JOSÉ PEDRO CROFT
SIN TÍTULO, 2017
CHUSÉ RAÚL USÓN
EL ARAGONÉS, LENGUA TRANSLÚCIDA
Introducción
El aragonés, lengua aragonesa —vulgar aragonensi o lengoage d’Aragon, en la scripta medieval—, o más moderna- mente y de forma inexacta, fabla aragonesa, ha sido un idioma, desde muchos puntos de vista, traslúcido, difuso, prácticamente inexistente. Y, de algún modo, aún lo sigue siendo.
Al igual que otras lenguas romances de la península, el aragonés se formó entre los siglos VIII y X de nuestra era, en los territorios del futuro reino de Aragón (1035). Con el enlace matrimonial de la reina Petronila de Aragón y el conde de Barcelona (1150), el catalán tuvo cada vez más peso y presencia en los registros escritos. Los reyes aragoneses redactaron las leyes en latín a la vez que ordenaban su traducción al aragonés y al catalán. Después del Compromiso de Caspe (1412), que supuso la entronización de Fernando de Antequera, de la dinastía castellana de Trastámara, el castellano sustituyó paulatina pero inexorablemente al aragonés (y también al catalán) en los usos formales. Sin embargo, como es natural, el pueblo llano continuó hablando la lengua popular. Tras los Decretos de Nueva Planta (1707 y 1711), de Felipe V (Felipe IV d’Aragón), por los que quedaron abolidas las leyes e instituciones propias de reino de Aragón, el aragonés entró en un proceso de desprestigio y retroceso en el uso social que se acentuó con la Guerra de la Independencia (1808-1814) y se aceleró durante el siglo XX, en especial tras la Guerra Civil española (1936-1939). La represión republicana y franquista en la escuela, y la despoblación que sufrió el Alto Aragon entre las décadas de 1950 y 1970 dejaron la lengua al borde de la muerte.
El ‘descubrimiento’ del aragonés
Hasta finales del siglo XIX, como apuntábamos arriba, el aragonés no existía para la comunidad científica. Su ‘des- cubrimiento’ se lo debemos al filólogo francés Jean-Joseph Saroïhandy (1867-1932), que visitó el Alto Aragón becado por el hispanista, también francés, Morel-Fatio, a quien unos artículos publicados sobre los dialectos de transición entre el catalán y el aragonés del regenacionista Joaquín Costa (1846-1911) le habían puesto sobre la pista: hasta aquella fecha el romance medieval aragonés se creía extinto. Durante casi veinte años, el filólogo recorrió aprove- chando sus vacaciones, a pie o en caballería, más de ciento treinta localidades, recabando materiales dialectológicos de valor incalculable —más de 30.000 voces, pastoradas y literatura de tradición oral—. Por desgracia, Saroïhandy murió prematuramente sin poder concluir la monografia descriptiva del aragonés que lo habría puesto de largo ante la comunidad romanística europea.
Junto a Saroïhandy, y a su misma altura, debemos hablar de otro pionero en el estudio y recopilación de esta lengua, el abogado aragonés Benito Coll y Altabás (1858-1930). Publicó varios trabajos lexicográficos de gran relevancia, esbozando en las introducciones la gramática, la fonética y la morfosintaxis del aragonés ribagorzano. Defensor convencido de la unidad de los distintos dialectos del aragonés, fue firme partidario de la creación de una Academia para esta lengua y, a pesar de su formación autodidacta, mantuvo correspondencia con el filólogo Ramón Menéndez Pidal y el propio Saroïhandy.
Los trabajos de Saroïhandy llamaron la atención del alemán Alwin Kuhn (1902-1968), que consagró a nuestra lengua el imprescindible Der hocharagonesische Dialekt (1935) 1. Otro pionero fue el inglés William Dennis Elcock (1910-1960) y su De quelques affinités phonétiques entre l’aragonais et le béarnais (1938). Pero hubo más estudio- sos extranjeros: Gerhard Rohlfs (1892-1986), Rudolf Wilmes (1894-1955), R. W. Thompson (1922-2010) o Günther Haensch (1923-2018). Entre los investigadores aragoneses destacaron Vicente Ferraz, Pedro Arnal Cavero, José Pardo Asso, Ángel Ballarín, Tomás Buesa y Manuel Alvar.
