ANTONIO JIMÉNEZ MORATO
LA CÁMARA DE PANDORA
Joan Fontcuberta
Barcelona, Gustavo Gili, 2010.
Para el lector inquieto es una suerte que coincidan en las mesas de novedades dos libros de Joan Fontcuberta. Uno es el ensayo La cámara de Pandora, que recoge algunos artículos ya publicados en revistas junto a nuevos textos que sirven para consolidar y dar matices al fecundo discurso teórico del fotógrafo. El otro es Blow Up Blow Up, publicado por la editorial Periférica, que no es en sí un ensayo de Fontcuberta, sino el catálogo de la exposición exhibida en la galería cacereña Casa Sin Fin en la que el artista toma como punto de partida la película de Antonioni y su relación con la fotografía. Un catálogo que en la mayoría de sus páginas alberga en realidad un interesantísimo ensayo sobre toda su trayectoria tanto artística como teórica realizado por el crítico Iván de la Nuez.
Quien se haya acercado tanto a su labor como fotógrafo, comisario de exposiciones o teórico, sabe que a Fontcuberta le interesan los territorios mestizos y se plantea muchas dudas sobre la condición esencial de la fotografía. Que su escrutadora mirada haya coincidido con un momento especialmente significativo para la historia de dicha forma artística lo ha tornado, además, en uno de los más agudos analistas de los cambios que están poniendo cabeza abajo la idea que tenemos de los que es el trabajo fotográfico. Y en buena medida La cámara de Pandora va desgranando una serie de textos sobre el fin de la fotografía analógica, o documental, y el advenimiento de la fotografía digital, creadora y más cercana a la pintura de lo que muchas veces queremos creer (o estamos dispuestos a asumir). La fotografía parece abandonar pues su función decodificadora del mundo, como reflejo de este, para crear un universo propio que dialoga directamente con él y puede suplantarlo. El futuro no se verá reflejado en la fotografía, del mismo modo que la memoria se ha conservado a través de los documentos fotográficos, sino que se construirá a través de una imagen fotográfica, pero ya desde una concepción más pictórica, creadora. Vista así la fotografía analógica parece apenas un paréntesis histórico ya superado.
Las tensiones que ese cambio de paradigma provoca se dejan ver, también, en el propio trabajo de Fontcuberta como fotógrafo o artista, a elegir. La película de Antonioni pivota en torno a una escena especialmente significativa, cuando el análisis detallado de la imagen fotográfica sirve para revelar una realidad que ha escapado al ojo humano en primera instancia. Pero qué sucede si continuamos ampliando hasta el infinito esa misma imagen, esa sombra analógica. Volvemos a la abstracción, la negación en sí de la mirada, del reconocimiento. Por ese interesante sendero se ha encaminado Fontcuberta en su exposición, e Iván de la Nuez parte de ese proceso para sopesar lo novedoso de sus argumentos lanzando al lector y espectador interesantes preguntas: si nuestra mirada no se dedica más a crear que a registrar o cómo afirmar con certeza que lo que vemos es realidad. Quedan invitados al debate.