Félix Romeo – Diccionario muy incompleto

Fundación Ortega MuñozNarrativa, SO1

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WILLIAM S. BURROUGHS

FÉLIX ROMEO

Diccionario muy incompleto de escritores homicidas, con un apéndice sobre un escritor asesinado

(Zaragoza, 1968) ha publicado las novelas Dibujos animados (1995) y Discothèque (2001, publicada en Portugal en 2010), así como Amarillo (2008), un libro sobre el suicidio de su amigo Chusé Izuel. Ha traducido a castellano obras de Gonçalo M. Tavares, Ondjaki y José Viale Moutinho.

ABBOTT, JACK. Jack Abbott (1944-2002, Estados Unidos) había sido encarcelado por delitos menores y dentro de la cárcel mató a un tipo. Escribió cartas a Norman Mailer, que “descubrió” su talento literario, hizo que se publicaran en libro, En el vientre de la bestia (traducido en España en 1982 por Mr ediciones), y contribuyó a que fueran un éxito. Norman Mailer afirmó: «Tiene todas las características de los escritores importantes y poderosos».

Abbott, con el dinero del libro, contrató a unos abogados que lograron, con el apoyo público de Mailer, sacarlo de la cárcel: al salir, y sólo dos semanas después, volvió a matar. Le clavó un cuchillo en el pecho a un camarero que le negó el acceso a los servicios de uso exclusivo de los trabajadores. Se suicidó en su celda ahorcándose con las sábanas.

ALMODÓVAR, PEDRO. No, Pedro Almodóvar no es un escritor asesino, pero sí le interesan… y de alguna manera es un teórico del asunto.

En su película Kika, el escritor Nicolas Pierce aparece en una entrevista televisiva para hablar de su libro Me enamoré de un farsante, en el que cuenta cómo mató a su mujer. “

—Presentadora: Por ejemplo, su mujer, que en paz descanse, también murió como la de la novela, y su marido, en el libro, es escritor como usted.
—Pierce: Sí, entre los escritores hay cierta tradición de matar a sus mujeres.
—Presentadora: ¿Ah, sí? No lo sabía.
—Pierce: William Burroughs, por ejemplo, le disparó a su mujer y Louis Althusser la estranguló”.

ALTHUSSER, LOUIS. El filósofo Louis Althusser (1918-1990, Francia) mató a su mujer, Hèléne, estrangulándola en 1980, y salió impune: los expertos psiquiatras dictaminaron que había cometido el crimen en un “estado de locura” y eludió el proceso penal, y la cárcel… aunque pasó cuatro años internado en un centro psiquiátrico.

En la autopsia se afirma que “intercaló una sábana entre el cuello de su esposa y sus manos, que las córneas tiroides de la anciana fueron rotas de modo brusco y que la laringe fue fracturada con violencia, en un caso limpio de estrangulamiento”.

[AUTOR DESCONOCIDO] de Wikipedia: “Ibn Zakkuto nos trasmite una romántica leyenda de la muerte [de Ibn Gabirol] en Valencia, a manos de un vate musulmán celoso de sus poemas, y de como tras ser inhumado bajo una higuera, ésta dio sus más dulces frutos”.

BALA, KRYSTIAN. Krystian Bala (Polonia, 1973) se convirtió durante el verano de 2007 en una estrella mediática a raíz de su proceso criminal. El escritor, que se había forjado en los blogs de Internet, contaba en su libro Amok, motivo del juicio, cómo había cometido un asesinato.

David Grann ha investigado ese proceso en un breve ensayo, Un crimen perfecto (todavía no traducido al castellano), la historia de Krystian Bala.

El detective Wroblewski, un “Colombo” polaco e igual de obsesivo, heredó el asesinato sin resolver de un tal Janiszewski. No había pistas, pero consiguió encontrarlas: dio con el número de serie de un móvil y le siguió la pista. Krystian Bala lo vendió en una subasta de Internet. Wroblewski puso toda su atención sobre Bala: había sido un universitario brillante, aunque parte de su luz surgía de la negrura de Nietzsche; había escrito una novela, Amok, bastante bestia, que había conseguido cierta notoriedad; disfrutaba del éxito social por su empresa de limpieza.

