ANTONIO RIVERO MACHINA
GERARDO DIEGO Y
JUAN LARREA.
EPISTOLARIO (1916-1980)
Juan Manuel Díaz de Guereñu
y José Luis Bernal Salga do (Eds.)
Fundación Gerardo Diego / Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 2017.
“Una gran alegría me has dado con tus envíos” Más de seis décadas de vida y literatura entre Gerardo Diego y Juan Larrea
Pocas veces se retrata de manera tan directa, tan carente de intermediarios y de encauzamientos, una amistad tan honda y sostenida en el tiempo como la de los poetas Gerardo Diego y Juan Larrea en este volumen que ahora reseñamos. Ciertamente, son muchos los epistolarios que se vienen editando desde hace décadas entre los protagonistas de nuestra literatura contemporánea. Prácticamente todos ellos arrojan información de primer orden, siempre entreverada con la aparente intrascendencia de un día a día más prosaico y sin embargo siempre incardinado en el quehacer del artista. A lo largo de estos años, fundaciones, archivos personales, bibliotecas, legados y organismos públicos han permitido sacar a la luz epístolas que, más allá de la comunicación personal, nos desvelan los inusitados entresijos de acontecimientos literarios luego consagrados como hitos y mitos de la historiografía literaria. Sin duda, este amplio y cumplido volumen, que supera el millar de páginas, se cuenta ya entre algunos de los epistolarios más jugosos de nuestra contemporaneidad.
De la correspondencia cruzada entre Juan Larrea y Gerardo Diego cabía esperarse, en este sentido, sustanciosos detalles. Su lectura no defrauda. No en vano, estamos –antes de la guerra de 1936– ante dos de los principales artífices de nuestras vanguardias históricas –el ultraísmo y, sobre todo, el creacionismo no habrían sido iguales sin los precoces empeños de Larrea y Diego–, pero también –después de aquella funesta contienda– ante dos de los principales referentes de la literatura superviviente en el exilio –Larrea estuvo directamente implicado en la salida de España peregrina y Cuadernos Americanos, entre otros proyectos– y en el interior –Diego, no menos influyente que Aleixandre y Alonso entre las promociones emergentes, anduvo alentando y colaborando con proyectos como Adonáis, Escorial o Ínsula–. Estamos, en suma, ante dos autores diversos en sus convicciones políticas y en sus itinerarios vitales pero fieles a una común amistad y una misma actitud ante la literatura. De lo uno y de lo otro, de lo común y de lo dispar, da su exacto testimonio este compendio de cartas.
Por las más de seis décadas que cubre este amplio repertorio de epístolas desfila, inevitablemente, al paso de una amistad entre dos compañeros de andanzas, la historia de nuestro siglo XX: el entusiasmo por una modernidad apenas sin estrenar a comienzos de la centuria, el estallido social de esperanzas y temores en los convulsos años treinta, el pesado toque de queda de la posguerra, la tenaz reanudación de los quehaceres a pesar de dictaduras y distancias, e incluso la prudente fe en una nueva década, la de los ochenta, cargada de promesas democráticas. El peso del tiempo toma así posesión de su gravedad en los testimonios cruzados de estos corresponsales: desde la primera misiva en que nos hallamos ante dos estudiantes que comparten sus impresiones sobre varias asignaturas universitarias, espectáculos taurinos y estrenos teatrales –y ahí está Margarita Xirgu encarnando la Marianela galdosiana en adaptación de los Quintero– de aquel 1916, hasta la última carta o felicitación que Larrea remite a Diego por su recién otorgado Cervantes, ex aequo con Borges, ya nacida la década de los ochenta. Entre uno y otro extremo nos topamos en sus cartas, como materia cotidiana, con los trabajos de edición de una revista como Favorables París Poema, con los preparativos del centenario gongorino de 1927, con el anuncio e intercambio de nuevos trazos en sus poéticas personales, siempre en permanente gestación. También, sin duda, hay desencuentros –siempre expresados con la exquisita cortesía de quien teme a toda costa perder el otro cabo del hilo, la amistad de quien nos comprende tan enteramente–, desde la propia efeméride gongorina a la funesta significación y evolución de la Guerra Civil. Y no solo, hay también en estas cartas, de cuando en cuando, cuidadas e incluso extensas disquisiciones poéticas, jugosísimas exégesis a la propia labor literaria, así como no pocos poemas: entre las de Diego, sus editores cuentan 69 composiciones propias y 2 traducciones; entre las de Larrea, el número asciende a 31.
En el caso del santanderino, la mayoría de los poemas son versiones tempranas de poemas luego publicados –de todo ello, como de tantos otros detalles, dan completa información las notas al pie–. En el caso del bilbaíno, predominan abrumadoramente los inéditos.
Este somero repaso nos da ya la medida del interés de este epistolario a dos voces al fin reunido en un único volumen. Tan sustancioso y sustancial resultado es el fruto –y de ello hay sobrada constancia– de muchos años de trabajo por parte de sus editores, los profesores Juan Manuel Díaz de Guereñu –catedrático de la Universidad de Deusto– y José Luis Bernal Salgado –su homólogo en la Universidad de Extremadura–. Pocos especialistas podían haber sido mejor elegidos para semejante reto.
En este epistolario se compendian, al cabo, un total de 414 cartas fechadas entre octubre de 1916 y enero de 1980. A estos datos absolutos conviene añadir algún otro relativo. La mayoría de ellas comprenden el periodo anterior a la posguerra, siendo 384 misivas las que datan entre el 25 de octubre de 1916 y el 25 de junio de 1937, último mensaje conservado antes del largo silencio de once años felizmente roto por una carta manuscrita de Larrea fechada en septiembre de 1948 –año tan pródigo en reanudaciones, por cierto–. Casi todas las cartas enviadas por Larrea ya fueron publicadas en 1986 en el volumen Cartas a Gerardo Diego 1916-1980, editadas por el propio Díaz de Guereñu y por Enrique Cordero de Ciria, siendo otras tres cartas desveladas en 1992 por Miguel Nieto y restando otra más inédita hasta la salida del volumen aquí reseñado. La mayor parte de las cartas de Diego, en cambio, han permanecido inéditas hasta esta ocasión. Con ello, y más allá de la metáfora, el investigador o el curioso lector interesado puede tomar al fin entre sus dos manos, y de cuerpo entero, las dos voces de una larga y sostenida conversación de más de sesenta años entre dos de los autores más trascendentales para la renovación de nuestra poética contemporánea. Palpar, a la postre, más de seis décadas de vida y literatura entre Gerardo Diego y Juan Larrea, entre el autor de Oscuro dominio y el de Manual de espumas, entre el artífice de España peregrina y el editor de Carmen, entre el parisino estacional y el docente funcionario, entre el exiliado y el académico, entre dos poetas, en suma, fieles. Fieles a sí mismos, a lo propio y a lo compartido.