Francisco Ferrer Lerín

Fundación Ortega MuñozPoesía, SO1

Image

PEDRO J. GÓMEZ. Serie Castelo Branco 2, 2010.

FRANCISCO FERRER LERÍN

(Barcelona, 1942) publicó Fámulo (2009) en la colección Nuevos Textos Sagrados de Tusquets, libro con el que consiguió el prestigioso Premio de la Crítica. Para entonces, había reunido su poesía completa en Ciudad propia, poesía autorizada (edición de Carlos Jiménez Arribas, Artemisa, 2006) y dado a la imprenta tres libros en prosa: Níquel, Bestiario y Papur. SUROESTE adelanta cuatro poemas inéditos de su libro Hiela sangre, de próxima aparición en Tusquets.

Varia

Hélade fatal, hastiada,
llevas marca de futuro, señal
sobre la piel extendida, sobre la piel
tersa, brava, en el año
capital, cuando naciera el preboste
y aquel clérigo señor, autor
de obra menor
angustiada.

Qué común razón, martirio,
una porción de estiaje, campo de proporción,
natural pista de ondas,
electrónica ferial, gas de chimenea, cristo,
salimos a saludar, convencidos
de que el tiempo era este, que la esposa, la industria
del metal, la tarde,
culminaban un hecho
trascendental,
hipogrifo botocudo,
linfa astral.

Mostró el vidente las cartas,
laxas, apostilló,
es la harina salpicada, y el viento que hería el rostro, ese Potoc
que no habló, no habló muy alto, habló mal,
especialmente.
Cágney, Merlot, Cannavale,
nombres de amor, pasatiempos
de lo mejor de la finca. Grímbey,
Sesún, Iturralde,
cuánto dolor
dijo Cágney
y sí, mereció morir,
no nos quedaba ya aire
para tal espiritual
locuaz minoico albañal
ese dulce primordial
hojaldrada flor de lis.


A un alma precordial, asesinada

Japonesa
son tantas las cautelas y la previsión
de los hijos que
la escuela de poetas pobres y la lavandería
mecánica
adolecen estos días de crudo invierno
de los más indispensable enseres: aperos,
gasas, alcanfor en rama
y monumentales jaliscos.
¡Qué sumisión
a las normas establecidas! Guayaberas,
moriscos, hasta un terno fosco capihundido que el maestro
de ayuno
importó de las islas. Amo
en especial
aquellas tardes
de lectura, besos
de carmín a carmín, pintalabios, lápiz
de labios que, en nuestra lengua (tendida al fondo,
pacata)
son varias las acepciones
y las imágenes (hombreras
de plenilunio,
bombera,
pájaro carpintero,
dama cobalto
en la cuna,
silenciada).


Thel 12

El dominio donde reina la arcilla bajo forma de terror, donde
el contumaz gusano –esa gigantesca lombriz lobo– apabulla
el aire oculto, y la sombra del agua como ollar inmarcesible regenera
la voz de Aquel al final de la tarde. Esa cabeza débil
que no soporta ya el peso del fino insecto. Ese insobornable alférez
que fue a ocuparse de los muchos a su cargo. Esa misión:
oler sus ropajes lechosos entre las cuadernas rotas, entre
obra civil de manos sanguinolentas, adscritas
a miembros activos de razas degeneradas. Sí,
aunque de porte exquisito, desconocen
cuál es la fecha de la composición del poema y no miden
la fugacidad de los jardines sin lápidas, el tamaño
de los frutos del olvido que comen los esclavos. No saben
cuál es el objetivo, no pueden
(sólo restan quince ejemplares del libro iluminado)
castigar a quien magulla los cuerpos seccionados, repiten
el nombre de origen oscuro que no debe mencionarse, llegan
al confín, a la puerta norte, a la imposible extensión
del llanto y la tristeza donde jamás se vertió aceite
sobre ellos, criaturas asociadas a la muerte, llameantes esculturas
de porte hospitalario.


Furor censal

Este es el embustero que a veces imita el ladrido del perro.
Este es el rey de la leña podrida y de los huesos de médula atinada.
Esta es la madre de figura capciosa que mece imprecisa la impudente alimaña.
Esta es la mujer de facciones morenas que cruza ligera las colinas cansadas.

Son cadáveres dispuestos al alba en atroces posturas,
reptantes longitudes que todo lo envenenan, valles asustados.
Padres convertidos en ogros de antro, septenarios ciegos,
parejas contrarias, visionarios pulcros en arte maduro,
reos aquejados de un rural siseo, cundió la costumbre de negar el uso
de suaves nodrizas, ¡serpientes! ¡no hijos! proclamó el soldado,
taciturno hirsuto, mendigo de hierba que engrasa el ganado.

Núbiles obreras, de hábil maleficio, quemarán el lienzo,
verán al enano que modela el barro, a Cruel, a Guisado,
a Sesenta Inviernos, a las Pestilencia –cuñadas enormesy
a las Moribundo –primas elocuentes- forzar la sintaxis
que inclusivas hordas –amazonas bulbosvierten
en el Húmedo.

Pasmada montura, nadar nunca pudo.