Carlos Medrano

Fundación Ortega MuñozPoesía, SO11

CARLOS MEDRANO

Contemplación

Este era el sitio
que me esperaba
para vivir
el resto de mi vida.
Este árbol al pie
de esta ladera
a donde subo tantas veces
y escribo,
o veo el paisaje
o cierro
los ojos
para escuchar la noche
o la corteza
en que apoyo mi espalda
a la vez que me encuentro
y paladeo lo simple:
el aire, el rumor vegetal,
cada silencio
con el que deletreo
lo que soy y lo que alcanzo
antes de irme,
la sucesión
de cada uno de mis rostros
que ya dejé de ser
y permanecen
junto al color de cada cielo
diferente,
anclados a este sitio
en que el alba se abre,
cae la tarde, me cobija
la noche,
y algún día,
en la intemperie
del desgaste del tiempo,
la memoria invisible
de este tronco
aún sostendrá
la misma
serenidad
del horizonte
por la que sí me llegue,
en mi ausencia
de aquí,
el sueño
dibujado
en sus raíces.

Sauma

Hay lecciones valiosas aprendidas
de lo concreto y lo sencillo
capaces de conducir de su mano hasta otras
que estaban esperándonos.
Como la tarde en que mi suegro comentó emocionado
con su mirada limpia y melancólica
ante el predio que cuidó desde niño
y que visitaba con gusto:
“La tierra es generosa, todo lo que le das
lo devuelve con creces”.
Así de fácil fue sentir la inasible abundancia
sostenida en la luz de la que fui testigo
al recoger la certeza de esta semilla dorada.
Es lo que queda, al igual que el recuerdo apacible
propio de su mirar y su figura
envuelto entre la brisa extendida de pájaros
a modo de una fuente donde el alma al final
se sabe inalterable
después de la zozobra y la inclemencia del tiempo
en lo que haya vivido.
No declina la tarde
y lo que es,
permanece.
Sentado,
encendiendo el pitillo,
ese aliento de humo
mirando el horizonte
hacía eterno el momento
en que acogía a todos.

 

Carta abierta

homenaje a Anne Perrier

Todo por aprender.
Frente a tus ojos,
la moneda de oro
que se disuelve en nada,
el valor de una imagen
avivada en su calma.
En lo que tú me des
sin que yo te lo pida
–el sencillo presente
de unas manos abiertas–
trazaré la hora y senda
por donde se recoja
la tarde demorada
como una certidumbre,
la voz de esa vivencia
en las formas que alumbra.
Sin falta de más cosas.
Una silla, la calle,
el frescor de ese caño
cercano que te alivia.
Como una ofrenda pobre
o una verdad sin lucha,
la dicha era posible
ante ti, sin palabras,
como el que corta el pan
con la mano y te mira
y su parte te entrega.

 

Es Carregador

Es brumosa la tarde junto a un mar agitado que resuena, y al fondo, el destello reiterado de un faro salpica la cinta desvaída de niebla levantada en la calma de esta tarde estival que de lenta, no corre.

En medio de las rocas y la humedad transparente hay una soledad vegetal, presidida sin aves, que es la naturaleza. Ves raíces sinuosas y abiertas que bajan a la orilla desde un acantilado hasta una cala, y te rodea un pinar de quietud escultórica circundando la costa. El borde de salitre de las flores y las aristas del descenso hasta el agua entre unas matas, pitas y tamarindos florecidos en malva son la exclusiva presencia de la vida que no vierte negrura en estas aguas templadas todavía esmeraldas.

Y una roca basáltica, en medio de las olas y a un paso de la costa, exhibe desde siglos en su piel las señales de una rara belleza ajena a cualquier canon superior de un artista. Guarda en su forma todo: el azar y el sentido. Estaba ahí desde antes y seguirá sobre el agua más allá de nosotros. Su emergente silueta no se inmuta, custodia un vibrar diferente, un saber sólo abierto a quien pueda moverla y conozca en lo frágil el don de lo infinito, una roca que tal vez se rindiera si pudiera trocarse en puro aliento.

Aquí ahora, este sitio es un espacio abstraído en la bruma y el silencio sonoro del mar, a salvo de los ritmos que no van a nosotros. Y al borde de la costa, y anterior a la noche, es el reino de las plantas silvestres mecidas por el aire que las moja sin lluvia.

 

Hégira

Plaza abierta. Intimidad. Llanura.

Tan pocas realidades verdaderas:

Elige una palabra.

                               El alma en ellas.

 

Como el rayar del alba

Que no te manche el mundo.

Escribe.

Con palabras que alumbren.

Y su mancha ilumine.