XOSÉ MANUEL DASILVA
Tesouros novos e vellos
ÁLVARO CUNQUEIRO
Vigo, Editorial Galaxia, 2011.
Se cumple este año un siglo del nacimiento de Álvaro Cunqueiro, uno de los más ilustres nombres de la literatura gallega. Su carácter de clásico está avalado por una colección propia en Editorial Galaxia, constituida por las principales contribuciones en diferentes géneros que aportó a lo largo de una dilatada carrera. Entre otros muchos homenajes, la celebración de este aniversario ha servido para recuperar Tesouros novos e vellos, discurso con el que ingresó como miembro numerario en la Real Academia Galega. El acto de recepción tuvo lugar en una sesión celebrada el 21 de abril de 1963 en las salas del Seminario Conciliar de Mondoñedo, tierra del escritor. En el volumen se reproduce igualmente la respuesta de Francisco Fernández del Riego, quien le animó a cultivar la narrativa en gallego a mediados de los años 40, cuando Cunqueiro acababa de regresar a Galicia tras una malograda etapa de actividad periodística en Madrid. Completan la obra un prólogo titulado “Consellos para atopar tesouros”, del médico y ensayista Juan Rof Carballo, así como una pequeña colección de ilustraciones firmadas por Urbano Lugrís.
Si hubiese que decirlo en pocas palabras, Tesouros novos e vellos es primordialmente un texto literario maravilloso. Con insuperable erudición e inabarcable poder fabulador, Cunqueiro reflexiona sobre el arte de buscar riquezas escondidas. Pocos como él con tanta capacidad para imaginar y también casi nadie con tan profundo conocimiento de las tradiciones gallegas. Fantasía y erudición, en perfecta alianza, se dan la mano en este libro, que puede ser considerado una brillante síntesis del talento de Cunqueiro. Debe advertirse que no se hallará en estas páginas un retrato de la realidad gallega de sesgos tópicos, algo de lo que el autor escapaba a fin de evitar cualquier simplismo. Él mismo se lamentaba de que le preguntasen cada poco tiempo por tesoros, cuando no por brujas o cosas parejas. Cunqueiro asumía, muy por el contrario, la transcendencia de los mitos con alta responsabilidad. En una entrevista a principios de los años 60, confesaba no en vano: “Mi obra es esencialmente fabuladora. Podríamos decir que de oficio soy mitógrafo”. Ciertamente, Cunqueiro conocía a la perfección la importancia de los tesoros como elemento intrínseco del imaginario popular gallego. En otra entrevista, esta ya cerca del final de su vida, el escritor declaraba que Galicia era uno de los cinco o seis países más auríferos del mundo, habiendo dado al Imperio Romano más oro que el producido por California en el siglo XIX, o por Sudáfrica en tiempos más recientes.
Este centenario representa una ocasión propicia para aproximarse con nuevo espíritu a Cunqueiro, autor de ardua acogida en su época. Es verdad que entonces consiguió algunos éxitos de indiscutible prestigio, como el Premio de la Crítica en 1959, por As crónicas do Sochantre, y el Premio Nadal en 1968, por Un hombre que se parecía a Orestes. No obstante, no se le reservaba a Cunqueiro un lugar propio, hecho en el que pudieron haber influido en menor o mayor medida varios motivos. Citemos, entre ellos, aquella parte de su trayectoria biográfica, durante la Guerra Civil y la inmediata posguerra, vinculada estrechamente al franquismo. Hay que traer a colación, como otro posible escollo, la naturaleza bilingüe de su obra, desarrollada constantemente entre el gallego y el castellano. Esta versatilidad idiomática fue debida sobre todo a sus obligaciones profesionales, puesto que Cunqueiro encarna el primer caso de autor gallego que trató de vivir exclusivamente de la labor literaria.
Ahora bien, el mayor obstáculo que dio lugar a la complicada recepción de su producción estriba sin duda en la radical singularidad que, como escritor, Cunqueiro ofrecía. Su literatura se aparta, efectivamente, de todo lo que hacía en aquel momento en Galicia y en el resto del Estado español. Y es que Cunqueiro poseía una imaginación prodigiosa, cuando esta en absoluto se encontraba de moda. El autor de Merlín e familia estaba plenamente persuadido de que la verdad, cuando se elabora literatura, no basta, y de que es necesario transformarla para poder escribir. El hombre muere cuando deja de soñar, era una firme convicción suya. Cunqueiro practicaba la asepsia en términos políticos, pero no renunciaba bajo ningún concepto a su compromiso con la imaginación. De hecho, en defensa de la libertad creadora, tuvo problemas, aunque parezca sorprendente, con la censura franquista, que prohibió su obra teatral O incerto señor don Hamlet, príncipe de Dinamarca. No fue por causas meramente ideológicas, sino por la flexibilidad con la que quería plasmar una interpretación novedosa del famoso personaje shakesperiano.
No hace mucho, una crítica literaria portuguesa proponía la conveniencia de distinguir entre escritores de primer orden y autores secundarios. Los primeros son aquellos que construyen la literatura, porque la enriquecen con sus aportaciones, unas veces, o porque la conducen a la perfección, otras. Sin discrepancias hoy en día, Cunqueiro pertenece con pleno derecho al primer grupo, tras haber construido un universo de dimensiones intransferiblemente peculiares en el que se juntan sabiduría, exotismo, ironía, arcaísmo y, en iguales dosis, novedad.
Destacábamos al principio que Tesouros novos y vellos, libro placentero donde los haya, fue el originalísimo discurso de entrada de Cunqueiro en la Real Academia Galega. Hablando de instituciones, conviene señalar que Pere Gimferrer, en fechas no muy distantes, reivindicaba la figura de Cunqueiro en un homenaje que tuvo lugar en la Real Academia Española, poniendo de relieve que es un autor, sin antecedentes ni descendientes, que “toca el nervio esencial de la literatura, aquel que recrea la vida como gesta”.