La literatura en aragonés
El primer documento escrito en aragonés fueron las Glosas Emilianenses, del siglo XI, tesis defendida por algunos autores, entre ellos el filólogo alemán H. J. Wolf. En el estudio comparativo que llevó a cabo sobre veinte caracte- rísticas lingüísticas del texto, quince son aragonesas y solamente cinco riojanas. El debate entre la denominación aragonés o navarro-aragonés sigue abierto.
En el siglo XIII cabe destacar Razón feita d’amor (1205), cuajado de aragonesismos, o el Vidal Mayor (1247- 1252), primera compilación de los Fueros de Aragón encargada por Jaime I a Vidal de Canellas, obispo de Huesca. Su versión en aragonés es fundamental para el conocimiento del aragonés del siglo XIII. Del siglo XIV es obligatorio citar a Johan Ferrández de Heredia (1310-1396), humanista y traductor. Desde su taller de Aviñón vertió las principa- les obras de autores de la cultura grecolatina como Plutarco y Tucídides a una koiné aragonesa. Otras obras de esa época fueron la Crónica de San Juan de la Peña (la versión aragonesa está fechada entre 1369 y 1372), y la versión en aragonés de El libro del trasoro, de Brunetto Latini, en torno a 1400. Tanto la obra herediana como todas estas obras no representan fidedignamente la lengua popular, la lengua real. Más bien se trata de una scripta medieval transida de castellanismos o de catalanismos, según las versiones, por lo que es muy difícil saber con precisión cómo era el aragonés de esas centurias.
Tras la invasión del reino de Aragón por parte de las tropas castellanas en 1591 mandadas por Felipe II (Felipe I d’Aragón) y la ejecución de su justicia mayor, Juan de Lanuza, se observa una definitiva castellanización de las fuentes escritas.
El primer escritor, en este caso escritora, que conocemos con nombre propio en lengua aragonesa fue la poeta Ana Abarca de Bolea (1602-1685). Nacida en Zaragoza, pronto fue enviada al Real Monasterio de Santa María de Casbas (Huesca), donde llegó a desempeñar el cargo de abadesa. Fue autora de tres composiciones poéticas, publicadas en su obra Vigilia y Octaviario de San Juan Bautista (Zaragoza, 1679). De esta época fueron también el licenciado Matías Pradas, vicario de Cariñena, doña Isabel de Rodas y Araiz, colegiala del ilustre Colegio de las Vírgenes de Zaragoza, y un autor anónimo que firmó con el pseudónimo de «Fileno montañés», que publicaron tres poemas en aragonés en el volumen Palestra numerosa austriaca (Huesca, 1650), o José Tafalla Negrete (1639-1696) y su romance de temática navideña «Al nacimiento de Christo».
A lo largo del siglo XVIII pocas fueron las manifestaciones literarias en aragonés, destacando principalmente las Pastoradas, en especial las ribagorzanas, sobre las que volveremos más adelante.
En la modestísima historia de la literatura aragonesa pueden descatarse, además de la monja Ana Abarca de Bolea, Braulio Foz (1791-1895), que intercaló dos pequeños fragmentos en aragonés en su novela Vida de Pedro Saputo (1844) —considerada la mejor novela aragonesa de todo el siglo XIX—, Bernardo Larrosa y García (1810- 1893), abogado y autor de un sainete en aragonés titulado Un concello de aldea (1847) —inédito e impunemente silenciado por la familia del filólogo Tomás Buesa Oliver, que ha impedido su publicación desde hace décadas—, los ribagorzanos Cleto Torrodellas (1868-1939) —cuyos versos se aprendían de memoria y se recitaban por varias comarcas altoaragonesas— y Vicente Barrós (1877-1943) —autor de una vasta y moderna obra en aragonés ribagor- zano, todavia inédita2—, y el cheso Veremundo Méndez (1897-1968), considerado por la intelligentsia filológica de la Universidad de Zaragoza como el último escritor dialectal aragonés. Para esta, tras su fallecimiento a finales de los años sesenta del siglo pasado, y durante una buena época (y lo escribimos con conocimiento de causa), el aragonés fue considerado una lengua muerta.
