Emily Roberts

Fundación Ortega MuñozPoesía, SO8

EMILY ROBERTS

Mi padre me enseñó el color azul

Cuando mis padres eran pobres y jóvenes y felices,
heredaron (heredé) su primer árbol de Navidad.

Yo tenía
dos años
y aún no conocía
el color azul.

Hay un vídeo en VHS donde mi padre me pregunta
cuál es mi bola favorita.
Eran viejas. Prestadas. Con un brillo hortera de todo a cien
—aún no había chinos—,
abundaban rosas y amarillas.

Mi padre escogió la bola azul
en lo alto del árbol.
Era la única bola
azul.

Yo seguí su dedo y la señalé también,
sin saber aún su nombre.

—Azul, la bola azul.
—Azul —repetí.

Y supe que desde entonces
yo quería ser azul.

Me enseñaste a bailar salsa con una canción de Beyoncé

What does it matter that there were other people to love?
Anne Carson

Importa: aprender a beber y a rezar
de puntillas.

Eso fue lo que aprendí.
Importa: rellenar los vasos
y entregar el vino.

Con eso basta.

Importa: el sabor del deseo,
la pequeñez del agua.

Importa: el cuenco de las manos;
derrochar:

                             dar y derramar.

Alguien se aleja de mí
al final de la noche.

Alguien regresa a mediodía
para decir adiós.

Alguien me recuerda sin conocerme
en la antigüedad de la caricia.

Quién querrá bailar
cuando enciendan las luces,

quién te seguirá
aunque no deje rastro,

quién se resistirá a decirle al corazón
que no tema,

que su latido es
                                exacto.

Parliament Hill

Nobody can tell what I lack.
Sylvia Plath

Después de haber llegado aquí,
te tienes que marchar.

Aunque dijiste: no me pienso ir,
aunque lloraste de felicidad
            cuando las luces.

Tanto tiempo esperando para ver la ciudad,
tanto tiempo lejos,
que ahora vuelves y te asomas:

no quieres
despedirte.

Y sin embargo, vuelves,
y ya estabas allí,

no importaba la luz
ni el color del día,

ni el temblor con el que esperaste resistir
—así—
la helada.

Don’t Cry for Me, Aberyswyth

Para Miriam

No llores por mí, Aberyswyth,
dice el grafiti junto al cementerio del castillo
que fue destruido por Carlos I
                tras la Guerra Civil.

No llores por mí.
Y no lo hará.
Porque es ella quien ha querido venir
frente a las olas               que arrasan
el paseo marítimo.

Ahora                 estamos aquí
                  salvajemente libres
como un castillo en ruinas
que ya no puede temerle al mar.

London Bridge

Estábamos rompiendo.
Caminábamos por el Puente de Londres

cuando señalaste Tower Bridge y dijiste:
Mira cuánta belleza.

Como si pudiera detener el daño.
Allí solían degollar a los traidores, te dije.

Dos semanas después cometerían los atentados.
Una desconocida me ofreció su casa para que no volviese sola.

Subestimamos la caridad de los extraños:
nunca sabemos cuándo una muerte puede salvar una vida.

Después de leer a Filipa Leal en Roma

Es posible viajar a Roma
              sin estar enamorado,

como es posible lanzar monedas a la Fontana de Trevi
              sin creer realmente en el deseo pedido,

y es posible devorar helados frente al Panteón
                          sin tener hambre.

También es posible bailar en el Trastévere
              tras beber mucho vino blanco
                          y elegir un compañero de baile.

Es posible besar a un romano efebo
              con los ojos color puesta de sol en la Piazza di Spagna
                          y fingirse enamorado.

Es posible fingirse enamorado de un desconocido             y creerlo,
              en Roma             o en cualquier parte del mundo,
              como antes             —a menudo—             aprendimos.