César Antonio Molina

Fundación Ortega MuñozPoesía, SO1

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PEDRO J. GÓMEZ. Serie Castelo Branco 5, 2010.

CÉSAR ANTONIO MOLINA

(La Coruña, 1952) es autor de una amplia obra con más de treinta títulos de poesía, prosa y ensayo, entre los que destacan Sobre el iberismo y otros escritos de literatura portuguesa (1990) y la antología poética El rumor del tiempo (2006). Su obra se encuentra traducida a varios idiomas en países como Italia, Francia, Portugal o Estados Unidos. En 2010 recibió el Premio Eduardo Lourenço.

Pasos más allá

orillas del Tiber
puente Garibaldi
pasos más allá en dirección al Aventino
en el Lungotevere dei Cenci
la isla hospital la iglesia de San Bartolomé
la herencia del antiguo Asclepeion
la nave construida en sus rebordes con piedra travertina
un obelisco como palo mayor de la barca solar
en memoria del viaje del dios sanador
una serpiente enroscada alrededor de un bastón
la imagen del culto reposando sobre el secreto del templo
la boca de un manantial ahora seco brocal
nuestro paseo debe conducirnos hasta el enigma
lo enigmático es la curación en sí misma
lejos de las islas Cnidos y Cos lejos de Epidauro
quien hiere también cura
reptil dorado con alta cresta
colgado de una palmera en el atrio
la imitada palma de Delos en el puerto de Antium
en la isla flotante formada por las espigas de Ceres
junto a los campos de Marte
¡oh lugares antiguos qué dueños tan distintos ahora os poseen!
dos mil trescientos años y aún acudimos a sanarnos
de la enfermedad de la vida: la propia existencia
puente Cestio puente Fabricio puente Rotto
desplomado varias veces
así nosotros atravesando abismos
con las estatuas de los Hermes cuadrifrontes siempre dispuestos
a transportar las almas
la cálida luz de la piel cubriendo un cuerpo frío
milagro en la desventura
en cada curación una epifanía
a través del dormir
a través del soñar
lenguas de perro lenguas serpentinas
enfermedades invisibles
dolores inagotables
exvotos colgados de los troncos de cipreses
orillas del Tiber
puente Garibaldi
pasos más allá
que triste es caminar entre la gente
y simular que no se ha muerto
y confesar que aún no se ha vivido
¡se necesitan médicos y enfermeras!
leo en una información en La Reppublica
¿quién necesita poetas?
¿quién necesitará pensamientos inútiles?
¡y si no hay cura dadme al menos una muerte honorable!
puente Cestio puente Fabricio puente Rotto y el Sublicio
desde el cual se ofrendaban al río muñecos de mimbre
con forma humana
¿esos monumentos cómo serán en el futuro?
dos mil trescientos años después de este paseo
¿y el río?
esos paisajes sin turismo
¡qué hermosos volverán a ser!
los lugares mueren aunque no lo sepan
aunque parezcan sobrevivirnos
¡curación y liberación!
la niebla pesaba sobre el Tiber
¡tantos espíritus en su vapor!
por el Tiber a contracorriente
tras las ventanas del Ospedale dei Fatébènefratelli
humeaba el Tiber
leteotiber
y aquella muchacha de bata blanca
que ha salido a la plaza a fumar
¿a cuántos logrará salvar utilizando sus libros sibilinos?
ácimos del lenguaje
he escrito tantos versos
ahora me cuesta subir todos estos escalones
la madurez debería arder al eclipsarse el día
pasos más allá puente Pallatino
el gallo –el sol vuelve a salir- llega la luz
¡agradezcámoslo!
el sol sale la niebla despeja ya es pleno día
la puerta está abierta de par en par
la cortina rasgada
temer esto no sentir miedo de lo otro

