La aventura [Antología poética] JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN

Fundación Ortega MuñozEscaparate de libros, SO2

José Luis García Martín: un arte de amar

Manuel neila

La aventura
[Antología poética]JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN

Prólogo de Rosa Navarro Durán

Sevilla, Renacimiento, 2011.

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La obra poética de José Luis García Martín no ha obtenido, hasta ahora, el reconocimiento que sin duda merece. Y si no ha sido plenamente reconocida entre los poetas, tampoco lo ha sido entre los lectores. La aparición de su Poesía reunida (1972- 1990), con libros de ensimismada juventud como Autorretrato de desconocido o El enigma de Eros, que pudo haber remediado esa deficiencia, pasó más o menos desapercibida. La ulterior publicación de Material perecedero. Poesía 1972-1998, con libros de serena madurez como El pasajero o Principios y finales, volvió a pasar sin pena ni gloria. Lo mismo puede decirse de Mudanza (2003), en que volvió a recoger su obra, e incluso de Légamo (2008), su último volumen de poemas. Esperemos que La aventura [Antología poética], publicada recientemente por la editorial Renacimiento en su colección “Antologías”, y prologada con excelente criterio por la profesora Rosa Navarro Durán, le reporte la consideración que a todas luces merece.

Una vez superado el período de aprendizaje, la aventura poética del crítico extremeño presenta tres etapas claramente diferenciadas. La etapa de juventud está representada por los títulos Autorretrato de desconocido (1979), El enigma de Eros (1982) y Tinta y papel (1985); aunque todos ellos participan del culturalismo propio de la estética novísima, presentan ya una clara orientación intimista. La intencionalidad y la invención autobiográficas que regirán la obra martiniana a partir de ese momento responden, en buena medida, a las inquietudes de la época. La desconfianza ante los grandes discursos produjo, a partir de los acontecimientos del 68, un desplazamiento del sujeto al ámbito de la intimidad, como ponen de manifiesto Jean-François Lyotard y Gilles Lipovetzky. Con este repliegue individualista, la práctica autobiográfica pasaría a primer plano de la escena literaria a finales de los años setenta, de modo que la literatura “personal” alcanzó un despliegue desconocido hasta ese momento.

Tras la publicación de Treinta monedas, José Luis García Martín entró en un período de madurez vital y literaria, que llega hasta finales de siglo. La poesía de este período —agrupada sucesivamente en El pasajero (1992), Principios y finales (1997) y Material perecedero (1998)— representará el descubrimiento de la alteridad, a partir de las ficciones que el sujeto elabora de sí mismo y de aquellos que le rodean. Y si en su etapa de juventud abordó la invención de sí mismo como si fuera otro, en la etapa de madurez intentará recuperar la conciencia de la alteridad en el sujeto, a la manera de Cavafis, Pessoa, Borges o Cernuda, sus poetas predilectos. Al explorar sus recuerdos personales, al auscultar con reticencia el temblor de los sucesos que se transmiten, el poeta constata que la vida ya no es, ni podrá ser, un todo definido, sino lo que se organiza y extravía en torno a la carencia de saber y a la conciencia desdichada de tener que suplirla. Por ese camino descubre la ficción que el sujeto elabora de los otros, a la vez que recupera lo que hay de los otro en la constitución del yo.

Hay un momento en la vida en que el tiempo nos alcanza, decía Cernuda. Hay un momento en la vida en que doblamos una esquina, y todo sigue igual, pero ya nada es lo mismo, dice García Martín. Llegado ese momento, que en su caso coincide con el cambio de siglo, nuestro poeta se siente en la necesidad de mirar atrás y hacer recuento de su vida, del inevitable fracaso que es la vida de cualquier persona. El resultado de ese escrutinio se titula Al doblar la esquina (2001), uno de los libros más significativos del autor, tanto por su valor intrínseco, como por el significado que adquiere en el desarrollo de su trayectoria poética, que se completará con Mudanza (2003) y Légamo (2008). Y como ya sucediera en el tránsito de la juventud a la madurez, y quedó reflejado a la perfección en Treinta monedas, el sujeto poemático vuelve a convertirse ahora, en el tránsito de la madurez a la plenitud, en el asunto preferente de sus poemas. Pero el énfasis del poeta no recae en el proceso de ficcionalización del yo, sino en las diferentes figuraciones de ese sujeto múltiple, o lo que es lo mismo, en su apertura al complicado mundo de la vida y a las encrucijadas de la historia.

La trayectoria poética de José Luis García Martín, abreviada ahora con mano maestra en La aventura [Antología poética], es ya considerable y merecedora de consideración. El valor de la misma queda probado finalmente por el gran cuerpo de obra que le queda después de hacer todas las reducciones y deducciones posibles. Lo que le distingue es —como dijo Matthew Arnold de los grandes poetas de siempre— su poderosa y profunda aplicación de las ideas a la vida. Y si sus poemas de juventud y madurez nos permiten sentir el extrañamiento del mundo, el enigma de eros y la verdad de las máscaras, sus poemas de plenitud, y en particular los de Légamo, nos muestran la alegría y el fracaso de vivir, un arte de amar el mundo de la vida, con un estilo de justa sencillez, con una fuerza y una eficacia que no deja de conmovernos.