Ante la ausencia de pruebas materiales, el detective se convirtió en crítico literario y creyó encontrar en la novela las huellas de la culpabilidad de Bala. Nada le detuvo: leyó y releyó Amok atando cabos. Al final, dio con la clave: Bala mató a Janiszewski, con el que nada le relacionaba, por engañarle con su mujer. Estaba seguro de que nadie descubriría su crimen y se chuleó en la novela.

Grann habló con el detective y con el propio Bala, que desde la cárcel, y con aspecto de un chico bueno estadounidense, reivindicó su inocencia.

Un crimen perfecto tiene momentos excelentes, como cuando los defensores de Bala afirman que se le condena en la realidad con pruebas de ficción.

La psicóloga forense sostiene que “fundar un análisis del autor sobre su personaje de ficción sería una grave violación”.

Beata Sierocka, antigua profesora de Bala, tiene la impresión de que ha sido interrogado por la “crítica literaria”.

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HORACIO QUIROGA

BOMBAL, MARÍA LUISA. Cuenta Juan José Sebreli en sus Cuadernos: “Blanca Isabel Álvarez de Toledo recordaba a su tía, la escritora chilena María Luisa Bombal [1910-1980, Chile] que en su intento de asesinar a su amante en la plaza de Santiago le pegó un tiro en los genitales. Según contaba María Luisa, en el momento en que el hombre caía al suelo se miraron y entre los dos se produjo una intensa comunicación amorosa perturbada por la gente que se había amotinado alrededor.

Gracias a las relaciones de su familia, la Bombal evitó ir presa; la internaron en un psiquiátrico, al poco tiempo la dejaron libre y se exilió en Buenos Aires. En las reuniones sociales se había convertido en un número de atracción al relatar su intento de asesinato, que solía concluir exclamando: ¡Chile es un país corrupto, una asesina como yo está suelta!”.

BURROUGHS, WILLIAM S. William S. Burroughs (1914-1997) estaba viviendo a comienzos de los años 50 en Ciudad de México. Un día, bastante borracho, tuvo la ocurrencia de jugar a “Guillermo Tell” con su mujer, Joan Vollmer. No sé si le colocó una manzana en la cabeza, pero sé que allí apuntó y disparó, causándole la muerte. El autor de Yonqui siempre la consideró una muerte “accidental”, y algunos investigadores forenses también aceptaron esa versión. Pasó unos cuantos días en la cárcel y después se largó, aprovechándose de la corrupción y de su ciudadanía estadounidense.

CSÁTH, GÉZA. Géza Csáth (Hungría, 1887-1919) fue un psicópata asesino, que acabó con su mujer, Olga, y dos años más tarde se suicidó. Resulta extravagante que fuera al mismo tiempo psiquiatra (aficionado al psicoanálisis) y enfermo mental.

Sus Cuentos que acaban mal son ejercicios de un admirador de Edgar Allan Poe, de la literatura simbolista y decadentista, pero su Diario es muy interesante. Primero cuenta sus aventuras como donjuán, a menudo de pago y abusando de su autoridad; luego, relata su adicción a las drogas y su mala relación con Olga, y al final, y en la parte más salvaje, explora su locura y realiza un juicio a Olga, con él como único testigo, donde expone los motivos que le llevarán a ejecutarla.

Dezsö Kosztolányi contó la última extravagancia de Csáth, su primo: “que le extrajeran del cuerpo el cerebro, el corazón y el hígado para examinarlos en la clínica”.

CONAN DOYLE, ARTHUR. En 1907, y en Inglaterra, murió Bertram Fletcher Robinson. Era amigo de Arthur Conan Doyle (1859-1930, Reino Unido), y algunos investigadores sospechan que el creador de Sherlock Holmes le envenenó para apropiarse de una novela que había escrito y que más tarde, y sin su nombre en la cubierta, ha pasado a la posteridad con el título de El sabueso de los Baskerville. Este crimen sin resolver es una historia negra, que todavía gana enteros, en la línea de James M. Cain, si añado que Conan Doyle mantenía un romance con la mujer de su amigo.