Lo cierto es que en el último tercio del siglo XIX hasta nuestros días se consolidaron dos importantes focos de creación literaria, precisamente en aquellas zonas donde más uso social tiene el aragonés, por lo menos hasta fechas muy recientes. Nos estamos refiriendo a Ribagorza —en especial a los núcleos de Graus, Estadilla y Fonz— y al valle de Echo, en el Pirineo occidental, auténticos baluartes de la lengua.
El primero de ellos ha gozado desde mediados del siglo XVIII de un tipo de representación de teatro popular en el que el aragonés, en su variedad ribagorzana, tenía una notable presencia: las Pastoradas, que se representaban en la plaza mayor de las localidades el día de la fiesta mayor, si bien el aragonés era utilizado siempre por los per- sonajes de menor condición social. Gozaron de un gran éxito y se copiaron unas a otras extendiéndose por toda la comarca, pasando a Sobrarbe3 y llegando incluso hasta Monzón4 . Por desgracia, desconocemos la autoría de las pastoradas, si bien en los años veinte del siglo pasado, tiempos de bruscos cambios socioeconómicos y llegada de nuevas modas, y ante la crisis que sufrieron estas representaciones o quizás por el deseo de reactualizarlas, algunos autores se encargaron de redactar pastoradas de nuevo cuño, como es el caso de Vicente Barrós, anteriormente citado5. Seguramente, esta tradición de pastoradas en la zona y el hecho de ser espacio de contacto con el catalán, que desde los primeros pasos de su Renaixença fue un espejo de inspiración, contribuyeron a la consolidación de esta pléyade de escritores ribagorzanos.
La nómina es extensa. Comienza con Bernabé Romeo y Belloc (1841-1916), primer autor ribagorzano conocido, autor del libro Las fuentes de la poesía (1885) —que pasa a la historia de la literatura en lengua aragonesa ya que, junto a poemas en castellano, francés, italiano, latín y catalán, escribe cuatro en aragonés ribagorzano, convirtiéndose en el primer autor conocido en esa variedad—, Dámaso Carrera (1849-1909), amigo personal de Joaquín Costa y pionero en publicar artículos en aragonés en El Ribagorzano, periódico referente del regeneracionismo aragonés, Vicente Castán (1865-1922), los ya citados Cleto Torrodellas y Vicente Barros, el párroco Enrique Bordetas (1867- 1938), Antonio López Santolaria, Tonón de Baldomera (1904-1977), Francisco Castillón (1908-1982), Cleto José Torrodellas Mur, Pablo Recio (1914-1988), sobrino de Cleto Torrodellas, Luis Aguilar, Lluisón de Fierro (1928-2016), autor de una extensa aunque irregular obra, o Bienvenido Mascaray (1937), por citar los más relevantes. Estos últimos autores hacen de puente con la siguiente generación de escritores ribagorzanos: Elena Chazal (1960), Ana Tena Puy (1966), Chuan Carlos Marco (1969) y Toni Collada (1974).
En el extremo opuesto, pero al norte, se encuentra Echo, lugar que ha sabido mantener la lengua como pocos, aunque, como en el resto del Alto Aragón, el castellano ha hecho estragos en el dialecto durante las últimas décadas. Contrariamente al foco ribagorzano, en el valle de Echo no ha existido una tradición literaria, ni de pastoradas ni de escritores del siglo XIX6. Más bien fue fruto de la casualidad. En agosto de 1900 se produjo un horroroso incendio que destruyó la ermita del pueblo dedicada a la Virgen de Escagüés y en 1902 Domingo Miral (1872-1942), filólogo nacido en Echo y que llegaría a ser rector de la Universidad de Zaragoza, tuvo la idea de escribir dos sainetes en la variedad local del aragonés, el cheso, con la intención de que se representaran y se recaudaran fondos para ayudar en los trabajos de restauración del edificio, muy lentos por falta de financiación: Qui bien fa, nunca lo pierde, y Tomando la fresca en la Cruz de Cristiano o a casarse tocan. La publicación de estas dos obritas por parte de un cheso de la categoría académica de un catedrático de griego tuvo, con toda seguridad, una gran influencia entre los habitantes de la localidad y contribuyó sobremanera a consolidar su conciencia lingüística. Además, el valle de Echo, que con- servaba a comienzos del siglo XX perfectamente el aragonés, fue visitado tanto por Saroïhandy como por algunos de los filólogos extranjeros antes citados. Uno de ellos, el alemán Alwin Kuhn, encuestó a un maestro de dicha localidad que tras la Guerra Civil