Francisco Javier Irazoki

Fundación Ortega MuñozPoesía, SO1

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PEDRO J. GÓMEZ. Serie Castelo Branco 4, 2010.

FRANCISCO JAVIER IRAZOKI

(Lesaka, Navarra, 1954), poeta, ensayista, traductor y crítico musical, ha publicado los libros de poemas Árgoma (1980), Cielos segados (1992), Notas del camino (2002), Los hombres intermitentes (2006) y La nota rota (2009). Es colaborador habitual del diario El Mundo.

FRACASOS DE DIOS

     Yo tenía diez años cuando fui testigo de la invasión.
     Como los demás niños, hasta con los ojos vendados podía ir sin equivocarme a la escuela del álgebra y el miedo. Allí nos domesticaban los curas selenitas. Pero de repente las señales del camino desaparecieron; llegaron proyectores, decorados y hombres vestidos con ropajes de otro planeta. Delante de mí, dificultándome el paso, se situó un muro de carne móvil. La masa de aquel ser poderoso se dirigía lentamente a la tienda de comestibles.
     En nuestro pueblo lunar, al jefe de los invasores, Orson Welles, que cebaba su ingenio con el desayuno diario de un pollo de granja, lo llamamos Huelles. Todavía no estábamos disminuidos por el orgullo tribal, y él nos observaba con el aplomo de alguien acostumbrado a los extraterrestres. Si en la juventud radió a sus vecinos la afluencia temible de unos alienígenas, casi treinta años después venía a conquistarnos para imponer una religión lejana: el cine. Lo sentimos feliz cuando cayó una gran nevada en la aldea y pidió a sus ayudantes que filmasen las primeras secuencias de Campanadas a medianoche, su adaptación de cinco piezas de teatro de otro terrícola llamado William Shakespeare.
     Aunque nos anunciaron la visita, no encontré en las calles a una evangelizadora francesa, Jeanne Moreau, que luego me turbaría desde las pantallas.
En la última semana del rodaje, el cineasta cruzó un puente de piedra y se detuvo frente a la puerta de una casona. Miró los hierros o maderas como si fuesen partículas de algún asteroide caído y, hechizado por el antojo, preguntaba cuál era el precio. El dueño no quería vender su humilde objeto. Nunca aprenderíamos tanto de un diálogo sin entendimiento. Los comparsas de la película se quitaron entonces sus disfraces y vieron una imagen que superó las fantasías del cine.
     Huelles contaba inútilmente sus monedas ante la puerta demasiado grande para un pequeño dios.