miguel ángel lama
HISTORIA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA
Dirigida por José Carlos Mainer
Barcelona, Crítica, 2010- 2013.
En los tres números anteriores de suroeste hemos venido dando noticia de seis de los nueve volúmenes que componen la Historia de la literatura española dirigida por José-Carlos Mainer y coordinada por Gonzalo Pontón Gijón —los correspondientes a El siglo del arte nuevo 1598-1691 (vol. 3), de Pedro Ruiz Pérez; Modernidad y nacionalismo 1900-1939 (vol. 6), de José-Carlos Mainer; Hacia una literatura nacional 1800-1900 (vol. 5), de Cecilio Alonso; Derrota y restitución de la modernidad 1939-2010 (vol. 7), de Jordi Gracia y Domingo Ródenas; Las ideas literarias en España (1214-2010), dirigido por José Ma Pozuelo Yvancos (vol. 8); y El lugar de la literatura española, a cargo de Fernando Cabo Aseguinolaza (vol. 9)—; a dos por número de suroeste, y en ese orden. Con la reseña de los tres volúmenes que faltaban finaliza esta serie: Entre oralidad y escritura. La Edad Media (vol. 1), de María Jesús Lacarra y Juan Manuel Cacho Blecua; La conquista del clasicismo 1500-1598 (vol. 2), de Jorge García López, Eugenia Fosalba y Gonzalo Pontón; y Razón y sentimiento 1692-1800 (vol. 4), de María Dolores Albiac Blanco.
VOLUMEN 1.
Mª JESÚS LACARRA Y JOSÉ MANUEL CACHO BLECUA.
Entre oralidad y escritura. La Edad Media.
Barcelona, Editorial Crítica, 2012, 792 páginas.
Los autores de este volumen, los profesores Ma Jesús Lacarra y Juan Manuel Cacho Blecua, ambos de la Universidad de Zaragoza, suman entre los dos un buen número de las más brillantes aportaciones críticas al estudio de la literatura española medieval de los últimos treinta años. Esto dice mucho sobre la idoneidad de su elección para la elaboración de este volumen que abre —en el tiempo del discurso— esta Historia. Además, no es la primera vez que trabajan juntos; pues baste recordar su edición en Clásicos Castalia de Calila e Dimna (1984), y algunos otros trabajos que se suman a sus principales investigaciones particulares sobre la cuentística medieval (Lacarra) o la literatura caballeresca (Cacho Blecua).
¿Qué entendían los hombres medievales por literatura? Es una pregunta que los autores consideran oportuno responder en las primeras páginas de la introducción a este volumen, que se distingue de otros precisamente por esto, por la necesidad de delimitar semánticamente el objeto de estudio; lo que no ocurre del todo cuando nos referimos a la producción literaria de otras épocas, y menos, de las contemporáneas. ¿O sí? El epígrafe «De la letradura a la literatura» ilustra el recorrido semántico que proponen los redactores desde el restrictivo significado de conjunto de materias adecuadas para los clérigos y luego la producción escrita en el mundo eclesiástico, el cortesano y el caballeresco, hasta la progresiva incorporación del cultismo «literatura» que va ampliando su campo a las enseñanza gramaticales y saberes transmitidos por medio de la escritura; pero que no resuelve los problemas terminológicos que plantea un período histórico cuya característica singular es la coexistencia entre oralidad y escritura, y que los responsables de este volumen llevan a su rotulación general. Entre oralidad y escritura. La Edad Media, pues.
La primera parte reseña la producción literaria medieval en sus diferentes contextos a partir de la consideración de un escaso corpus conservado como «los restos de un naufragio», en forma de testimonios textuales exiguos, número muy reducido de autógrafos, transmisiones tardías y descuidadas, o la constancia de la inmaterialidad de la oralidad con la que se difundieron muchas obras. La historia del tratamiento y atención que ha procurado la literatura medieval hasta el siglo XX ocupa esta sección en la que Lacarra y Cacho Blecua analizan con lograda amenidad las particularidades propias de un objeto de estudio sometido a una multiplicidad política y una diversidad lingüística, determinado por los medios de su difusión y recepción, y de su producción en el contexto de la fiesta, las celebraciones y los espectáculos. Estas páginas concretamente («Literatura, fiestas y espectáculos») son deliciosas para el lector no iniciado y están llenas desugerencias, como demuestra la mini-antología de textos —casi como un complemento a los «Textos de apoyo»— queva jalonando el relato. Y es que los autores aciertan en el tratamiento de su objeto y se nota en su afán el respeto por el lector no especializado que quiera adentrarse en el conocimiento de «temas tan alejados de nuestros días». Yo no diría tanto; pero se comprende y agradece la prevención.