FRANCO, FRANCISCO. Después de Mao, Franco (1892-1975, España) es el escritor más criminal de este Diccionario Muy Incompleto de Escritores Homicidas. Antes de empezar la Guerra Civil, ya era conocido por sus crímenes en la de Marruecos, sobre la que escribió una obra, Diario de una bandera, prologada por Millán Astray. Al principio de su interminable mandato, publicó una novela, Raza, que fue llevada al cine: una versión de la historia de Caín y Abel.

GAVIRIA, JUAN DE. En 1606, y en México, el poeta Juan de Gaviria, un mestizo de Tlaxcalilla, “asesinó a puñaladas, ofendido en su honor, a su infiel esposa, a escasos ocho años de haber contraído matrimonio”. El proceso fue largo, pero la pena escasa: sólo fue condenado a pagar 50 pesos y a un destierro de seis meses. Contó su crimen en unas décimas “A Marta de Rentaría”, que no he conseguido encontrar y que ahora me encantaría poder transcribir. Sobre su proceso han escrito los investigadores Joaquín Antonio Peñaloza y Alejandro Espinosa Pitman en Causa criminal de la Real Justicia contra Juan de Gabiria. Primer poeta de San Luis de Potosí.

GEEL, MARÍA CAROLINA. María Luisa Bombal intentó matar a su amante, Eulogio Sánchez, en 1941. Catorce años después, María Carolina Geel (1913-1996, Chile), nombre literario de Georgina Silva Jiménez, colega y compatriota de María Luisa Bombal, mató a su amante, Roberto Pumarina, de cinco disparos, en el Hotel Crillón.

Fue condenada a una pena muy corta, que aún se acortaría más tras la petición de clemencia de la premio Nobel Gabriela Mistral.

Alejandra Costamagna ha contado cómo fue su vida tras salir de la cárcel: “Lo primero que hizo fue publicar Cárcel de mujeres (1956), una contundente mezcla entre ensayo, testimonio y relato novelado de sus meses de encierro en la Correccional del Buen Pastor. El crítico Alone quedó hechizado: “El libro es extraordinariamente hermoso”, dijo. Y asumió la autoría del prólogo. Le sobraban razones para hacerlo: “Los que permanecen vivos tienen esa obligación de tender la mano a quienes van hundiéndose, sin ánimo ya ni deseo de remontar al aire para respirar”. Geel, sin embargo, mantuvo a duras penas el ánimo y el deseo. En 1957, editó la novela El pequeño arquitecto y en 1969 presentó su última obra, Huida. Las críticas fueron irregulares. En adelante, se dedicó a comentar libros. Y dejó de salir a la calle. Cada vez más esquiva, sola, replegada en su departamento de avenida Santa María hasta la mañana de su muerte, el primero de enero de 1996. Tenía Alzheimer y demencia senil. Ya no se acordaba de nada. Ni del acto monstruoso, ni de aquello, ni de él. Ni mucho menos del arrebato que una tarde, cuarenta años atrás, la había llevado a desviar cinco balas y un impulso suicida para convertirse en la exclusiva protagonista de su crónica negra”.

HEMINGWAY, ERNEST. Muchos escritores han participado en guerras, y seguro que más de uno ha tenido que matar para seguir vivo. Pero es bastante extraño que presuman de esas hazañas. Ernest Hemingway (1899-1961, Estados Unidos) lo hizo en unas cartas, que vieron la luz hace unos años, en las que se jactaba de haber asesinado a 122 alemanes, entre ellos a un SS “particularmente descarado”: “disparé tres veces, apuntando a su estómago. Cuando cayó, le disparé a la cabeza. El cerebro le salió por la boca o por la nariz, creo”.

JONSON, BEN. El dramaturgo Ben Jonson (1572-1637, Inglaterra) se batió en duelo con un actor, Gabriel Spenser, en 1598, al que mató. Fue condenado por homicidio, pero tras una breve encarcelación, durante la que se convirtió al catolicismo, fue liberado por el beneficio de clérigo: se arrepentía, perdía sus bienes y era marcado en el pulgar izquierdo.

MAO. Comparados con él, todos los escritores que le acompañan en este Diccionario Muy Incompleto de Escritores Homicidas son unos aficionados. Mao Tse Tung (1893-1976, China) mató a millones de sus compatriotas (la cifra está todavía por precisar), mientras escribía en su despacho poemas sobre flores y ejércitos. A él le mató el tabaco, pero muy lentamente.

