Historia de la literatura española Dirigida por JOSÉ-CARLOS MAINER

Fundación Ortega MuñozEscaparate de libros, SO2

miguel ángel lama

Historia de la literatura española
Dirigida por JOSÉ-CARLOS MAINER

Barcelona, Crítica, 2010-2011.

En el número anterior de SUROESTE dábamos noticia de los dos primeros volúmenes aparecidos de esta Historia de la literatura española dirigida por José-Carlos Mainer y coordinada por Gonzalo Pontón Gijón —los correspondientes a El siglo del arte nuevo 1598-1691 (vol. 3), de Pedro Ruiz Pérez, y Modernidad y nacionalismo 1900-1939 (vol. 6), de José-Carlos Mainer— cuyo proyecto de publicación sigue adelante y que, además de las mencionadas y las dos entregas que a continuación vamos a reseñar, contiene los números: 1. Edad Media, a cargo de Juan Manuel Cacho Blecua y María Jesús Lacarra; 2. Siglo XVI, por Bienvenido Morros; 4. Razón y sentimiento 1692-1800, por Mª Dolores Albiac; 8. Las ideas literarias en España (1214-2010), dirigido por José María Pozuelo Yvancos —estos dos ya publicados y que esperamos comentar próximamente— y 9. El lugar de la literatura española, a cargo de Fernando Cabo Aseguinolaza

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IVOLUMEN 5.
Hacia una literatura nacional 1800-1900
CECILIO ALONSO
Barcelona, Editorial Crítica, 2010, 839 páginas.

A esta altura del proyecto de Historia de la literatura española de Editorial Crítica, es indudable que se ha logrado una moderna aunque no inédita manera de contar la historia literaria bajo la responsabilidad de una única mano —o casi única. El hecho resulta admirable por el intento de acometer la historia de un largo período plagado de hechos y de nombres, de fenómenos y circunstancias culturales. Admirable y portentoso. Y uno de los mejores ejemplos de esto está en este volumen escrito por Cecilio Alonso, experto en literatura periodística, editor de figuras como Manuel Ciges Aparicio y autor, con la colaboración de Encarna Marín, del libro Índices de los Lunes de El Imparcial (1874-1933), que se publicó en 2006 como Premio de Bibliografía de la Biblioteca Nacional.

La opción de Hacia una literatura nacional 1800-1900 es clara: «situar la producción literaria del siglo XIX en un proceso consciente de nacionalización cultural, integrador y monolingüe» (pág. 4). Es una vía que no olvida que las bases de todo ese proceso se establecieron en el siglo XVIII, aunque las alusiones precisas a esto luego no se verifican de manera específica y personalizada en la redacción de algunos apartados; así en los de contexto, como el que aborda la «Formación del mercado literario nacional», o «La sociedad literaria». Sin embargo, sí se aprecia en el que se ocupa de los textos y autores, y que es el capítulo de «El camino literario: recursos de la imaginación nacional», abierto, precisamente, con la afirmación de que la línea divisoria entre siglos es irrelevante y que los primeros pasos del siglo XIX tuvieron sus raíces en el Siglo de las Luces, del que nacieron algunos escritores que asumieron actitudes liberales en el terreno político y avanzadas en el terreno literario, «indicios de un cambio de sensibilidad y de un mayor subjetivismo, pero sin desprenderse de adherencias neoclásicas ni del racionalismo ilustrado.» (págs. 243-244).

