Adriana Lisboa – Azul Corvo

Fundación Ortega MuñozEscaparate de libros, SO6

MARÍA JESÚS FERNÁNDEZ

Azul Corvo

AdriAnA LisboA

Quetzal, 2012.
Alfaguara, 2014.

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Adriana Lisboa (Río de Janeiro, 1970) no es un nombre de la literatura en lengua portuguesa entre los habituales y accesibles al público español interesado en las letras lusófonas. Solo tres de sus novelas han sido publicadas en Portugal por la editorial Quetzal. En 2014, Alfaguara reedita nuevamente Azul Corvo. Esta última obra fue traducida al español y publicada en Argentina (Azul Cuervo, Buenos Aires, Edhasa, 2011). No obstante, la escritora ha ido construyendo a lo largo de las últimas dos décadas una obra compuesta ya por seis novelas, varios libros de cuentos y de relatos infantiles, además de un libro de poesía, producción bien acogida por la crítica. No en vano la autora recibió el Premio José Saramago en 2003 con Sinfonia em branco. Está además representada en varias antologías de cuentos, tanto de autores brasileños (25 mulheres que estão fazendo a nova literatura brasileira, organizada por el escritor Luiz Ruffato, 2004) como lusófonos en general (Lusofônica: la nuova narrativa em lingua portoghese, organizada por G. de Marchis, 2006)

Azul Corvo es una narración de la memoria y desde la memoria, un relato sobre la experiencia de la movilidad, la vivencia de los espacios y las mutaciones que acarrean en el individuo migrante. Viajes, mapas, travesías, búsquedas y encuentros pueblan la adolescencia de Evangelina, conocida familiarmente por Vanja, personaje principal y narradora en primera persona. Desde un presente de mujer anclada definitivamente en la sociedad norteamericana, Vanja echa la vista atrás para recordarse transitando de la infancia a la adolescencia y de Brasil a los Estados Unidos. Aunque nacida en este último país, la joven había crecido en Rio de Janeiro, envuelta en la cultura brasileña materna, con la playa carioca de Copacabana como jardín de juegos. Al fallecer su madre, la muchacha decide volver a su país de origen y buscar a su padre norteamericano, al que no conoce. Esta búsqueda, pautada por varios encuentros cruciales en su vida futura, la llevará en primer lugar hasta el ex-marido de su madre, Fernando, un brasileño afincado en la ciudad de Denver, en Colorado, que figura en la documentación como padre oficial de Vanja. Con Fernando comienza un recorrido que es, en primera instancia, un itinerario espacial, de Rio de Janeiro a Lakewood, barrio periférico de Denver, y, después, por otros estados norteamericanos siguiendo el rastro de su verdadero padre. Sin embargo, este objetivo, que justifica la ida de Vanja para Norteamérica, irá volviéndose secundario a medida que la muchacha va entrelazando su vida con sus compañeros de viaje y con las personas que va conociendo durante el trayecto. T

oda la narración se desarrolla, pues, como un ejercicio de memoria de una Evangelina ya adulta. El discurso describe una línea zigzagueante de anticipaciones, retrocesos y repeticiones, al tiempo que asume un ritmo desigual, lento en tres cuartas partes de la obra y vertiginoso en las ochenta páginas finales, momento en que se narra, al modo de una “road movie”, el viaje tras la pista del padre. A la modulación propia de la novela de viajes, se suman otros registros, como la crónica de tipo periodística o el collage de fragmentos enciclopédicos. De todo ello resulta un discurso fragmentario y cambiante, donde predomina la voz de la protagonista, oscilante entre la descripción de la cotidianidad y la autorreflexión.

Aunque con algunas particularidades, puede incluirse Azul Corvo en la literatura sobre la emigración, temática omnipresente en la literatura mundial en las últimas décadas del siglo XX y primeras del XXI referida a un contexto globalizado donde la movilidad se erige en una auténtica noción clave para entender nuestro tiempo. Sin embargo, Vanja no es una emigrante que se desplace forzada por la necesidad económica o el anhelo de mejorar su nivel de vida, sino por el deseo de encontrar un nuevo anclaje emocional, tras perder a su madre. Pese a ello, Azul Corvo es un novela que explora el sentimiento de extranjería y el extrañamiento del individuo que se “desprende” de su territorio para habitar definitivamente uno ajeno, aunque la temática de la migración sea sobre todo una ocasión para la autorreflexión sobre la propia identidad y no tanto el cuadro social donde se documentan conflictos irresolubles de desencuentro y rechazo entre pueblos y culturas.

