antonio jiménez morato
La nueva taxidermia
MERCEDES CEBRIÁN
Barcelona, Mondadori, 2011.
1. Qué inmortal he sido
“Vivimos en una época del alma. Cuando se habla tanto del cuerpo es que no hay cuerpo. Pertenecemos a un mundo espiritual, de fantasmagoría, con abstracciones como el dinero, que es invisible, inmaterial. Yo reivindico la materialidad, la corporeidad, la fisicidad del arte. El arte es un asunto del cuerpo.”
ÁNGEL GONZÁLEZ GARCÍA
Amigos que no trabajan en asuntos relacionados con la vida cultural me refieren de vez en cuando lo placentera y divertida que ha sido para ellos la visita a tal o cual exposición temporal cuando, además de las piezas artísticas o los documentos relacionados con la muestra, el comisario ha tenido la acertada decisión de recrear el estudio del artista o alguno de los espacios donde se desarrollaba la vida cotidiana. Lo que ellos buscan es, precisamente, esa inmersión en una realidad tangible y vital de la que los estudiosos paneles o las piezas artísticas –que no se pueden tocar, por ejemplo– carecen. Por eso sorprende, como bien dice Ángel González García, que a día de hoy el arte y la cultura sea tan virtual. De hecho, de no haber sido así no habríamos asumido con la facilidad con la que lo hemos hecho nuevos espacios como Internet.
Por eso es doblemente necesaria la mirada que despliega sobre la realidad Mercedes Cebrián en Qué inmortal he sido. Muchas veces se ha recordado la influencia de Perec, al que ha traducido con verdadera excelencia, en su obra. Y en este caso no es, desde luego, fortuito, porque hay un hilo más o menos evidente que relaciona esta novela corta con Las cosas. Si Perec usaba la pormenorizada acumulación de objetos en las viviendas de la pareja protagonista para trazar su recorrido sentimental y clarificar sus deseos, en el caso de Cebrián la operación es justo la contraria, ya que más que proyectar hacia el futuro las ambiciones la historia fija en los objetos los rastros que sobre los objetos y su disposición ha dejado la memoria. Y, con ese punto de partida logra algo espectacular: introducir al lector en el espacio de la historia, hacerle sentir partícipe de esa recreación que la narradora y protagonista esta llevando a cabo. El lector puede palpar, oler, escuchar, además de ver, todo ese escenario recreado por la narradora. Porque la virtud más importante del texto es esa: entregarnos un espacio real en unas páginas.
II. Voz de dar malas noticias
“Todo juguete puede ser un arma.”
JEAN-LUC GODARD
Decía Antonio Machado que, dentro de cada uno de nosotros, había, como mínimo, dos. Un enfoque modesto en comparación con las multitudes que albergaba Withman. Quizás la seducción que siempre han ejercido el disfraz y la máscara se deba a esa necesidad de bien fingirse otro, o bien permitir mediante algún tipo de artimaña que afloren esas personalidades ocultas que albergamos de modo consciente o no. Pessoa elevó ese juego de voces enfrentadas y dialogantes entre sí a una de las cotas más sublimes que ha producido la literatura. Y lo hizo, quizás, influido por el origen etimológico de su apellido, que proviene del latín persona/ae que, como es sabido, significa máscara.
La protagonista de esta novela corta de Mercedes Cebrián necesita, también, de unas máscaras que le permitan ejercer el riesgo de la socialización. Pero no comete el error de enmascararse de modo directo y literal, sino que se parapeta tras unos muñecos de ventriloquia que hablan por ella. Tres muñecos de personales definidas y opuestas, perfectamente identificables y, lo que es más relevante, cada uno odioso a su manera. Belinda, que así se llama la protagonista, no elige seres amables y seductores, sino tan sólo personalidades capaces de defender su hueco en la sociedad. Una capacidad de la que ella carece. Perfecta metáfora de las imposiciones, renuncias e imposturas a las que obliga las relaciones sociales, cuando, finalmente, se ve obligada a renunciar a ese triunvirato de rostros, elige una muñeca idéntica a ella misma pero que sigue sin ser ella misma. O, lo que viene a ser lo mismo, la certeza de que es otro el que es juzgado y otro el que debe juzgar a los otros.
La sorprendente narración de alguien que, ante la imposibilidad de renunciar a su cuerpo y a su vida, se diluye en otras personalidades que sostiene el relato termina de consolidar no ya la brillantez de una propuesta narrativa, sino de toda una literatura. Brillante por su singularidad dentro de unas letras aburridas y predecibles hasta el hartazgo, la escritura de Mercedes Cebrián consigue, además, obligarnos a cuestionarnos muchos de los conceptos que creemos sólidamente establecidos sobre la construcción que hacemos de la realidad. Una realidad que resulta ser, finalmente, un fiel y muchas veces pálido reflejo de la ficción.