La poesía entrañada de María Victoria Atencia
MANUEL NEILA
Como las cosas claman
[Antología poética]MARÍA VICTORIA ATENCIA
Prólogo de Guillermo Carnero
Sevilla, Renacimiento, 2011.
La reservada y excelente María Victoria Atencia (Málaga, 1931) se dio a conocer con Tierra mojada (1953), un grupo de cuarenta y tres textos breves, precedido de una cita de San Juan de la Cruz, y publicado al parecer sin el consentimiento de la autora. Pero su obra de juventud no aparecería hasta 1961, año en que publica Arte y parte, con los “cuatro sonetos” adelantados en 1955, y Cañada de los ingleses. Es comprensible, por tanto, que la reciente antología Como las cosas claman —la segunda que prologa con mano maestra Guillermo Carnero— se abra con cinco poemas de estos libros: tres sonetos del primero, inclusive el ineludible “Sazón”, y dos poemas del segundo, con el no menos inevitable “Epitafio para una muchacha inglesa”. En ellos aparecen ya, en germen, las características de su obra completa; aunque aún responden a un enfoque ingenuo del arte creativo, lastrado por la inmediatez expresiva, la sinceridad ingenua y la falta de distanciamiento respecto al mundo de la vida.
Será a partir de 1976 cuando María Victoria Atencia alcance su madurez poética en libros fundamentales como Marta & María y Los sueños, a los que siguieron, sin solución de continuidad, El mundo de M. V. (1978), El coleccionista (1979) y Compás binario (1979 y 1984). Para entonces, la generación ascendente de los “novísimos” ya se había consolidado, y fue precisamente uno de sus miembros más representativos, el jovencísimo Guillermo Carnero, el que se empeño en recuperar la figura y la obra de Atencia mediante la elaboración de una preciosa antología de sus poemas, bajo el título naturalmente culterano de Ex Libris (1984). Tras los titubeos iniciales, y los tres lustros de silencio creativo que siguieron, María Victoria Atencia reaparece con un enfoque crítico del acto creativo y una conciencia extrema de la problemática de la escritura. Sus composiciones, que surgen de la tensión entre la vida activa y la vida contemplativa, entre la cotidianidad y los sueños, despliegan una amplia variedad temática: el paraíso de la infancia, el paso del tiempo, la casa de la vida, el museo universal de la cultura… Y se atienen generalmente al cauce métrico del alejandrino, en piezas que raramente superan los doce versos. La amplia panoplia de sus recursos expresivos no excluye el monólogo dramático, el destinatario interno o el correlato objetivo.
Una vez delimitado su mundo y definida su voz, la autora de Marta & María entra en una etapa de plenitud creadora. Desde Paulina o el libro de las aguas (1984), hasta Las contemplaciones (1997), pasando por La intrusa (1992) o El puente (1992), sus libros se suceden regularmente. Esta etapa coincide en el tiempo con el nuevo viraje de la poesía española, que por esos años se presenta bajo el marbete de “poesía de la experiencia” y recupera el carácter figurativo de la escritura, lo que terminó por influir, como no podía ser menos, en la trayectoria general de la poeta malagueña. Los poemas de esta época son “poesía de la experiencia”, como señaló en su día Abelardo Linares, pero de una “experiencia interior” que la torna casi mística. Ciertamente, su poesía responde cada vez con mayor claridad a una “poética del desconocimiento”, en voluntario contrapunto con la “estética del conocimiento” de sus coetáneos, como ha visto certeramente Prieto de Paula, vinculada a la palabra sanjuanista.
En el último tramo de su obra, el correspondiente a los quince años postreros, es decir, a la edad de los adioses, las publicaciones se distancian, el tono se adelgaza y la dicción se rompe. Desde Las contemplaciones, que cerraba su etapa anterior, sólo ha consentido en publicar El hueco (2003) y De pérdidas y adioses (2005), a los que han de sumarse los seis poemas de El umbral (2011) que aparecen en esta antología como inéditos. El tono de las composiciones, siempre mesurado y cadencioso, se reduce a la mínima expresión, a su esencialidad pura. El mundo de M. V. empiezan a fraccionarse, los avatares biográficos tienden a desdibujarse. Y la dicción acompasada y regular, encauzada por el ritmo caudal del alejandrino, termina por romperse. Es la “hora del desconocimiento” anunciada por Juan de Yepes, de la “mesura perfecta y reinventada” enunciada por Arthur Rimbaud, que ella ha podido resumir de este modo: “No deteriora el tiempo la belleza: / la perfecciona en otra manera de hermosura”.
Por los años en que María Victoria Atencia componía sus primeras piezas, Dámaso Alonso dio en agrupar la poesía española en dos categorías contrapuestas, la “poesía arraigada” y la “poesía desarraigada”, apoyándose para ello en sendas imágenes arbóreas, una de Leopoldo Panero, y otra de Blas de Otero. Si hubiera reparado en la poesía incipiente de la autora malagueña, y en la imagen arbórea que sustenta asimismo el soneto “Sazón”, con el que la malagueña gusta de abrir las compilaciones de su obra, hubiera advertido que cabía, como alternativa a las categorías anteriores, la “poesía entrañada”, es decir, la poesía arraigada con ansias de trascendencia. Una poesía que contenía en su principio su final: “Ya está todo en sazón. Me siento hecha, / me conozco mujer y clavo al suelo / profunda la raíz, y tiendo en vuelo / la rama cierta, en ti, de su cosecha”. Una poesía arraigada, sí; siempre que, como pretendía Juan Ramón Jiménez, las alas arraiguen y vuelen las raíces a continuas metamorfosis.