La sección que trata el mundo de los escritores —o los escritores y su mundo— se articula en dos epígrafes: «La educación letrada» y «La construcción de la figura del autor». El primero, podría decirse, se centra en el contexto que propicia y genera la producción intelectual; el segundo, en su figura peculiar, lejana aún al perfil de «autor» literario o escritor tal y como se entenderá en tiempos posteriores. Con razón se avisa aquí que «la imagen moderna del autor es una construcción inadecuada para aproximarse a los creadores medievales, quienes abordaban su trabajo literario desde perspectivas diferentes a las actuales, más próximas en los primeros tiempos a las esbozadas por San Buenaventura» (pág. 260), el teólogo franciscano que distinguió entre el «amanuense» o scriptor, el «compilador» o compilator, el «comentador» o commentator, y el «autor», auctor; categorías que se recorren con ejemplos hasta llegar al paso del auctor al escritor.
Ese camino que va desde la figura de un auctor hasta la del escritor sostenido por un poderoso que ejerce su mecenazgo parece que se impone igualmente en la redacción de la tercera parte de este volumen, «De la anonimia a la conciencia autorial», que se corresponde con lo que en otras entregas de esta Historia es el bloque de «Los autores y las obras», así, con alguna variante, en los tomos 2, 4, 6 y 7. Los autores y las obras, aquí, están presentados en cinco capítulos cuya justificación es genérica y cronológica; pues el primero es el que trata la poesía narrativa (Poema de Fernán González, Cantar del Cid, Poema de Alfonso XI, Libro de Alexandre, Libro de Apolonio, Libro de buen amor...); el segundo cubre la prosa literaria de Alfonso X a Don Juan Manuel; el tercero recoge la lírica cortés, el marqués de Santillana, Juan de Mena, Jorge Manrique y las corrientes poéticas vinculadas a la corte; el cuarto se corresponde con la literatura caballeresca (Libro del cavallero Zifar, Amadís y Las sergas de Esplandián...); y, por último, el capítulo final es el del teatro medieval, representado por el Auto de los Reyes Magos y La Celestina.
En general, la inclusión de ejemplos que ilustran —véase en el segundo bloque del libro— las particularidades de la difusión literaria en la época es muy acertada, y encuentra un apoyo fundamental en un elemento editorial que aún no he destacado debidamente en estas reseñas en SUROESTE: el cuadernillo de ilustraciones a color, impresas en papel couché blanco, que destaca sobre el cuerpo de páginas —entre las 334 y 335 de este volumen 1— de la obra. No alude en su prefacio el director de la colección a este aspecto externo de índole editorial; pero su pertinencia y su tratamiento son bien expresivos de la intención del conjunto, y trenza estupendamente la buena comunicación entre José-Carlos Mainer, cada uno de los colaboradores y el coordinador editorial Gonzalo Pontón Gijón.
VOLUMEN2.
JORGE GARCÍA LÓPEZ, EUGENIA FOSALBA Y GONZALO PONTÓN
La conquista del clasicismo 1500-1598.
Barcelona, Editorial Crítica, 2013, 804 páginas.
Anunciada en el lanzamiento de esta Historia y hasta la aparición del volumen 7 en marzo de 2011 la autoría de Bienvenido Morros, finalmente, quienes se han encargado de elaborar este volumen dedicado a la literatura del siglo XVI han sido los profesores Jorge García López y Eugenia Fosalba, de la Universidad de Girona, y Gonzalo Pontón Gijón, de la Universidad Autónoma de Barcelona, y, a su vez, coordinador de toda la colección dirigida por José- Carlos Mainer. Nuevamente, pues, se ha incumplido —y no pasa nada— la norma no escrita de la autoría única de los volúmenes. En este caso, con la debida puesta en común, el profesor García López se ha encargado de la redacción de las secciones «Corrientes intelectuales del siglo XVI» e «Inquietudes estéticas y linderos históricos», que son las dos primeras que abren la obra, y de los apartados relativos a la prosa; la profesora Eugenia Fosalba ha escrito todo lo relativo a la poesía; y Gonzalo Pontón ha escrito lo referido al teatro y se ha encargado de la supervisión de conjunto.
