ANTONIO MORENO
ALICANTE, 1964
PÁJAROS DE LA AURORA
EXISTE la vejez, pero no el tiempo.
Vosotras lo entendéis mejor que nadie,
horas insomnes de la madrugada.
No sabe, de hecho, ni la edad que tiene
aquel que vive en vuestra compañía
y permanece en pie la noche entera,
pues sesenta minutos pueden ser
sesenta días, y aun sesenta años.
Nadie conoce, así, la edad que tiene,
si es más viejo que un viejo, o bien un joven,
hasta que despertáis y habláis de cerca,
pájaros de la aurora, para hacernos
tan absolutos como vuestro canto,
voz del mundo en las ramas.
LA VOZ DEL HIJO
HABLA en la voz de aquí la voz del hijo
que nunca tuve, acude algunas noches,
desde su inexistencia, a saludarme,
y entonces hace suyas mis palabras.
Las toma, las reúne, de una en una,
como el que coge conchas por la orilla
y escucha lo que se oye dentro de ellas.
Recoge mis palabras y me dice
a mí mismo contándome sus cosas,
todo aquello que sólo mira un niño,
caracoles, la tela de una araña,
el vaho en el cristal o el obstinado
viento voraz de días inclementes.
Pero otras veces mi hijo se confunde
con el adulto grave que medita
en medio de la noche, y hasta creo
verlo con claridad tras las tinieblas.
Creo que se parece a mí cuando hablo
con mi alma a solas, antes de dormirme,
o cuando pienso en lo que piensa un hombre
–cualquier hombre– con muchos pasos dados.
Y nada sé: según su voz se acerca,
si la escucho mejor, noto que ya
no tengo claro si esa voz es suya,
ni tan siquiera mía, porque la oigo
y reconozco en todo cuanto dice,
y en cómo suena, a otra voz amada,
el timbre de otra voz de la que yo era
el hijo, padre, el hijo que te escucha
llegar aquí junto a las otras voces,
en esta voz hermosa y solitaria.
CEREZas en aguardiente
HAY quien prepara confituras, dulces,
y los regala en tarros de cristal
embellecidos con bonitas telas.
Los da lo mismo que quien da unas flores.
Al llevarla a la boca, la cereza
despide entre los dientes el alcohol
perfumado de aquel día de junio,
cuando reíste con las manos llenas.
desayuno en una plaza
la taza con café sobre el platillo,
y el pan tostado junto a la aceitera
traspasada de sol, junto al azul
desleído y las hojas de este árbol,
veo que estuve lejos de la vida.
Nada más que por esto.
Por la púrpura
de aquella buganvilia tras la tapia,
y por el humo que se eleva al cielo
desde la mesa de quien habla y fuma
; y por las dos mujeres que han venido,
no menos claras que esta luz de ahora.
safo
MIS lamentos de entonces, los veo con nostalgia,
cuando tú, poderosa Cipris, en tantas noches
me robabas el sueño hundiéndome en el llanto.
Pero mis piernas eran ágiles, y en el fondo,
grácil, risueña y joven, danzaba la esperanza.
Quienes más me encendían hoy duermen en el Hades,
y Eros se burla, cruel, de este cansado cuerpo.
Todas aquellas lágrimas me recuerdan al sol
de vuelta entre las nubes, cuando tú, hermosa Cipris,
me dabas la belleza que hace amable la vida.
cuatro apuntes de invierno
QUÉ caudal, ser feliz por todo un día,
hallarte con quien amas en el campo
junto al temblor del fuego, contra el frío,
muy dentro del sosiego de una casa.
*
¿Cómo le llamarán al ave que oyes
tras la ventana, por el aire húmedo
de esta huidiza tarde de diciembre?
Es propicio ignorar algunos nombres,
porque ellos forman parte del silencio
que rodea la lumbre y las paredes.
*
¿Y qué ha sido del mundo, ante estos leños?
*
Termina el fuego su labor; apagas
la luz del techo y queda el cuarto a oscuras,
salvo el rojo oscilante de las brasas.
Ellas, igual que tú, también respiran.
pescador en una barca
EL mar también parece haber dormido:
tan sosegado
está al romper el día.
Nada se mueve,
ni la barca apenas.
Y casi no se llega a oír el agua
batir contra los flancos.
Les dije que estaría
vigilando el sedal la noche entera,
pero me pudo el sueño.
Un sueño dulce,
sin ninguna visita, sin visiones.
Así estuve, flotando a la deriva
algunas horas.
Clarea en torno,
y el mar parece un fuego,
un ascua inmensa
en la que ondula el sol
junto a la barca.
Nadie que mire aquí desde la costa
podría distinguirme,
tan lejos de la orilla.
Soy parte
de esta luz que despunta,
reunido con las aguas.
Ojalá alguna vez
alguien me recordara de este modo.
¿Es así como el cielo
nos contempla,
ondeando en ningún lugar del mundo,
en ningún sitio que llamemos sitio?
1 de enero
LA mano lava
la copa y sabe
qué frágil es
el bien de un brindis.
La mano deja
sobre un mantel,
en ordenadas
filas, las copas.
Y en cada una
brilla el sol que entra
por la ventana
a media tarde.
¿Qué sabe el sol
de nuestro brindis?
¿Y de nosotros?
Tú, que amas mientras,
trata este día
–y el de mañana–
como la mano
limpia el cristal:
atentamente.