Lídia Jorge – Estuario

Fundación Ortega MuñozEscaparate de libros, SO9

GABRIEL MAGALHÄES

ESTUÁRIO
Lídia Jorge

Dom Quixote, 2018.

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Lídia Jorge es un nombre imprescindible de la literatura contemporánea en lengua portuguesa y, gracias a las numerosas traducciones de sus obras, goza de una amplia recepción entre los lectores españoles, así como de una gran acogida más allá de las fronteras ibéricas y europeas. En 2014, publicaba Os Memoráveis, fraguada en torno al olvido en que cayeron algunos de los nombres que hicieron posible la Revolución de Abril, volviendo a una temática con que había iniciado su carrera literaria en 1980 con la novela O Dia dos Prodígios. Conectaba de este modo con los inicios de su producción, poniendo de relieve la coherencia de un recorrido literario que ha proporcionado a sus lectores, novela tras novela, abundante materia para la reflexión sobre la existencia humana en contextos históricos diversos.

  En última novela, Estuário (2018), vuelven a asomar interrogantes sobre los modos de vida de nuestras sociedades occidentales y sus derivas destructivas. Aunque el foco de la narración atienda a una familia lisboeta acomodada, en un momento de crisis en que los hijos regresan al antiguo edificio familiar, los conflictos que la trama propone y desarrolla superan las fronteras de lo local y lo nacional para promover una meditación que abarca a la totalidad del planeta. Esta tensión dialogante entre los conflictos próximos, y la geografía local en que se desarrollan, y la deriva de la humanidad en un mapa que nos contiene a todos es una de las propuestas más interesantes del libro y encuadra necesariamente su lectura.

  Como ya habrá apreciado quien se haya aproximado a la narrativa de Lídia Jorge, sus novelas ofrecen la oportunidad de apreciar magistralmente entretejidas, de un lado, la modulación laboriosa, en muchas ocasiones poética, de la lengua y, de otro, la interpelación sobre nuestra vida social, con evidentes matices de compromiso ético y humanista. En este sentido, Estuário no es una excepción.

  Por un lado, hay en sus páginas una melodía propia, pautada en paralelismos y repeticiones, en el contrapunto entre la voz que narra y el decir de los personajes, en palabras sin lugar en los diccionarios, que solo existen en los límites del lenguaje; una cadencia que se acompasa a los fragmentos de la Ode Marítima de Álvaro de Campos o de la Ilíada. Más allá de la mera cita, los versos pessoanos y homéricos cumplen en la trama una función esencial, alentando la germinación de nuevas historias. Asimismo, en Estuário, se nos invita a reconocer valores simbólicos en diferentes elementos, especialmente en los espacios. La casa, con sus numerosos dormitorios, con su biblioteca, techos, ventanas y balcones, ofrece su seno protector, abriga a sus habitantes y, al mismo tiempo, los enfrenta. Y, por supuesto, el estuario lisboeta, remanso donde acaban todos los recorridos, en el que se funden y transforman las historias individuales antes de diluirse en la inmensidad totalizadora del mar.

  Por otro lado, se trata de una obra donde se dan encuentro las más diversas preocupaciones de un siglo XXI que avanza sin respuesta ni solución a desastres como el cambio climático, la desaparición de las especies y la destrucción de los mares, la movilidad de los refugiados y su acumulación sine die en campamentos improvisados, el papel de las ONGs y de las ayudas internacionales, la presencia de la inmigración femenina sujeta a ocupaciones marginales o las relaciones interétnicas, traídas a colación en la novela a partir del trato de uno de los personajes con una comunidad gitana. Ninguno de estos conflictos sucede en una geografía lejana o repercute únicamente en ella. Al contrario, se trata de combates que de una manera u otra llegan hasta la orilla de nuestro confortable y supercivilizado mundo, hasta el estuario sosegado del Mar da Palha.