Como cualquier enmigrante, Vanja vivirá el choque cultural en diversos aspectos y situaciones, como en las formas de saludarse, en los hábitos y formas de vestir, en la división de los individuos en “popular” o “losers”. Pasados años desde su llegada, continuará a recibir mensajes que le recuerdan que las fronteras se levantan también con gestos y palabras. Sin embargo, la protagonista vive la otredad, la que representan los americanos para ella y, en sentido inverso, la que ella es para los otros sin dramatismos ni traumas. Esa es la actitud que aprenderá de Fernando, quien, después de haber militado en el maoísmo y haber luchado como guerrillero en la selva amazónica, adaptó su vida, estancada en un cómodo letargo, asentándose silenciosamente en el país que representa la esencia misma del sistema capitalista.

La historia de Vanja es la de la construcción de la identidad del individuo en medio de una cultura ajena. Sin embargo, su “mutación” no persigue la sustitución de una cultura por otra, de una lengua por otra o la asunción de una nueva nacionalidad, sueño de la gran mayoría de los emigrantes brasileños. Su enclave vital pasará por descubrir y trazar un mapa de nuevas relaciones afectivas. Así, acabará constituyendo su propia familia, compuesta por Fernando y Carlos, un niño salvadoreño de nueve años, hijo de una familia vecina de emigrantes ilegales. Una familia inusual que resulta de la necesidad de afectos silenciosos y de atenciones que todos sienten, aunque no lo manifiesten abiertamente. Carlos y su familia son la única cara visible de la clandestinidad de los emigrantes latinos en Estados Unidos y también ellos conseguirán una permanencia y una relativa aceptación.

En esta familia de aluvión que forman Fernando, Vanja y Carlos, cada uno es un “otro” extranjero, pero en el descubrimiento mutuo surge la posibilidad de un nuevo comienzo: la muchacha va conociendo a Fernando, descubriendo en sus gestos cotidianos la paternidad que buscaba ansiosamente, pero también a través de él se encuentra con el pasado brasileño. A partir de las conversaciones con Fernando y de los papeles que este guardaba, la narradora va reconstruyendo escenas donde el personaje principal es un Fernando joven, guerrillero entrenado en la China maoísta, miembro de una célula que operaba en la selva y finalmente desertor de un proyecto político que acaba sintiendo inviable. De este modo la memoria individual se articula con la materia histórica relativa al Brasil de la dictadura militar de los años 70 y 80 y se reclama la recuperación de una memoria colectiva ante el olvido o la manipulación:

“(…) hoje em dia todo o mundo está a par de tudo isso. Mas coisas têm um rosto distinto quando vivemos o pós-elas. Quando nascemos tantos anos depois. Quando precisamos que nos informem, que nos expliquem, que nos digam que era óbvio o óbvio que pulou para dentro dos arquivos. As verdades feias foram ao banheiro e retocaram a maquiagem…” (p.49)

Vanja irá forjándose una identidad híbrida, mezcla de espacios y de tiempos. El color azul, que da título a la obra, es puente entre el espacio de la infancia y el que la narradora ha escogido para hacer su vida. El azul evoca el mundo acuático y las conchas de la playa de Copacabana, lugar de la memoria infantil, pero al mismo tiempo el azul es el color de los cuervos de Denver, territorio del presente.

El personaje de Evangelina, con quien la propia autora comparte la experiencia de la emigración, ofrece al lector la oportunidad de aproximarse a un relato sobre la movilidad y la interrogación identitaria que nace de ella, sobre la emigración y las estrategias de supervivencia, sobre la memoria como territorio de la alteridad, aunque será inútil buscar en la novela un compromiso ético de intensidad o una postura decididamente crítica respecto a algunos de estos cuestionamientos. El individuo migrante, habitante de un “entre lugar” (Babha, 1994), representa en esta historia la posibilidad positiva del hibridismo y la concreción de un estatus intercultural, pues la protagonista es en el presente de la enunciación una joven que trabaja en una biblioteca, en la misma en que Fernando fue antes guarda de seguridad. Este local, que Vanja recibe como una herencia simbólica, surge como un espacio de la cultura “otra” que la protagonista ha pasado a habitar como culminación de un recorrido con final exitoso.

Construcción de la identidad y migración, movilidad y encuentro con el otro o recuperación de la memoria histórica son algunos de los temas que nos propone esta novela de Adriana Lisboa. Todos de una actualidad evidente, todos materia apreciada por la literatura de nuestro tiempo que, en los años venideros, continuará, sin duda, siendo explorada con asiduidad.