En este apartado se pone claramente de manifiesto que los núcleos centrales de atención de la historia literaria del XIX son el romanticismo y el realismo; con todos los matices, pues se aprecia también en la redacción del volumen una postura que relativiza los términos absolutos y que, además, insiste en una actitud que atiende tanto a los grandes autores como a los «dioses menores» (pág. 226). Con ellos titula el epígrafe «Algunos dioses menores» entre las páginas dedicadas al naturalismo para hablar de nombres como José Ortega Munilla, Jacinto Octavio Picón, el Salvador Rueda prosista, Silverio Lanza, Alejandro Sawa o Enrique Gaspar. Aquí la visión que ofrece Alonso es impecable, por ejemplo, cuando trata «La frontera del naturalismo» y sabe mostrar cómo se manifestó en los testimonios literarios de época la proporción de la modalidad naturalista que adoptó el realismo español. Lo mismo cabe apreciar si nos fijamos en uno de los valores de la serie, la selección final de extractos de textos esenciales para el apoyo en el conocimiento de la historia en el tranco temporal específico que se trate, en este caso, el comprendido entre las dos fechas redondas del siglo XIX. A diferencia de otras historias modernas, ésta ofrece la posibilidad al lector de, aunque sea a retazos, tomar contacto con lo que fue la realidad literaria del período. La selección de textos se organiza por epígrafes de época: I. Años de transición (1801-1828); II. Romanticismo y eclecticismo (1828-1854); III. Realismo y naturalismo (1854-1885); IV. Hacia el fin del siglo (1886-1900). En estos cuatro bloques van colocándose textos fundamentales, muchos de ellos provenientes de ese venero riquísimo que fue la prensa periódica, y en esto se nota el buen conocimiento de Cecilio Alonso. Textos completos o fragmentos de textos como algunos de los principales relativos a la querella calderoniana o algún singular ejemplo de la escritura en periódicos y las declaraciones de intenciones como la de Francisco Camborda en La Periódico-manía, de 1820: «Se aplaudirá lo bueno; criticarase lo malo; se omitirá lo indiferente; se despreciarán las paparruchadas, y en una palabra, se adoptará lo caliente, lo templado y lo fresco, conforme a la estación y a los males de que adolezcan los periódicos.» (pág. 636). O la puesta en contraste de textos como el prefacio de María, la hija de un jornalero de Ayguals de Izco y la respuesta de Eugène Sue más la congratulación de Ayguals, textos que se incorporaron a las ediciones de la citada novela a partir de 1846. Porque no es lo mismo saber por un historiador contemporáneo del siglo XXI qué fue el Ateneo que tener la oportunidad de leer un testimonio como el de Palacio Valdés en sus Los oradores del Ateneo (1878); o que una historia como ésta provea al lector de complementos como el discurso de Galdós «La sociedad presente como materia novelable» (págs. 747-753).

Solo se empaña la excelencia de este volumen por algunos descuidos formales, minucias que deberían ser corregidas en futuras ediciones, como la inobservancia del criterio general en la presentación de la editorial y el lugar de algunas fichas bibliográficas, el lapsus de algún apellido —el del editor de La madre naturaleza Ignacio J. López, y no Gómez—; o por discutibles elecciones en lo referido a ediciones modernas y comentadas de los textos principales de esta historia, como ocurre con la propuesta de las Poesías de Carolina Coronado.

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VOLUMEN 7.
Derrota y restitución de la modernidad 1939-2010
JORDI GRACIA Y DOMINGO RÓDENAS
Barcelona, Editorial Crítica, 2011, 1.180 páginas.

Son varias las peculiaridades que distinguen este volumen de sus hermanos de serie. La menos importante por anecdótica es que, a día de hoy, contiene el índice onomástico más consultado, y no precisamente por investigadores, sino por la población lectora de autores vivos que se hayan sentido concernidos en los límites cronológicos de la obra. Por otro lado, de las entregas publicadas de esta Historia, es la única —por ahora— que remacha con unas “Instrucciones de uso” las explicaciones que todos los volúmenes llevan en las páginas de introducción, preámbulo o prólogo. En ellas se recoge la aspiración de los redactores de “pautar no tanto los relevos generacionales cuanto la constitución de sistemas literarios complejos” (pág. 9) en cada una de las partes en las que se organiza un período de setenta años; pero también algo de gran valor en el planteamiento de esta historia que es más para ser leída que un instrumento de consulta o una fuente exhaustiva de información; a saber, que se renuncia al «tratamiento monográfico de la integridad de la obra de un autor en el momento de su aparición” (pág. 10). Un buen ejemplo de esa historia no encapsulada es el tratamiento que recibe la obra literaria de Luis Cernuda en el epígrafe “La restitución en marcha” con el efecto Cernuda en la primera posguerra y en los años sesenta en autores como Francisco Brines, José Ángel Valente o Jaime Gil de Biedma, y que cabría ampliar a la promoción siguiente. O en el género novelístico, la presencia que en la Historia —y en la historia— tiene Juan Marsé, que surge, en su ascensión al monte Carmelo, en «La restitución en marcha», en donde se prolonga su tratamiento por novelas como Si te dicen que caí (1973) o Un día volveré (1982), y que vuelve a ser abordado en el capítulo «La literatura de la democracia», en donde se nos mostrará al Marsé de «la nouvelle de factura impecable » Ronda del Guinardó (1984), de los cuentos, o de títulos más recientes como El embrujo de Shanghai (1993) o Rabos de lagartija (2000).