El título elegido, La conquista del clasicismo, expresa el que es considerado por estos autores el objetivo principal de la literatura española del siglo XVI. Acercarse a sus testimonios y protagonistas es una constatación de la magnitud del influjo del humanismo italiano como un universo intelectual y científico que recorre ese período. Los nuevos tipos sociales y literarios que se dan en la literatura española del siglo del clasicismo —el nuevo pastor, el pícaro...— o las nuevas formas líricas con Garcilaso y Boscán son hijos de los cambios que se están produciendo con la asimilación de las aportaciones de la gran corriente de pensamiento que va a ser la gran revolución del siglo. Al estudio de esos testimonios, de esos hitos, que pueden representar este gran proceso de asimilación en España de los cambios venidos de fuera se dedica este volumen muy bien concebido que casi parte de un reinado, el de Carlos V —es decir, 1517; pero también la publicación de la Biblia Políglota— y que tiene como marca final la fecha de 1598, término del reinado de Felipe II.
El panorama de todo un siglo pasa por nombres como Antonio de Guevara, Boscán, Garcilaso de la Vega, Alfonso y Juan de Valdés, Jorge de Montemayor, Cervantes, etc., que representan ese perfil europeo de la literatura del tiempo, en consonancia con la corte internacional del Emperador Carlos. Pero las llamadas de atención sobre la presencia de Martín Lutero, Erasmo, Maquiavelo o Justo Lipsio son constantes, y ponen delante de los ojos del lector las grandes corrientes intelectuales del siglo XVI, que es el primer gran capítulo de este tomo, muy bien encabalgado —son las mismas manos— con el segundo, «Inquietudes estéticas y linderos históricos».
Un volumen bien concebido porque a cada paso en su desarrollo va mostrando cuáles son los planteamientos de la obra en su conjunto (y no creo que sea, aunque pueda notarse, por ser su coordinador, Gonzalo Pontón Gijón, uno de los autores.) Por ejemplo, se me permitirá parafrasear a Jorge García López para ponderar su manera de entender el espíritu de esta Historia de la literatura española, que propicia un tono ensayístico sin empedrar la prosa de citas y referencias bibliográficas, pues el lector iniciado sabrá verlas sin necesidad de aparato. Es el rasgo de esta obra que quiere dejarse querer por un lector que ya pasó por la sistematización y el dato en términos histórico-literarios. Se nota mucho en muchos lugares de este tomo; especialmente cuando se habla de la creación de una prosa artística (kuntsprosa) nueva, y esa manera distinta de mirar a los clásicos.
Se ve esto mismo en la parte dedicada al repaso de géneros, autores y obras. En el recorrido por la prosa de ideas y «los caminos de la ficción» —desde el diálogo renacentista, el Lazarillo o el relato caballeresco; o en el tratamiento de la poesía, donde, salvo en el caso de Garcilaso de la Vega, se ha optado por rotular los estadios evolutivos de la lírica de un siglo bajo marbetes representativos sin mención de los grandes nombres de los poetas más conocidos. De ahí que queden ocultos Fray Luis de León y San Juan de la Cruz en un apartado titulado «Derroteros de la lírica antes de 1580», en el que también se trata la Floresta de varia poesía de Diego Ramírez Pagán, la figura de Gregorio Silvestre y la de Francisco de Aldana, cuya atención supera en espacio (págs. 447-461) a la de otros poetas como los citados Luis de León (págs. 466-474) y San Juan (págs. 474-479). De ahí también que se haya preferido tratar a Fernando de Herrera bajo un epígrafe como «El nacimiento de la poesía cultista», que lleva aparejada la fecha paradigmática de 1582 de la publicación de los versos escogidos —Algunas obras— del sevillano. Se huye, por consiguiente, de la comodona y confortable agrupación por nombres.