PELLICER, JOSÉ. José Pellicer (Zaragoza, 1602- Madrid, 1679) fue un poeta e historiador barroco, ardiente defensor de Góngora. Sus estudiosos, Antonio López Ruiz y Antonio José Lopez Cruces, señalan que “los años 1636 y 1637 constituyen uno de los más oscuros de su biografía. En carta de Tomás Tamayo de Vargas de 24 de enero de 1637, dirigida desde Madrid a Juan Francisco Andrés de Uztarroz, se dice que el escritor mató en la Corte a un hombre y por eso se acogió a ese Reino [de Aragón]”.

PERRY, ANNE. He conocido a varios asesinos, pero sólo uno de ellos era escritor. En mayo de 2009, en San Sebastián, en Literaktum, coincidí con Anne Perry, escritora de bestsellers que vive en una casa en Reino Unido, aislada. El nombre real de Anne Perry es Juliet Marion Hulme. Sus novelas son novelas criminales.

Cuando tenía dieciséis años y vivía en Nueva Zelanda, para atajar una tuberculosis, Juliet cometió un asesinato en compañía de su amiga Pauline Parker. Wikipedia lo relata muy bien: “En junio de 1954 los padres de Juliet se encontraban en proceso de separación, y se decidió que ella fuera enviada a Sudáfrica a vivir con un pariente. Las dos adolescentes, que habían soñado una vida juntas llena de fantasía, poblada de famosos actores como James Mason y Orson Welles, no querían ser separadas, ya que habían tenido la esperanza de irse a Inglaterra con el padre de Juliet después del divorcio. El 22 de junio de 1954, las chicas condujeron a Honora Rieper a un paseo a pie por el parque Victoria en la ciudad de Christchurch, donde entonces vivían. En un camino solitario Juliet tiró una piedra de ornato para que la Sra. Rieper se agachara a recogerla. En ese momento, Pauline había planeado golpear a su madre con un ladrillo. Las chicas supusieron que sería suficiente para matarla. Sin embargo, se requirieron 45 frenéticos golpes de ambas chicas para finalmente matar a Honora Rieper. La brutalidad del crimen ha contribuido a su notoriedad. Pauline y Juliet fueron llevadas a juicio en Christchurch en 1954, y fueron encontradas culpables el 29 de agosto de ese mismo año. Como eran demasiado jóvenes para ser sometidas a la pena de muerte según la ley neozelandesa de aquella época, fueron sentenciadas y condenadas a permanecer detenidas en la gracia de Su Majestad. En la práctica, esta sentencia significaba que permanecerían encarceladas según la discreción del ministro de justicia. Fueron liberadas por separado unos cinco años después. Una condición para su liberación fue que jamás se volverían a ver o comunicar.

Se cree que Pauline y Anne no se han vuelto a comunicar desde su juicio, tal como fue exigido en las condiciones de su liberación”.

Peter Jackson llevó al cine la historia, sin utilizar los nombres reales, en su estupenda Criaturas celestiales.

Pese a que habíamos comido juntos, y estuvimos hablando de las adaptaciones cinematográficas y televisivas de sus novelas, cuando a la mañana siguiente entré en el restaurante del hotel para desayunar, ella impidió con su cuerpo que yo me acercara a su mesa. Nos dimos los buenos días en inglés, y me senté en una mesa próxima, porque no había mesas lejanas. La miré mirar el horizonte.

PETERSON, MICHAEL. A Michael Peterson (Nashville, Estados Unidos, 1943) lo conocí gracias a Crímenes imperfectos, el programa de La Sexta, que son la versión real del CSI, la serie de ficción.

Peterson, escritor de bestsellers, mató a su mujer, que le mantenía económicamente.

Kathleen descubrió que Michael le engañaba con hombres, y él decidió matarla. Peterson ha defendido siempre que todo es una patraña. Es un psicópata y no siente culpa: es posible que haya asesinado a otra mujer, delito por el que no ha sido condenado.

Los bestsellers de Michael Peterson, A Time of War o Immortal Dragon, no han aparecido en España, pero se venden en Abebooks. Aphrodite Jones le dedicó un ensayo-escándalo, A Perfect Hushband.