Aparte de estas saludables propuestas metodológicas, parece que la escasa distancia histórica del objeto de estudio ha hecho de este volumen de la Historia de la literatura española de Editorial Crítica uno de los más complejos de elaborar, y no por la dificultad de afrontarlo intelectivamente. Por ello ocupa más páginas que los otros, y, también en un cuerpo más pequeño en relación con el resto de volúmenes de la serie. Y es posible que esto influya en el afán y el tono más informativos que valorativos de algunos momentos, como el repaso de la presencia de la literatura en la universidad, el perfil del escritor o la figura del agente literario (págs. 289-297). La complejidad de una escritura compartida se ha resuelto con solvencia, pues un inevitable reparto de tareas —los tres capítulos de la Parte I han corrido a cargo de Jordi Gracia, mientras que los dos primeros de la segunda, de autores y obras, han sido redactados por Domingo Ródenas— se ha compensado con el intento de «hacer posible una imposible escritura a cuatro manos y en sesión continua » (pág. 11) del capítulo «La literatura de la democracia», el más expresivo de esa conformidad buscada, que no es nueva, por otra parte; ya que no es la primera vez que ambos, Gracia y Ródenas, han escrito juntos: El ensayo español. Siglo XX (Crítica, 2009) o Más es más. Sociedad y cultura en la España democrática, 1986- 2008 (Iberoamericana, 2009).

El período historiado que va desde el final de la guerra civil en 1939 hasta el año crítico —con ce de crash— 2010 se divide en tres grandes tramos cronológicos: 1. Bajo el plomo de la posguerra; 2. La restitución de la modernidad; y 3. En la posmodernidad. Son tres estaciones que tienen su lógica y bien buscada correspondencia en el bloque II Autores y obras: 1. Entre las ruinas; 2. La restitución en marcha; y 3. La literatura de la democracia. Que en la rotulación de estos epígrafes el primer término del título general (Derrota y restitución de la modernidad) desaparezca eufemísticamente en beneficio del término constructivo dice mucho de cómo Jordi Gracia y Domingo Ródenas han leído la historia, que caracterizan en las líneas finales de la obra, antes de los «Textos de apoyo», como un «lentísimo y a veces espasmódico proceso de restitución de la modernidad que empezó hacia los años cincuenta y hace ya mucho que no tiene vuelta de hoja.» (pág. 974). Es una conclusión confirmativa de que es este el volumen que mejor se aviene con la idea principal del director de la colección, tanto en el tratamiento de la historia literaria de una manera distinta para el lector como en el concepto de modernidad que en ella se aplica desde el volumen precedente redactado por su dicho director, José-Carlos Mainer.

Mil doscientas páginas en las que hay numerosos ejemplos de singularidad y de novedad. Algunos son atinentes al perfil y a los intereses de sus redactores, como el emparejamiento de la heterodoxia de Juan Goytisolo con la de Antonio Rabinad (págs. 562- 567), uno de los nombres ocultos por las historias al uso estudiado por Jordi Gracia, o la justificada atención a la obra de Miguel Sánchez-Ostiz. Otros ejemplos hay que referirlos a la relación entre la literatura y la música —la de Golpes Bajos y sus malos tiempos para la lírica hacia 1983— o el cine —el de José Antonio de la Loma y Carlos Saura para su asociación con algunas narraciones del mismo tiempo como A salto de mata (1981), de José Antonio Gabriel y Galán. Detalles, tan sólo, entre una inmensidad admirable que se convierte para cualquier filólogo e historiador de la literatura en uno de los más claros objetos de deseo.