senza fine


Mientras el Kosava tira de nosotros

La máquina no me identifica.
La azafata no me cree.
La policía está escamada con las gotas para mi oído sangrante.
Munich se encuentra lejos, pero aún más Belgrado.
Sueño sueños torpes
mientras nos deslizamos sobre una estepa de nubes.
Poco peso entre tantos pensamientos sueltos.
Y el Kosava tira, tira de nosotros
para llegar más pronto a donde se hinchan las velas
por el Danubio, por el Sava.
¿Cuándo podremos ser felices?
Comer cerezas y en su tiempo manzanas,
calentar las manos en los cartuchos de castañas,
caminar sobre un campo de nieve y el oscuro erizo
resistiendo al Kosava que tira, tira de nosotros,
juega con los vestidos blancos de las novias bajo el sol de invierno.
Ellas me hacen señas desde los lentos meandros.
El río dulce, las aguas enteras como un estuche de cuchillos de nácar.
Sábanas blancas ondeando,
ropas limpias y frescas,
una especie de juventud con la que la vejez se viste.
¡Cuánta poesía moribunda en discursos sin mérito!
¡Calla ya corazón, otras cosas más duras sufriste!
¡Atrévete tanto como puedas, no hay verdad cuando se trata del yo!
Un buen poema es oscuro, silencioso como una serpiente.
¿Cuándo podremos ser felices?
Aeropuerto Nikola Tesla, las madres entregando maletas
con recuerdos para sus hijas.
Habitación 407. Hotel Moskva. Calle Balkanska número 1.
Los turcos construyeron en el antiguo pantano,
en medio de la llanura desierta,
norias, terazije las llamaron. Ahora queda una preciosa fuente
en memoria del príncipe Milos, frente a las paradas
de autobuses y los kioscos.
El Danubio, el Sava. Entre ambas orillas la Ratno Ostrvo,
la isla de guerra entre otomanos y habsbúrgicos.
¿Cuándo podremos ser felices?
Si en las tumbas crecen flores entonces esos sí lo son.
Los de una orilla, los de la otra, quienes siempre estamos en medio.
Bajo las velas de mis versos todos navegan
por los largos ríos, por los afluentes hasta los deltas.
Y yo ¿dónde estaré nadando?
En el Sava. En el Danubio. En el Drina.
Bajo el mar rizado, bajo el rizado vello.
Los poetas no tienen rostro sólo voz es su rostro.
Dulce de espinas en los picos de palomas celosas.
El hombre de inteligencia ama las corrientes.
El hombre de corazón se complace en las alturas.
¿A cuál de los dos pertenezco?
¿Por qué siempre hay que elegir?
El pedazo de hielo en la copa de vino.
El pedazo de hielo bajo la almohada.
¿Cuándo podremos ser felices?
Las calles cambian de nombre más rápidamente
que las generaciones.
El bulevar del rey Aleksandar era el camino a Constantinopla, a
Estambul, luego fue la calle de los cañones dorados,
la calle de Marko,
la calle del cinturón de los cartuchos de pólvora,
la calle del rey Aleksandar Obrenovic,
el bulevar de la liberación, el bulevar de la revolución,
el bulevar del rey Aleksandar, finalmente, por ahora.
Todos los recorrí. Todos estaban cubiertos con las losas
de tumbas otomanas, ortodoxas, judías, católicas.
Todas eran tumbas nuestras.
¿Cuándo podremos ser felices?
En la calle Mihailova tomo chocolate en el Ruski Car.
En Zemun comemos en el Reka a orillas del Danubio.
Unos músicos tocan tangos como si almorzáramos en el Río de la Plata.
A las tres en punto de la tarde ya es de noche
y apenas hemos comenzado el día.
Entre el Danubio y la ribera del Sava
la Torre Sahat vigilando,
la Torre Nebojsa tensando los nervios.
Entro en la iglesia del arcángel San Gavrilo, en la calle Humska,
entro en la iglesia del arcángel Mihail, en la calle Markovica,
los frescos están desconchados y mis brazos abiertos
sostienen las alas en su caída.
Toda filosofía comienza cuando quien filosofa lo hace sobre sí mismo.
Todo poema comienza cuando el autor lo desconoce.
Todo es materia creadora.
En la Casa del reloj de Sol, en la calle Dubrovacka,
los números están descolgados.
En el palacio Icko, esquina de Bezanijska con Svetosavska,
hay un salón Lepote, un salón de belleza.
¿La belleza no es una forma de resplandor?
Pero la muchacha que viene a atenderme apaga las luces
y cuelga el cartel de cerrado.
No hay amor feliz, ni felicidad sin amor.
Y el de esta joven, dibujando el camino del deseo, se agota
en el otro que la espera fumando del lado de Svetosavska.
En ese horizonte ¿una vida por vivir?
Nosotros ya no tenemos cabida.
Lo que no poseemos es lo que no somos.
Aquello de lo que no he escrito no lo he visto.
Hotel Moskva habitación 407. Corro las cortinas.
Un jardín en primer plano, luego otros hasta el Danubio, hasta el Sava.
La armonía del conjunto trasciende a la del espíritu.
Es importante cultivarlo en silencio.
La música, como la poesía, es un arte no significante.
Las notas borran de la tierra todo cansancio.
¡Oh extranjeros! ¿Quiénes sois?
¿Por qué no entiendo vuestras lenguas?
¿Cuándo podremos ser felices?
Y el Kosava tira, tira de nosotros.
Todo hombre de pie no es más que un soplo.
Vuelvan atrás las fuentes,
los ríos atrás demasiado tiempo fluyendo.
Junto al Sava, junto al Danubio, junto al Drina
¡Todos secos! Y entonces nos sentaremos y lloraremos
acordándonos de los antiguos caudales.


