La inteligencia y el hacha – Luis Antonio de Villena

Fundación Ortega MuñozEscaparate de libros, SO1

EL BATIBURRILLO Y LA PAPADA

MARTÍN LÓPEZ-VEGA

LA INTELIGENCIA Y EL HACHA
Luis Antonio de Villena

Madrid, Visor, 2010.

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La inteligencia y el hacha, la última de las antologías dedicadas por Luis Antonio de Villena a seleccionar la poesía reciente, es un curioso disparate. Casi podría uno entender actitudes de alguno de los seleccionados, como la, un poco infantil, del canario Rafael José-Díaz, que dedicó una entrada de su blog a decir que él está ahí pero no es “de esos”. En el prólogo, que debiera haber servido para explicar la intención de la antología, Villena apenas dedica unos párrafos a despacharse con otros antólogos y lo que es más curioso, con los propios antologados, preguntándose si no será Elena Medel, a quien incluye, una nueva Blanca Andréu (Villena es un maestro en el arte de la misoginia más bien poco disimulada) y revelando indiscreciones a propósito de lo que Francisco Brines, por ejemplo, le ha dicho sobre la poesía de Carlos Pardo. Inteligencia, poca, aunque hachazos a la sintaxis hay muchos en el prólogo.

La selección es extraña: más que una antología hay tres. En el primer tramo se incluyen nombres ya indiscutibles de nuestra poesía: son Juan Antonio González Iglesias, Álvaro García, Luis Muñoz. A partir de ahí, un poco de todo: desde los desvaríos neobarrocos y gimferrerianos de José Luis Rey a las naderías delicadas de Rafael-José Díaz, de los trabalenguas que parecen cómicos (pero al parecer no lo pretenden) de Juan Carlos Abril a las fruslerías de Javier Vela. El núcleo de la antología, al que quizás hubiera debido reducirse, lo forman Carlos Pardo, Elena Medel, Jorge Gimeno, Lorenzo Plana, José Luis Piquero o Javier Rodríguez Marcos. Hay algunos jóvenes (y no tan jóvenes) que de momento no pasan de epígonos de la poesía a la moda, y hay otros que han arriesgado con sus propuestas y que merecen ser seguidos con atención, como Juan Andrés García Román. En la última parte de la antología abundan los poetas por hacer, que no han presentado aún una propuesta lo suficientemente sólida como para ser tenida en cuenta.

Lo más llamativo, pues, de esta antología es que lo que hay en ella que vale algo ya lo conocíamos. Tan sólo el nombre de Jorge Gimeno aparece por primera vez en una colectánea de este tipo. A cambio, faltan algunos como Ana Merino o Abraham Gragera, que cualquier lector avisado extrañará. Los un-pocomayores que dan cuerpo al volumen y el batiburrillo de jóvenes imberbes hacen de esta una triple antología que se queda en nada. En el prólogo Villena da a entender que el libro se gestó en algunas noches compartidas con alguno de los poetas incluidos. Si es así, más les valdría a esos poetas tener los huevos de hacer ellos la antología, responsabilizarse y firmarla, y no darle la lata a un proto-anciano que ha perdido todo su prestigio como antólogo (y en parte gracias a ellos: Carlos Pardo se enfrentó a él en una no tan lejana jornada santanderina en la UIMP que parece haber olvidado) y que estaría mejor buscando tiempo para hacerle a su prosa lo mismo que le ha hecho a su papada.