ASUNCIÓN ESCRIBANO
PODER DECIR TU NOMBRE
Al escuchar tu voz nocturna, padre,
—tu voz de amante navegando en sus mares de zozobra—
yo descendí del más hondo silencio
y me hice llanto.
- Piedad Bonnett
Hay nombres que nos atan a la vida.
Que nos siembran y señalan el lugar
que tenemos que habitar si queremos
ser felices. Nombres como sauces
que dejan traspasar la luz en el invierno,
y en verano nos acunan la memoria.
Papá es, de entre ellos, quizá de los más grandes.
Es un camino en el que he podido
caminar como quien soy,
y una mano que espantaba las sombras
de los más oscuros sueños del pasado.
Hoy esa palabra me escuece en la saliva
y me hace sentir profunda la ternura.
Porque siento que habrá un tiempo ya cercano
en que tendré que pronunciarla entre sollozos,
para poder sentir calor en el invierno.
Mientras escribo estas palabras
Papá es todavía una llamarada
ante la que responden unos ojos,
no del todo ausentes.
Mi niña, me sigue contestando,
y su mano siempre fría me agarra
para evitar mi caída en la tristeza,
aunque sea su paso el tembloroso.
Hoy con ese papá aún tibio entre mis labios
comienzo a escribir heridos estos versos.
Porque necesito escupir lejos la pena.
AHOGO
A veces sueño por la noche con su nombre.
Papá, le llamo. Mi niña, me contesta.
Y siento que se cae por un abismo
y que mis brazos no pueden alcanzarlo.
EL MAR
Entrábamos en el mar aquel verano
como una fragata cargada de alegría,
fugitivos del bostezo de los días,
sostenidos en la balsa ligera de tu mano.
Flotábamos sin miedo sobre el agua
como si siempre hubiéramos nadado.
Sin miedo, entregados a tus brazos
que amorosos nos mostraban
cómo sostenerse flotando sobre el agua
era una cualidad necesaria para el tiempo.
Flotar. Dejarse llevar confiados sobre
unas manos que siempre nos sujetan,
nos decías. Sentirse así totalmente confiados.
¿Y ahora en qué manos sostendré yo mi vida?