española ocuparía la plaza de secretario del pueblo, y le solicitó que le siguiese mandando a Alemania textos en el dialecto cheso para poder continuar con sus investigaciones. Se trataba de Veremundo Méndez Coarasa7 (1897-1968), que se convertirá en sí mismo en toda una tradición literaria y que será objeto de estudio por parte de la dialectología española, siendo comparado con el salmantino Gabriel y Galán (1870-1905). Escribió más de 190 composiciones poéticas —fablas, las denominaba él— y fijó de alguna manera el cheso literario8, para bien y para mal, pues algunos de sus usos morfosintácticos no respondían al habla viva (el poeta estaba más interesado en la métrica, en la rima y en rescatar léxico) y han sido imitados por toda una serie de discípulos literarios, entre los que destaca Chusep Coarasa (1918-1989), Rosario Ustáriz (1927-2009) y José Lera (1947), compositor y alma máter del Grupo folclórico de la Val d’Echo, que ha grabado varios discos en cheso y ha conseguido que una de sus creaciones sea todo un fenómeno popular: la jota “S’ha feito de nueit”. Junto a ellos, la escritora zaragozana Victoria Nicolás (1939), vinculada a Echo sentimentalmente, dotada de una hondura poética excepcional, en cuya obra encontramos ecos de Bécquér y Machado, además de algunos poemas de carácter lúdico-humorísticos muy bien resueltos.
El resto del territorio del dominio lingüístico del aragonés, a nivel literario, es practicamente un yermo. Citaremos la breve pero interesantísima obra del maestro nacido en Bielsa Leonardo Escalona (1891-1938), el también maestro Pedro Arnal Cavero (1884-1962), autor de una obra algo más extensa que la del anterior, aunque en sus escritos lo que predomina es un castellano transido de aragonesismos —sus aportaciones más relevantes se centraron en el campo de la lexicografia y de la refranística del aragonés—, Chusé Gracia (1899-1981), autor de una obra poética pobre tanto desde el punto de vista literario como lingüístico, pero que debería haber sido publicada en su totalidad hace decenas de años, o Agliberto Garcés (1908-2002), colaborador en la prensa oscense entre finales de los años setenta y comienzos de los ochenta del siglo pasado. Sus escritos carecen de valor, interesándonos exclusivamente la lengua utilizada, anárquica y diglósica, para conocer la situación del aragonés durante la segunda mitad del siglo XX en la comarca de Huesca.
Pero en 1972 tuvo lugar uno de los hitos de la historia de la literatura, modesta, como ya hemos dicho, en aragonés: la publicación en Barcelona de No deixez morir a mía voz, de Ánchel Conte (1942), en la prestigiosa colección de poesía “El bardo”·que dirigía el poeta y editor José Batlló, gracias a la intercesión de José Antonio Labordeta.9 Fue todo un acontecimento y está considerada como la obra fundacional de la literatura contemporánea en aragonés.10 En su introducción, Conte reivindicaba con fuerza que el aragonés tenía categoría de lengua, que podía transmitir los sentimentos de los altoaragoneses, que el aragonés no era ni basto ni fiero ‘feo’ y que servía para más cosas que para hablar de vacas y ovejas. El modelo de lengua se basaba en buena medida en el aragonés de Sobrarbe que Conte escuchaba de boca de sus alumnos de Aínsa (Sobrarbe, Huesca), donde él estaba destinado como profesor, y en parte en el aragonés cheso de Veremundo Méndez, que completaba con sus conocimientos familiares del aragonés residual de los Monegros. Ánchel Conte, junto a Francho Nagore11 (1951) —que publicará los poemarios Cutiano agüerro (1977) y Purnas en a zenisa (1984)— y Eduardo Vicente de Vera (1952) —autor de Garba y augua (1976), la novela Do s’amorta l’alba (1977) para regresar de nuevo a la poesía con Chardín d’ausenzias (1981)— conforman esta primera generación de escritores que empezaron a utilizar una koiné —aunque con muchas deficiencias— para hacer literatura moderna. Hasta entonces los escritores en lengua aragonesa solo escribían en su variedad local mientras que la temática solía ser de tipo costumbrista. A partir de este momento el aragonés transitará prácticamente todos los géneros y todas las temáticas, con más o menos suerte. Con muy poca tradición —pues casi no tenía ninguna tradición en la que insertase—, el aragonés se abrió en par en par a la literatura contemporánea.
