miguel ángel lama
Una máscara veneciana
guiLLerMo CArnero
Valencia, Institució Alfons el Magnànim.
Diputación de Valencia (Col•lecció Debats, 29), 2014.
«Oda a Venecia ante el mar de los teatros», de Arde el mar (1966), de Pere Gimferrer; y «Muerte en Venecia» o «El Serenísimo Príncipe Ludovico Manin contempla el apogeo de la primavera», de Dibujo de la muerte (1967), de Guillermo Carnero, pueden ser, para cualquier lector de la poesía española contemporánea, los poemas más representativos y notorios del venecianismo poético de la segunda mitad del siglo XX; por citar los de dos autores incluidos en la antología Nueve novísimos poetas españoles (1970) que admiten esa etiqueta. El mismo Guillermo Carnero, en las páginas de este libro que presentamos, solo considerará «venecianos» a otros dos poetas de la generación del 68, Luis Antonio de Villena y Luis Alberto de Cuenca, precisamente, los dos incluidos en la antología de Antonio Prieto Espejo del amor y de la muerte (1971), de marcado carácter esteticista. La presencia de Venecia y de Italia en la obra poética de Guillermo Carnero es el motivo principal que explica la composición de este volumen que es ensayo, antología poética y álbum de imágenes.
Escribe el autor en el preámbulo que ha podido «injertar la Venecia real en la leída y en la soñada» (pág. 10) gracias a la experiencia in situ durante el mes de abril de 2011 como invitado del programa y festival internacional de literatura Incroci di Civiltà, organizado por la Universidad de Venecia. Aquella estancia propició este libro compuesto en un primer bloque por cuatro capítulos y un breve epílogo, en los que el poeta reflexiona sobre el culturalismo en su obra («Yo lírico y máscara cultural» págs. 13-40), sobre la concreción del venecianismo («Una máscara veneciana» págs. 41-69), sobre «Italia en mi obra» (págs. 71-91) y, por último, sobre «Venecia en mi obra» (págs. 93-115). El conjunto de esta parte es uno de los más granados ejemplos de autocrítica —Carnero es uno de los escritores que más información en primera persona ha legado a su comunidad de lectores y estudiosos— entre los que nos ha venido ofreciendo el poeta desde el inicio de su trayectoria, recogidos en el volumen Poéticas y entrevistas (1970-2007) que publicó el Centro Cultural de la Generación del 27 en 2008. Algunos de esos textos, declaraciones poéticas, entrevistas o artículos, vertebran este ensayo reflejo del autor de Espejo de gran niebla.
En el primer capítulo Carnero vuelve a expresar su idea de la poesía y reitera su definición del culturalismo, del que distinguió cuatro variantes en aquel primer artículo de «reflexiones egocéntricas» que publicó en la revista de filología Laurel (2000). Para el autor, la máscara cultural no oculta, sino que refuerza el yo del poeta, y, en modo alguno, supone menoscabo de la emoción; pero la asunción de esa máscara, en su poesía, ha ido evolucionando, y lo que en los primeros libros era un procedimiento imprescindible ha ido dejando hueco a los rasgos de la experiencia vital —como en Verano inglés (1999)—; que, sin embargo, no arrincona enteramente las sólidas convicciones de siempre del poeta. En la tradición española, tan solo un trozo del venero en el que se inspira el artista, Rubén Darío, Luis Cernuda o Pablo García Baena son referentes esenciales de la actitud estética de Guillermo Carnero, que prolonga su reflexión sobre el culturalismo en un segundo apartado centrado en el paradigma de Venecia, en la concreción de la máscara cultural como «máscara veneciana». Aquí, el ensayo se adentra en un más que interesante cuestionamiento de fuentes como Las piedras de Venecia de John Ruskin, cuyas ideas se resumen —con las excusas de Carnero por repetir tal «andanada de sofismas»— para marcar la distancia con respecto a ellas en el pensamiento y la sensibilidad carnerianas.
Los dos últimos capítulos de la parte autocrítica de este libro, «Italia en mi obra» y «Venecia en mi obra» son impagables relaciones razonadas —yo diría que exhaustivas— de fuentes de la poesía de Carnero. Lugares, motivos de la mitología grecolatina, pintores como Piero della Francesca, episodios históricos, películas del cine italiano, obras literarias, ejemplos más precisos del arte veneciano que se muestran en la selección final de imágenes, personalidades como el último dux de Venecia, van mencionándose para ajustarse a los libros, poemas o versos en que son convocados por el autor y su máscara. El lector de la poesía de Carnero agradece estas referencias de primera mano —sobre todas, las menos explícitas— y unifica en una misma experiencia cultural lo que puede haber sido una Venecia real o una Venecia leída o soñada, unos frescos de una Capilla Sixtina real, contemplados «a una distancia que los reduce a un confuso garabato, con el cuello dolorosamente torcido», o esos mismos frescos vistos en un cómodo sillón «ante un libro en folio mayor» (pág. 71).
A este cuerpo interpretativo de la obra sigue una «Selección de poemas citados» (págs. 119-179), que, aparte su condición de apoyo referencial a los cuatro capítulos anteriores, resulta una amplia y expresiva antología que recorre en orden cronológico todas las colecciones poéticas del autor. Dibujo de la muerte, del que se escogen nueve poemas, Variaciones y figuras sobre un tema de La Bruyère, con cinco, y Divisibilidad Indefinida, con siete poemas, son los libros con más presencia, seguidos por El Sueño de Escipión y Verano Inglés, de los que se seleccionan cuatro piezas. Otros poemas aludidos o comentados son «Eupalinos», de El Azar Objetivo, «Ostende», de Ensayo de una teoría de la visión, «Ficción de la palabra», de Espejo de gran niebla, «Vejez de Juan Bautista Tiépolo», de Poemas Arqueológicos y la «Noche tercera» de Cuatro noches romanas. Finalmente, y como prueba también del valor de esta aproximación de primera mano, se incluyen tres textos inéditos: «Oración de Venancio Fortunato», «Última oración de Severino Boecio» y «Relato del dux Francesco Venier, por Tiziano».
Por último, Una máscara veneciana se cierra con treinta y nueve fotografías de sepulcros en iglesias venecianas, obras pictóricas y escultóricas conservadas en museos venecianos, y otras obras y localizaciones que han sido mencionadas a lo largo del libro por el autor. Esto no es caprichoso; no es un modo de embellecer esta hermosa edición con láminas a color; es una consecuencia lógica de la ausencia en la poesía de Guillermo Carnero de ese mimetismo de un mundo real aludido en muchos momentos. O, más bien, que el mundo real del autor es el que previamente ha sido representado en una obra de arte. Una consecuencia también de esa afirmación del poeta de que «He pasado más horas en los museos que en el campo» (pág. 45).
Una máscara veneciana va más allá del ensayo específico sobre la presencia de un paradigma simbólico y de una geografía emocional y cultural en la poesía de un autor relevante como Guillermo Carnero. Va más allá de lo que el escritor dice en el «Epílogo» sobre que «este no es un libro sobre Venecia y sobre el arte veneciano […] Este es sólo un libro sobre lo que han sido para mí Venecia y el arte veneciano en tanto que detonadores y estímulos de la escritura poética». Es más. Es un iluminador compendio de autocrítica poética elaborado desde la lucidez egocéntrica de un poeta sobresaliente y antes que nada lector perspicaz.