  En el contexto de la reciente crisis económica, los hijos de Manuel Galeano, familia de tradición naviera y comercial, vuelven a la casa paterna por distintas razones, si bien casi todos ellos buscan refugio acuciados por la necesidad de reducir gastos y la imposibilidad de hacer frente a las deudas. El señorial edificio, situado en el Largo do Corpo Santo, topónimo en sí mismo evocador, funciona como un puerto seguro para los nuevos náufragos y como asilo donde irán a recluirse, cada uno en su cubículo, los perdedores de la familia Galeano. Porque Estuário es sobre todo una novela sobre la pérdida, que nos muestra sus diversas caras y su efecto sobre la fragilidad humana.

  Todos los Galeano han experimentado de una u otra manera la privación de algo que les era fundamental. Para algunos ha sido una pérdida física, como la de Edmundo Galeano, el más joven de los hermanos, que ha sufrido la amputación de parte de su mano derecha mientras trabajaba como cooperante en el campo de refugiados de Dagahaley. Para otros es una pérdida de estatus social y económico, como sucede con Alexandre Galeano, ingeniero de prestigio que aventuró el negocio familiar apostando en los barcos cargueros de agua potable; o con Sílvio Galeano, que arrastrado por la ruina económica de la empresa familiar, tiene que renunciar a sus lujosas pertenencias y volver a trabajar en un bufete de abogados, prescindiendo del mayor de sus tesoros, su cabello Inmortal. Por su parte, Charlote Galeano ha vivido una pérdida amorosa sobre la que quiere guardar un completo silencio, aunque el rostro de su hijo sea la encarnación de su profundo y duradero amor por su antiguo amante. También el patriarca de la familia, Manuel Galeano, siente que se desmorona los pilares de una familia de raigambre emprendedora y Tatiana, la tía anciana encargada de la educación de sus sobrinos tras la muerte de la madre, se ha transformado en una mujer decrépita y paralítica, dependiente de los cuidados de otros. Solo uno de los hijos, João Vasco, representa un modelo de vida triunfador en este momento de declive, a salvo gracias a los beneficios que le reporta una pensión para inmigrantes, lo que sugiere la existencia de nuevas formas de enriquecimiento al margen de la ética del esfuerzo y de la honestidad.

  Sin embargo, hay pérdidas que fertilizan a quien las experimenta como oportunidad. Es el caso de Edmundo Galeano, quien, al perder una parte de sí mismo, ha ganado la percepción profunda del entorno que le rodea y la visión de una bola de fuego pálido que le acompaña y le insta a escribir un libro. Desde su regreso de los campos de refugiados con su mano mutilada, el joven se siente imbuido de una misión profética y salvífica que se ha de realizar a través de la literatura, por medio de la escritura de un libro que avise a la Humanidad del final apocalíptico que le acecha, antevisto en los campos de refugiados de la ciudad polvorienta de Dabaad.

  A través del personaje del joven Edmundo Galeano entran en escena en la novela cuestionamientos de profunda tradición cultural como el poder del discurso literario para modificar e influir los comportamientos colectivos. Mientras que el personaje del menor de los Galeano confía en su futuro libro como instrumento de aviso y salvación, su entorno conspira contra esa convicción, ya sea porque los libros son objetos del pasado y a nadie le interesan, como piensan sus amigos; ya sea porque los problemas que acucian a su familia, aun pareciéndole triviales y, por tanto, sin cabida en un libro que aspira a huir de lo particular para reflejar lo universal, reclaman su atención. En consecuencia, para llegar a ser escritor, Edmundo Galeano tendrá que enfrentar dilemas de hondo calado. Por un lado, su preocupación constante por la supervivencia de miles de personas, en lugares distantes de la ciudad y del edificio familiar, colisiona con las tribulaciones de la familia Galeano, como lo haría la tragedia con la comedia. Por otro, la utilidad de la literatura, del arte de usar las palabras para pulir el espejo de nuestra realidad, se debate frente a la pertinencia y urgencia del actuar para, salvando lo que está próximo, redimir al Todo que conforma la Humanidad.

  Con Lídia Jorge, y de la mano de Edmundo Galeano, comprendemos que el conocimiento del ser humano se alcanza en la vivencia de lo concreto y de lo próximo, pero que ello, lejos de limitar nuestra percepción de la totalidad que nos envuelve, confiere valor a la experiencia y nos impulsa a reconocer en nuestras acciones locales una repercusión global.