Para el teatro, la síntesis que se nos ofrece en el apartado «Hacia el primer espectáculo comercial de la era moderna» es ejemplar, y culmina con el tratamiento de la obra de un Lope anterior a la comedia nueva. En todo el capítulo se hace gala de una cautela científica encomiable, de unrealismo honesto sobre la materia de estudio. Queda trecho por recorrer, hay lagunas, resta mucho por estudiar, son posiciones que el redactor de esta parte va recordando a cada poco, y la historia de la crítica filológica reciente lo pone de manifiesto, por ejemplo, en el hallazgo de la pieza de Lope Mujeres y criados por el profesor Alejandro García- Reidy. A ese otro tiempo mira el final de este apartado, que deja la puerta abierta para poner la historia en suerte y que el lector se adentre en el siguiente período, en el siguiente tomo de El siglo del arte nuevo que ya fue comentado aquí.
VOLUMEN 4.
MARÍA DOLORES ALBIAC BLANCO
Razón y sentimiento. El siglo de las Luces (1692-1800).
Barcelona, Editorial Crítica, 2011, 822 páginas.
Se queja la autora de este volumen, con razón y en estricta observancia de uno de los tópicos que repiten —repetimos— quienes estudian la literatura española del siglo XVIII, de la imagen de indolencia y de la simplificación caricaturesca que se ha aplicado a este período. En efecto, conviene recalcar que hay que huir de esas chatas reducciones y que el siglo de las Luces inició la modernidad y que pocas épocas «han estado tan abiertas a los cambios [...] y pocas han hecho tanto por la emancipación de artistas y creadores, de los seres no privilegiados por su nacimiento o por el lugar donde lo hicieron» (pág. 2). Y más, «es que el siglo XVIII, en contra de lo que se desprende del tenaz abandono en que lo sumen los planes educativos y la programación de nuestros departamentos universitarios, no es un erial poblado de algunas gentes de buena voluntad y escaso fuste. El siglo XVIII dio a Goya, cuya pintura debió tanto a las ideas de sus amigos literatos, y cuenta con nombres que vale la pena releer: Cadalso, Cienfuegos, Jovellanos, Iriarte, Leandro Fernández de Moratín, el padre Feijoo... no son, solo, grandes escritores españoles; son también parte de la gran literatura europea» (pág. 4). Da por supuesto María-Dolores Albiac una lectura previa de estos autores cuando los reivindica y, sin embargo, el quid está en que no ha habido esa lectura primera o, si se ha hecho, ha sido una lectura parcial, deficiente por la escasez de textos fiables y prejuiciosa. Por eso es tan importante el afán de este capítulo de la Historia de la literatura española ideada por José-Carlos Mainer; porque puede incitar a una lectura cabal de nuestro siglo XVIII, porque puede hacerlo apetente al lector para internarse en su vasta, plural e ilustrada literatura. Y este volumen de Razón y sentimiento puede ser un buen ensayo de entrada a nuestro Siglo de las Luces para los lectores que partan de un conocimiento somero o que hayan recorrido tan solo los lugares comunes referidos a esta época. La propuesta se articula —en aplicación de los criterios de la colección— en los tres grandes bloques que abordan la producción literaria del siglo XVIII en sus contextos, el escritor y su mundo, y los autores y sus obras; por lo que lo interesante es la manera en que la autora de este volumen resuelve los contenidos que se incluyen en cada uno de esos bloques. Cosmopolitismo, modernidad, creencias; organización cultural, privacidad, reformismo... Son, casi en ese orden, conceptos esenciales de la caracterización del período que se aborda en las dos primeras partes, que se atomizan en muchos puntos de interés; desde los que atañen a la terminología que se ha utilizado para designar ciertas actitudes estéticas dieciochescas —literatura ilustrada, clasicista, rococó...—, o las nuevas ideas del pensamiento ilustrado que, por ejemplo, arremete contra la tortura y aboga por el fomento de la educación, entre otros aspectos. En lo estrictamente histórico-literario, es muy interesante y significativo para destacar el valor de estas páginas, la manera en que la profesora Albiac trata el término rococó utilizado para designar una manera precisa de la poesía dieciochesca. En efecto, no hay necesidad de buscar corsés que no aclaran, sino que exigen más explicaciones, para interpretar modos literarios que están marcados por los nuevos signos del nuevo clasicismo. Pone varios ejemplos —y uno de los más incontestables es el de José de Cadalso—; pero baste aquí recordar el de Nicolás Fernández de Moratín, considerado rococó en poemas como «El nido de amor» o «Amor aldeano», cuando en realidad —como recuerda Mª Dolores Albiac— «dependen de su gran conocimiento de la poesía pastoril del siglo XVI y de su admiración por fray Luis, por Herrera y Garcilaso, del mismo modo que sus anacreónticas entroncan con las de Villegas del siglo anterior». O sea, nuevo clasicismo.