Inmediatamente a esta primera generación, a mediados de los ochenta, apareció una segunda generación de escritores más jovenes, todos neohablantes, cuya lengua literaria es la de los anteriores escritores citados y cuyos temas son, al menos en sus primeros títulos y de forma mayoritaria, la propia lengua, la situacion agónica en la que se encuentra, y la reivindicación aragonesista. Y seguirá apareciendo el tema del agüerro ‘otoño’, que el propio Ángel Crespo había estudiado en un artículo como metáfora metalingüística. Esta hornada de escritores estuvo formada por Chusé Inazio Navarro (1962), Chusé Raúl Usón (1966), Carlos Diest (1968) o el malogrado Roberto Cortés (1972-2015). Cada uno de ellos explora diferentes caminos: el amor, el país, la cotidianidad, la experiencia, la propia lengua, a través de poemas, dietarios, relatos cortos o incluso alguna novela, buscando su propio camino, pues, como hemos comentado antes, estaba todo por escribir. La mayoría de ellos han ganado distintos premios en ara- gonés, tanto institucionales como privados, y han sido traducidos a lenguas como el asturiano, el castellano, el ruso o el búlgaro. Sin embargo, su modelo lingüístico, al menos en alguno de ellos, todavía sigue siendo ficticio, irreal, y sigue sin actualizarse a pesar de las nuevas investigaciones y nuevos descubrimientos, presentando un frankenstein lingüístico en el que los hablantes del aragonés, en sus diferentes variedades diatópicas, no se sienten concernidos, por no hablar de las reticencias de algún miembro del departamento de Hispánicas de la Universidad de Zaragoza.
Junto a estos escritores en aragonés común, más o menos depurado o acertado, cabe destacar a los escritores nativos: Chuana Coscujuela (1910-2000) —autora del best seller en aragonés A lueca (1982)—, la ansotana Elena Gusano (1949), José María Satué Sanromán (1942), de Sobrepuerto, los chistabinos Lucía Dueso Lacorz (1930- 2010), José Solana (1946) y Quino Villa (1957), y los benasqueses Carmen Castán (1954) y Jose Antonio Saura (1965).
Todos los escritores nativos, al igual que los chesos y ribagorzanos que citábamos en el apartado anterior, han sido influenciados por el movimento de dignificación del aragonés que comenzó en los años setenta del siglo pasado: la toma de conciencia lingüística, la (casi) superación de los traumas de ser hablantes/escritores de/en una lengua minorizada y minoritaria, de que su lengua sirve para hacer Literatura, aunque también contaminados por los malos usos cometidos en las diferentes propuestas de koinetización del aragonés, sobre todo en los caprichosos neologismos o el uso de localismos o vulgarismos.
El aragonés, como lengua literaria, ha de seguir su proceso de construcción, de depuración y codificación (a pesar de algunos).
La poesía en aragonés
En estos momentos, la poesía contemporánea actual en lengua aragonesa se encuentra en fase agónica. No hay relevo generacional. Cuando el coordinador de este proyecto, Antonio Sáez Delgado, nos solicitó seleccionar a tres poetas en aragonés de hasta cuarenta años y con al menos un libro publicado, no fuimos conscientes de la magnitud de la tragedia. Somos concientes de otras tragedias del aragonés —la pérdida constante de hablantes, la falta de una grafia única y de un buen modelo de lengua común, la pasividad de los políticos y de la sociedad ante un manifiesto lingüici- dio...—, pero hasta entonces no habíamos caído en la cuenta de la falta de poetas jóvenes... Con lo necesaria que es la poesía y el papel tan importante que juega en los procesos de recuperación y dignificación de las lenguas minorizadas.