Fue condenado a cadena perpetua en 2003 y está encerrado en la Nash Correctional Institution.

QUIROGA, HORACIO. Horacio Quiroga (1878-1937, Uruguay) mató en 1901, y por accidente, a un amigo, Federico Ferrando, que estaba a punto de enfrentarse en duelo a un tal Germán Papini, periodista que había escrito mal de sus libros. Quiroga, como padrino, se ofreció a Ferrando para limpiar y ajustar el arma que iba a usar. Mientras la manipulaba, se le escapó un tiro que abatió a Ferrando, que murió en el acto. Horacio Quiroga pasó cuatro días en la cárcel, tras los cuales fue puesto en libertad. Se suicidó, más de treinta años después, bebiendo un vaso de cianuro.

SOLANAS, VALERIE. Sí, sé que Valerie Solanas (1936-1988) no llegó a matar a Andy Warhol, pero ése era su propósito. Escribió un Manifiesto SCUM (SCUM son las siglas en inglés de la “Sociedad para hacer a los hombres picadillo”): “El macho es completamente egocéntrico, está atrapado dentro de sí, es incapaz de identificarse con los otros o de sentir simpatía, amor, amistad, afecto o ternura. Es una célula completamente aislada, incapaz de relacionarse con nadie. Sus respuestas son absolutamente viscerales, no cerebrales; su inteligencia es una simple herramienta al servicio de sus impulsos y necesidades; es incapaz de la pasión y el intercambio espirituales; no puede relacionarse con nada que no sean sus propias sensaciones físicas. Es un bulto insensible, un muerto viviente, incapaz de dar o recibir placer o felicidad; en consecuencia, es, en el mejor de los casos, una masa informe e inofensiva, pues sólo pueden poseer atractivo aquellos que son capaces de entregarse a los demás. Está atrapado en una zona crepuscular a mitad de camino entre los seres humanos y los simios, pero es, con diferencia, peor que los simios, pues, al contrario que estos últimos, despliega un amplio abanico de sentimientos negativos (odio, celos, desprecio, asco, culpa, vergüenza, duda), y, lo que es más, es consciente de lo que es y de lo que no es.

Pero aun siendo completamente físico, el macho ni siquiera está dotado para ejercer de semental. Incluso concediéndole cierta competencia mecánica (que pocos hombres poseen), el macho es, en primer lugar, incapaz de montárselo con entusiasmo y sensualidad; por el contrario, se siente siempre devorado por la culpa, la vergüenza, el miedo y la inseguridad, sentimientos todos ellos tan arraigados en la naturaleza masculina que el más esclarecido de los adiestramientos sólo podría, en el mejor de los casos, minimizarlos. En segundo lugar, la satisfacción física que alcanza es poco menos que nada. Y finalmente, obsesionado por cómo lo está haciendo, por obtener un sobresaliente en su actuación, por llevar a cabo un buen trabajo de fontanería, se desentiende totalmente de su compañera”.

VARELA, BENIGNO. El caso del escritor Juan Pedro Barcelona hizo correr ríos de tinta en 1906: murió a consecuencia de las heridas de un duelo que libró con otro escritor, Benigno Varela. Varela era monárquico y Barcelona, mayor que él, activísimo republicano. Las puyas dialécticas en los papeles pasaron a roces en los cafés de Zaragoza, donde vivían, y de ahí al duelo. Se celebró en las orillas del Ebro. Barcelona fue herido y murió días después. Benigno Varela, que justificó en muchos de sus libros su crimen, como en Yo acuso ante S. M., siguiendo una línea de defensa a la manera de Zola, pasó una temporada entre rejas pero también se libró pronto del presidio para seguir defendiendo con uñas y dientes, y hasta el final de su vida, la monarquía.

Publicó Juan Pedro Barcelona en su libro Páginas en verso, de 1882, “El canto del bohemio” donde dice:

Nada tengo y nada espero;
no sufriré mil desdenes
por lograr fútiles bienes
que humo solo considero.
Me dan goce placentero
y más grata realidad
pluma y lira,
combatiendo la mentira,
cantando la libertad.

