el polvo. Las molduras,
país de la carcoma. Abandonadas
ventanas con cristales
rotos, puertas abiertas
al viento y a la lluvia de noviembre,
reloj con manecillas
muertas, florero inútil,
sábanas blancas sobre la memoria.
Pero cuando las alzo
nada me dice nada,
nunca estuve en la casa cuyas ruinas
habito. En mi presente
ya no queda pasado.
117
Acumulaba azules, sombras
de óxido en las horas, días
en el cesto de frutas, pan
duro dentro de la panera.
La casa envejecía. Nadie
que cambiase los fluorescentes
de la cocina, que repare
el horno, el tirador, su miedo
si la noche la abandonaba
a sí misma. Con el pincel
del pintaúñas sin pintura
se arreglaba las manos. Tan
delicadas, había dicho.
120
Hombres que usan gafas para el sol
en interiores, mascan chicle,
escupen y si hablan solo dicen
obscenidades. Terciopelo.
Mujeres que jadean mientras liman
sus largas uñas. El prestigio
del rojo en las bombillas y paredes,
la costumbre de dar por nombre
otro nombre, de dar por vida siempre
un argumento de película.
La hipnótica canción de las mentiras
que suena en el jukebox del alma.
126
Cuando los músicos recogen
los instrumentos con desgana,
entre colillas humeantes
y un descuidado tarareo.
Cuando el servicio de limpieza
bosteza mientras amontona
los envoltorios de promesas
ya caducadas. Cuando hiere
agrio el silencio y las bombillas
entre los focos aún calientes
alumbran sin matices. Cuando
en las perchas del guardarropa
queda un abrigo abandonado
con una carta en el bolsillo.
134
Una cisterna que gotea,
el hollín de la luz cuando traspasa
los cristales, hedor a olvido,
gorjeo de una radio mal
sintonizada hace tiempo,
desde cuando bailábamos los sábados
por la tarde en el comedor,
inmortales los dos, la vida.
Una ventana que no encaja,
dejadez y abandono en todas partes
donde mire. Las emisoras
de la ciudad radiaban música
la noche entera. Imaginábamos,
insensatos, que aquel era el final.
154 Headlines are Best!
Bajo la marquesina en la parada
del autobús, con traje de brillantes,
chal y medias oscuras, disimula
su disonancia matinal la luna.
Siempre llega el antojo de la luz
con sus acólitos de abrigo y gorro
a zanjar el exiguo territorio
de la noche, su encanto y espejismos.
Un poco más. Si hubiera resistido
el brillo de la oscuridad un poco,
el aire indiferente de la luna
hubiera enamorado al mozalbete
indeciso con quien en la ciudad
se cruza tantas veces. Y ninguna.