El apartado de los autores y las obras intenta compendiar en poco espacio —no es el objeto primero de esta Historia— un recorrido por los géneros y figuras de las bellas letras — teatro, poesía, narración— en una parte que adolece quizá de mayor premura en la redacción. Se comprende, y, además, en las dos partes anteriores, se han dado claves y menciones suficientes para comprender ahora los testimonios citados. Es quizá la parte más complicada de redactar, por la necesidad de mencionar mucho en poco espacio, y por los riesgos de parcelaciones, trasiegos cronológicos y repetición de autores. Sobre los «Textos de apoyo», bien escogidos, cabe quejarse por la mutilación de algunas muestras de poesía sin un criterio convincente, más allá del espacial.
La bibliografía, por último, suscitará algún reproche en los que busquen información actualizada. Se recogen antiguas ediciones de textos, como las del Teatro completo de Leandro F. de Moratín, publicadas en los años setenta por Editora Nacional, y no hay mención de las obras completas de Leandro y de su padre que, bajo el título de Los Moratines, publicó en 2008 Ediciones Cátedra. El mismo sello y el mismo año en los que el recientemente fallecido Russell P. Sebold reeditó La poética de Luzán, después de más de treinta años de aquella otra en Editorial Labor que es la que se cita. Tampoco hay novedad en la mención del clásico y brillante estudio de François Lopez —a quien Ma Dolores Albiac recuerda, junto a René Andioc, en su «Prólogo», por su fallecimiento— sobre Juan Pablo Forner, pues no se da la traducción española publicada y actualizada en 1999. Vuelve a aparecer en una relación bibliográfica la edición de Nicolás Marín de los Ocios de mi juventud de Cadalso sin que se avise de que se trata de una escuálida antología de docena y pico de poemas, meritoria en su día y poco significativa a efectos bibliográficos. Y vuelve a citarse el monumental Poetas líricos del siglo XVIII del marqués de Valmar como si se hubiese publicado en la mitad del siglo XX en la BAE. Todas son referencias fácilmente subsanables que no restan a la condición de este volumen, como decía al principio, como un buen ensayo para adentrarse en nuestro Siglo de las Luces: en el siglo de la Razón y del Sentimiento.
Historia. Literatura. Española. Son los tres términos principales que tipográficamente quedan destacados en las sobrecubiertas —y en sus lomos— de los nueve volúmenes de esta serie. Es mucho más que un rasgo de diseño. Es un refuerzo visual de un fundamento epistemológico. El fundamento de una suerte de reivindicación de esos tres términos en su estricta relatividad, en su «insatisfacción terminológica», que «es, a fin de cuentas, más estimulante para el conocimiento que una previa certeza dogmática. Paradójicamente, por lo que toca a las ciencias humanas, se avanza mejor entre hipótesis simultáneas que de la mano de presuntas seguridades de dirección única. Puede que no sepamos muy hacia dónde vamos, pero es muy higiénico saber hacia dónde no nos interesa ir: los lugares comunes suelen estar superpoblados.» Son palabras del «Prólogo general a la Historia de la literatura española» (pág. VIII) escrito por Mainer y fechado en Zaragoza, en la primavera de 2009. Chapó por ellas y por esta primera historia de la literatura publicada en el siglo XXI sobre sus siglos literarios precedentes, escrita, a partir de esa «insatisfacción terminológica», como dijo el poeta, «para que nos entiendan / y que nos entendamos». Y aquí se pone el fin a esta serie en suroeste de cuatro entregas sobre los nueve volúmenes de esta excepcional Historia de la literatura española, que probablemente sea uno de los últimos empeños en este formato de ofrecer un análisis crítico de diez siglos de hechos literarios. En catorce mil novecientas páginas.
sugerencias, como demuestra la mini-antología de textos —casi como un complemento a los «Textos de apoyo»— que