El vacío me cercó

Incluso en la plaza Saad Zaghloul el vacío me cercó
donde sólo esta muchacha queda con las palomas
en medio de un desorden de columnas y capiteles sumergidos
bajo las antiguas balizas oxidadas.
Soy un nómada en las estepas y desiertos metropolitanos,
y me ablanda el letargo azul de la Cornisa.
Te persiguen aquellas ciudades por donde has ido
desparramando en vivo tus cenizas.
Uno no muere de repente, agoniza por los caminos,
se va desescamando.
Y nuestra vida poco más que el recuerdo
de una novela leída en el pasado.
Somos personajes secundarios de nuestras lecturas.
¡Cuánta melancolía borealis!
La ciudad despertando como tortuga vieja
y los nombres de puertos y aeropuertos
cuando no se tiene parte alguna a donde ir,
o ya se ha ido a todas partes y en todas ellas
las reliquias de uno mismo se venden como recuerdos.
En el sonámbulo vestíbulo del Hotel Cecil
nos sentamos a esperar.
¡Balcones de los hoteles, balcones!
Cuántas gentes asomadas.
Busco algo que distraiga mis pensamientos,
un movimiento insignificante
de las olas, de las gaviotas, de algún transeúnte
que se atreve a cruzar la calle.
Todos jugamos en la vida para perder.
Los jardineros sustituyen las palmeras muertas
que el Khamsum azotó.
¿Cuántos intrusos de occidente yacen aquí?
Todo patriota odia a su país.
Nubes perladas, la ciudad aún dormitando.
Somos responsables de cuanto soñamos.
El hombre que se dispone a partir
extiende una mirada nueva
sobre las cosas que lo rodean.
Aún permanece ahí pero ya no está,
adopta una perspectiva de huida.
Sé de lo que huyo, pero no lo que busco.
Cada cual anda escapado de sí mismo,
hasta que me encuentro al otro
en la estación Ramleh, en el café Trianon,
en el Anthineos o en el Pastroudis.
Entro en la tienda de antigüedades
de Themistocles Sofianopoulo
y veo un busto semejante a mí y
escucho una voz que me suena
desde una vieja radio,
En un grafiti de rasgos femeninos, en griego clásico,
leo lo mismo que leí
en las ciudades de Cartagena, Budapest o Bagdad:
…“Quienquiera... Hablan lo que quieren.
Que hablen. A ti no te importa... te
es provechoso lo mismo. Tú ámame,
te es provechoso”.
¡Qué difícil resucitar a los muertos!
¡Qué difícil resucitarse a uno mismo!
A ti y al otro del que huyes
por las catacumbas de Kom el Shogafa.
Santos son los lugares de los que nadie ha regresado.
Cada uno anda escapado de sí mismo
hasta que al otro te lo encuentras
bajo la columna de Pompeyo,
y tú te escapas y él te llama desesperadamente,
y tú te detienes y es como
si te miraras en un espejo,
tan viejo, tan canoso como tú,
tan quejoso, tu misma voz
que te suena distinta en la voz del otro.
Donde quiera que vayas
la ciudad de la que te alejas te seguirá.
“La ficción que yo soy”, me dijo un
filósofo en Hipona.
Filosofías flotantes (no citar a los filósofos separados de su
contexto y, peor aún, de su lengua original,
lo que dicen ya no tiene el mismo
sentido y, a veces, no tiene ninguno).
Huesos y carne abandonados donde comienza el desierto
¿Quién los enterrará?
¡El uno o el otro!
¡Qué importarán nuestras inquietudes
en el tiempo futuro!
cuando estemos mirando al horizonte
perpetuo desde Pharos.
¿Qué pensamiento pensará sin saber
que no es de él ni de nadie?
Ruinas sobre los restos de las ruinas,
como palabras sobre los restos de las letras
estercoladas.
Los obreros se afanan por alzar de nuevo las columnas
sin reparar que su belleza reside en el desorden.
Incluso en la plaza de Saad Zaghloul el vacío me cercó.
Pasado el medio siglo, donde quiera
que mire allí estuve.
Y el sabor del miedo se hace cada vez más dulce,
empalagoso,
como nata sin colar.
Incluso en el balcón del Hotel Cecil
el vacío me cercó.
En todo lo alto el Sol
y mi figura marcando una sombra.
Sobre el cuadrante de mi memoria
sólo permanecerán estas horas fugitivas.