VIDAL Y PLANAS, ALFONSO. El 2 de marzo de 1923, el escritor bohemio Alfonso Vidal y Planas (1891- 1965) disparó a quemarropa al escritor Luis Antón del Olmet, que era su socio, en el Saloncillo del Teatro Eslava de Madrid, causándole la muerte. Los motivos del crimen no se conocen con exactitud, pero parece ser que en el mar de fondo buceaban asuntos amorosos. Fue condenado a doce años, de los que cumplió tres.

APÉNDICE

PASOLINI, PIER PAOLO. Hay vidas poesía y vidas prosa. Pier Paolo Pasolini (1922-1975) escribió un artículo en el que explica las diferencias entre el fútbol poesía y el fútbol prosa. Incluso dibujó esquemas de juego para demostrar su teoría. El mundo teórico le seduce. Una vida prosa termina en una cama de hospital, conectado a tubos de plástico. Una vida poesía termina el 2 de noviembre de 1975 en un descampado de la Via dell’idroscalo, en Ostia, cerca de Roma, en un asesinato sin aclarar. Giuseppe Pelosi, conocido como “Pino la Rana”, es detenido y acusado del crimen. Andy Warhol muere en un hospital a causa de una operación de vesícula biliar en 1987, pese a que la activista Valerie Solanas intentó matarle de un disparo el 3 de junio de 1968.

Pier Paolo Pasolini se ve a sí mismo como a un nómada, pero no lo es tanto. Tiene miedo a que los estudiantes, o los generales, entren en su casa y destrocen sus papeles: la posibilidad de que eso ocurra se ve en sus pesadillas. Jean Genet vivía con una sola maleta: estaba dispuesto ir siempre a cualquier lugar. Pier Paolo Pasolini está siempre dispuesto a ir a los arrabales. Hay algo en ellos que le fascina. Está en su primera novela, Una vida violenta (1959), que no gusta nada al Partido Comunista Italiano: porque hay “placer de lo morboso, de lo sucio, de lo abyecto, de lo maleducado, de lo turbio”. Es posible que en esa reprimenda totalitaria encuentre Pier Paolo Pasolini la esencia de su poética.

Jean Cocteau viaja al arrabal en sus películas sobre Orfeo: tiene que ir al infierno a rescatar a Eurídice. Pier Paolo Pasolini va a los arrabales con un deseo de redención. Un arrabal es en “El llanto de la excavadora”, uno de los poemas de Las cenizas de Gramsci (1957), “el centro del mundo/ en la medida en que mi amor/ hacia todo ello era el centro de mi vida”.

Pier Paolo Pasolini piensa en la redención de los otros, ángeles terrenales, como sucede en Accatone (1961), su primera película, pero quizá sólo vaya al arrabal a buscar su propia redención: creyente y marxista, espiritual y material. Como Jean Cocteau, Pier Paolo Pasolini descubre la potencia del doble: en Petróleo (1993), su novela inacabada, relata la vida de Carlo, que es al mismo tiempo un ingeniero y un hombre del pueblo.

Jean Cocteau busca en la tragedia clásica, en Antígona y en Edipo. Pier Paolo Pasolini busca en Medea (1969- 70) y busca en Edipo. Edipo, el hijo de la fortuna (1967): años 20, gran amor a la madre y gran odio al padre. La tragedia clásica no es más que un anticipo de su autobiografía.

Pier Paolo Pasolini aspira a la luz, pero está atado a las tinieblas. “El amor es pasional y le cuesta poco convertirse en odio”, escribe en uno de los textos de Las bellas banderas.

Pier Paolo Pasolini quiere tener certezas. Mantiene consultorios en los periódicos para convencer a los lectores de sus certezas. Escribe poemas y cambia de lengua para que su verdad sea más conocida. Cambia de género y escribe novelas para extender su verdad. Cambia de lenguaje, dirige películas porque no se oye su verdad. Se convierte en un heterodoxo de la ortodoxia de Pier Paolo Pasolini: “nuestros viejos argumentos de laicos, iluministas, racionalistas, no sólo son inútiles, sino, más bien, hacen el juego al poder”, afirma en Escritos corsarios (1975). La última tentación de Pier Paolo Pasolini es la de renunciar a la acción: como el místico Miguel de Molinos, que murió en Roma, en una celda de la Inquisición.

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HORACIO QUIROGA