Punyetera flor – Blanca Llum Vidal

Fundación Ortega MuñozEscaparate de libros, SO5

Cicatrices de amour fou    /   MONTSERRAt MARSAL PERERNAU

Punyetera flor

Blanca Llum Vidal

Barcelona, LaBreu, 2014.

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Blanca Llum Vidal nació en Barcelona en 1986 y pese a no alcanzar todavía la treintena suma ya una obra prolija y diversa. Punyetera flor es su tercer poemario. Antes, abrieron camino La cabra que hi havia (2009) y Nosaltres i tu (2011). En Club Editor, el mítico sello dirigido por Joan Sales, apareció en 2012 Homes i ocells, un deslumbrante volumen de prosas poéticas gestado a la vez que Punyetera flor.

Asistente social de profesión y a punto de concluir sus estudios de Filología Catalana, Vidal también ha escrito poesía infantil (Visca! ) y es la responsable de la edición crítica de la poesía completa de Àngel Guimerà y del volumen Dues Catalunyes. Jocfloralescos i xarons, el estudio que sobre la Renaixença realizara Àngel Carmona, todo un clásico underground recuperado por la editorial mallorquina Lleonard Muntaner.

El nombre de Blanca Llum Vidal ha aparecido en diversas antologías de poesía joven y es una asidua del círculo de recitales y espectáculos líricos. Este retorno al origen de la palabra poética como canto y acción evidencia una cierta vocación de ethos público y fe performativa. Punyetera flor, consecuentemente, es un embate contra las estéticas blandas y autocomplacientes que no asumen ningún riesgo y, por no molestar, no molestan ni al lenguaje. Sus poemas evitan a conciencia la zona de confort de la desgraciadamente exhausta poesía de la experiencia y fortalecen la personal disidencia lingüística y sensible de Vidal.

En una célebre carta del 3 de febrero de 1818, John Keats le escribía a su amigo John Hamilton Reynolds que “La poesía debe ser algo grande, pero no llamativo, algo que penetre en nuestras almas sin sobrecogerlas. [...] Qué hermosas son las flores escondidas y qué pronto perderían su belleza si salieran todas al camino gritando: «¡admiradme, soy una violeta!»”. Pues bien, la flor vidaliana –a estas alturas podemos ir pensando en acuñar el adjetivo– se hermana con los libros que saltaron “al camino” de la tradición descarados, contestatarios y, para desagrado de Keats, sobrecogedores y chillones. Flores, como las de Baudelaire, que propinaron un sonoro puntapié a siglos de arquetípicos cantos neoplatónicos. Desde entonces, belleza y deseo pueden echar raíces y dar fruto en el cadáver hediondo de una carroña, o, en el caso de Punyetera flor, en la herida de amor que supura. Porque, efectivamente, es éste un poemario netamente amoroso cuyas ochenta composiciones, en su mayoría breves, versan sobre el desgarro y el dolor –pero también la maravilla y el goce irremediable– que la implosión del deseo provoca en un ser.

Punyetera flor es la instantánea de un estado, de un momento de confusión y caos sentimental. En este collage, pese a todo vitalista y palpitante, cada poema es un plano parcial y una textura diversa del dibujo final. En sintonía con poéticas vanguardistas y de corte surrealista, Vidal sufre a la par que juega y no pretende con sus versos ni calmar la tormenta interior ni mucho menos poner orden y cerrar las heridas porque, como ella misma afirma en una entrevista, “Potser no cal que tot cicatritzi, hi ha ferides que són interessants”. Aunque Brossa, Foix y, principalmente, Enric Casasses se postulan como maestros en lo experimental, son las figuras de Mercè Rodoreda y Marina Tsvietáieva –sus biografías brutales, sus amores dolorosos y complejos– las que ocupan, aquí, el epicentro de las influencias. Así lo atestigua el gran número de citas de ambas autoras.

Punyetera flor es un libro terriblemente orgánico, rebosante de materia viva parlante –a menudo como grito y lamento, a veces como nana o cancioncilla– cuyos ejes son tanto razón y pulsión (“de la tempesta / arran de cor / i amb el cervell”) como paisaje y cuerpo. Tras décadas de predominio de poesía urbana, la autora nos saca de la ciudad y nos echa a andar por los senderos entre campos de cultivo. Leer estos poemas es tocar de nuevo la madera, la tierra, la piedra. En este escenario primigenio, emerge la figura del amante –amic/amat–, capaz del todo y la nada. La hospitalidad hostil (términos que no en vano comparten raíz) del otro convulsiona un cuerpo textualizado que se ha convertido en lienzo. Los versos acumulan sangre, costra, fluidos, rasguños que son tinta y rúbrica: “Pots també / escriure’m a dintre: / ser la sípia, / escopir negre, / escórrer història”. Y si el yo lírico se siente desgajado, igualmente desgarrada es su sintaxis y convulso su ritmo.

Otro aspecto que, sin duda, da relieve a la obra de Vidal es su idiosincrásico lenguaje. La originalidad y variedad de registro y timbre verbal es el resultado de fusionar tanto lecturas como una primera infancia y madurez barcelonesas, los años pasados en Casserres (un pueblo de la comarca del Berguedà) y una familia materna enteramente mallorquina.

Por todo ello, Punyetera flor es una propuesta ambiciosa y más que solvente –con un buen número de composiciones excepcionales como “Els fruits del mal”, “Atzur” o “Ànima i mel”– que enriquece el catálogo de la editorial independiente LaBreu. En “Alabatre”, nombre que recibe su magnífica y heterodoxa colección de poesía, se dan cita primeras ediciones de jóvenes autores junto a Swing, volumen póstumo del recientemente desaparecido Francesc Garriga Barata, el Prufrock de T. S. Eliot o Finestrals, una de las pocas oportunidades de leer a Larkin en catalán.