Pensamos en el tema durante unos días y pronto nos percatamos de que no teníamos autores que cumpliesen aquellas premisas. De los pocos poetas que están en activo, Anchel Conte, tiene setenta y ocho años; Nagore, que ha publicado recientemente, sesenta y nueve; Quino Villa, sesenta y tres; Carmina Paraíso, sesenta y uno; Elena Chazal, sesenta; Chusé Inazio Navarro, cincuenta y ocho; María Pilar Benítez, cincuenta y seis; Ana Tena Puy y Chusé Raúl Usón, cincuenta y cuatro; Chuan Carlos Marco, cincuenta y uno...
Para que el aragonés pueda estar presentado en esta Antología, el coordinador ha tenido que ser muy generoso y permitirnos rebajar sus condiciones. Para ello, hemos tenido que contar con una escritora nacida en Barcelona en 1974, de cuarenta y seis años, pero completamente inédita; con Chuan Carlos Bueno, con obra editada, pero nacido en 1976, y con Gabriel Sanz Casasnovas, que cumple el requisito de la edad —nacido en 1992—, pero que tampoco ha publicado nada hasta la fecha, aunque sí ha ganado algún premio literario.
Este es el panorama en el que se encuentra la poesía actual en aragonés, fiel reflejo de su trágica situación. Parece como si nuestros reyes, que ordenaron traducir sus leyes al lengoage d’Aragon, una Corona que se extendía por todo el Mediterráneo y que llegaba hasta Neopatria, los traductores de Aviñón, que se peleaban con los textos de Plutarco o Tucídides, los cientos de generaciones de hombres y mujeres que han hablado esta lengua milenaria, que ha servido para transmitir historias y sentimientos, palabras entre padres e hijos, conversaciones con amigos y enemigos, que han puesto nombre a las estrellas y a todo lo que les rodea, no hubiese servido de nada, incluida nuestra modesta literatura.
Los poetas antologados12
Margarida Sampietro i Ferrer (Barcelona, 1974) es nieta de emigrantes aragoneses. Cursó estudios de Marketing y Diseño, que amplió en Milán y Turín. Actualmente trabaja en una agencia de publicidad de la capital catalana. La autora, que ha escrito varios poemarios en catalán (inéditos), decidió escribir un poemario en la lengua que había oido hablar a sus abuelos paternos, descendientes de la comarca aragonesa de Sobrarbe (Huesca). La espoleta fue el fallecimiento de su abuelo paterno y, pocos meses después, el de su madre, que había trabajado en los inicios del SEDEC (Servei d’Ensenyament del Català). Hace tres años, y a través de la bibliotecaria del Centro Aragonés de Barcelona, con quien contactó Marga Sampietro, recibimos su manuscrito titulado Ramblas en calidad de editores. Se trata de un poemario con una treintena de composiciones en las que la autora aborda la infancia, tanto la propia como la de sus abuelos y padres. El tema principal del poemario, de alguna manera, es la pérdida de la infancia, la expulsión del paraíso. Pero también hay poemas en los que se habla de amor, en concreto de los primeros amores de la autora, que sirven de refugio frente a su reciente infancia perdida, y donde las ciudades de Barcelona, Turín y Milán son el paisaje en los que afloran los recuerdos y sentimentos, tanto familiares como amorosos.
Juan Carllos Bueno Chueca (Calatayud, 1976) es licenciado en Artes, Letras y Lenguas, en la especialidad de occitano y Máster en lingüística por la Université de Toulouse II-Jean Jaurès. Compagina el trabajo en la enseñanza inmersiva en lengua occitana con la encuesta del dominio lingüístico ribagorzano, en especial las localidades de Senz, Viu y la Vall de Lierp. Es secretario de la Sociedat de Lingüistica Aragonesa (SLA). Es autor de los poemarios Libro d’inventário —mención especial del premio “Ana Abarca de Bolea” de poesía (2000)—. Manumision (2001) y Con atra retina (2003), y de otros relatos y textos premiados como Café, Soberano e Fária (2001), Mar plena (2002), Pagano (2003), En o envero d’a fruita, premio “Universidad de Zaragoza” (2004), Mapamundi, premio “Hermanos Bécquer de la Diputación de Zaragoza” (2010), Manimenos yera poeta (2013), Wölfe (2014), Fullas royas (2018), El llibro d’Esther (2018) y Expedición 62, con el que recientemente ha ganado el premio “Condau de Ribagorza” (2020). Actualmente trabaja en un dietario titulado Cucs i tarnics, y en un ensayo sobre lingüística, además de escribir, de vez en cuando, en su blog 50 formas de dir nieu. Bueno es un escritor que, de forma silenciosa, obra tras obra, ha ido construyendo una literatura muy personal, de una narratividad poética cada vez más depurada. (Si nos permiten un consejo, visiten su blog personal).
Gabriel Sanz Casasnovas (Fonz, 1992) es graduado en Historia por la Universidad de Zaragoza, y doctorando en Historia Antigua en esa misma institución. Combina su investigación con la encuesta del dominio lingüístico ribagorzano, y colabora en el fancine Güesque! En la actualidad, trabaja en la redacción de un dietario (Quaderno d’ortografia) y una colección de poemas (Aduya a la mobilidat ). Su escasa obra hasta la fecha se caracteriza por una gran presencia formal, acompañada de cierto toque clasico y contenido —su formación académica resulta más que patente— y por un dominio exquisito del ritmo y de la variedad ribagorzana. Es un escritor que puede darnos grandes alegrías a corto plazo. Y muy necesario como relevo generacional en la poesía contemporanea en lengua aragonesa.
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1 En la Bibliografía se pueden encontrar las obras más importantes citadas a lo largo de estas páginas.
2 Aragonesista y republicano, es autor de un considerable número poesías de temática costumbrista y político-social, pero también de alguna pastorada —siguiendo la tradición de su comarca natal, Ribagorza—, de alguna pequeña obra de teatro, de una recopilación de juegos tradicionales o incluso de un Diccionario ribagorzano. En estos momentos la editorial Xordica prepara la edición de toda su obra literaria.
3 Como las de Trillo o Castejón de Sobrarbe.
4 Para la Pastorada de Monzón, es imprescindible la lectura del extenso artículo de Tomás (2019).
5 El fenómeno de las Pastoradas también existió en otras zonas del Alto Aragón, además de las comentadas, como la pastorada de Ayerbe, en la Comarca de Huesca, fechada en 1855, de la que Saroïhandy ya había citado algún fragmento (Vid. Bibliografía), o las de Yebra de Basa, en la Comarca del Alto Gállego, recuperadas hace unos años. 6 Si bien Leonardo Gastón Navasal (1837-1885) escribe en cheso un romance jocoso de 72 versos que obtuvo cierta popularidad entre sus vecinos.
7 Su obra, aunque incompleta, fue editada en Los míos recuerdos. Vid. Bibliografía.
8 Usón (2011).
9 Labordeta publicaba ese año y en esa misma colección su libro de poemas Trenta y cinco veces uno.
10 En realidad había sido el relato de Ánchel Conte «Yaya Andresa» el primer texto escrito en una koiné literaria o aragonés común. A este le siguió el poemario Sospiros del aire (1971), de Francho Nagore, aunque sin la fuerza poética ni la repercusión de No deixez morir a mía voz.
11 Nagore se ha prodigado menos en la creación literaria, dedicándose sobre todo al estudio del aragonés donde ha abarcado prácticamente todos los campos (gramática, dialectología, lexicografía, sociolingüística...). Publicó la Gramatica de la lengua aragonesa (1977), imprescindible en aquellos primeros años para el aprendizaje del aragonés por parte de los neohablantes. Esta Gramática tenía una intención claramente normativa, pero desde siempre estuvo incompleta (y desde hace tiempo obsoleta a pesar de sus varias reediciones). También fue durante muchísimos años presidente del Consello d’a Fabla Aragonesa y director de la revista Fuellas, que hasta comienzos del siglo XXI marcaba las directrices del neoaragonés. En la actualidad, el modelo de lengua propuesto tanto por él como por su asociación ha sido totalmente puesto en tela de juicio y algunos de los más importantes escritores se han alejado de él, depurándolo y mejorándolo, aunque todavía hay quienes insisten en transitar esa vía muerta. El modelo de lengua común debe pasar una profunda diálisis y trabajar con varios paraestándares, pero para el nacionalismo aragonés parece ser que no hay otro camino.
12 En la edición de los poemas de los poetas seleccionados se ha utilizado la grafia de la revista filológica De lingua aragonensi (DLA), de la Sociedat de Lingüistica Aragonesa.
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