Aguirre, el magnífico MANUEL VICENT

Fundación Ortega MuñozEscaparate de libros, SO2

eloísa álvarez

Aguirre, el magnífico
MANUEL VICENT

Madrid, Ed. Alfaguara, 2011.

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Al oír por la radio en la lista de los libros de lectura recomendada en enero de 2011 el título Aguirre, el magnífico, de Manuel Vicent, ocurrió que algunos oyentes confundieron a este Aguirre con otro: con el legendario navegante, héroe en numerosos estudios y asedios artísticos, entre ellos en el proyecto dramatúrgico de Sanchís Sinisterra y en la novela La aventura equinoccial de Lope de Aguirre, que en 1964 editó Ramón J. Sender.

Pero contemplar la portada les sacaba inmediatamente de su error. Representaba el famoso retrato que Goya pintó de la Duquesa de Alba, de pie, vestida de pija-sexy y acompañada de una perrita condecorada con lacito rojo en una de las patas traseras. Y, recortadas, como símbolo, las figuras emparejadas de esa (supuestamente) caniche y del dálmata que se paseaba por el palacete que la vieja editorial Taurus poseía en la plaza de Salamanca, cuando, en 1970, aún propiedad del banquero Alfonso Fierro y dirigida por Jesús Aguirre, se produjo allí el primer encuentro entre Manuel Vicent y éste. Quince años después, en la Universidad de Alcalá, en el acto de aceptación del Premio Cervantes por Torrente Ballester y con el rey don Juan Carlos casi como testigo, Aguirre nombraría a Vicent su biógrafo.

Aunque más que ante una vida en concreto, como el proprio Vicent apunta admirablemente en la contraportada del ensayo bajo el marbete “Un clérigo volteriano se convirtió en duque de Alba”, estamos ante un retablo ibérico de medio siglo de la historia de España en la que el brillante jesuita exclaustrado asciende por mérito proprio al puesto de decimoctavo duque de la Casa, hasta su muerte en el palacio de Liria en mayo de 2001.

Mucha distancia entre el treintañero autor de la novela Pascua y Naranjas, vencedora del Premio Alfaguara en 1966, y este Vicent que saborea, con la calma y la buena sombra del sabio setentón, la psicología humana de cierta España de charanga, huyendo como puede de la embestida inconfidente que, representada por el papel couché, se hace contra cierta aristocracia, y memora com tristeza los sobresaltos históricos que sufrieron los españoles con el atentado a Carrero Blanco, al Parlamento en el 23 F-, a la vida, en suma, en Atocha.

Y el humor irónico vertebra visión y discurso para plasmar los ambientes, sobre todo artísticos, del mentidero en que se fraguó la insólita historia de amor en que una duquesa, dueña de más de sesenta títulos nobiliarios, es conquistada por un arribista sólo con la lengua, incluyendo la escrita, ya que le dedicó un libro de poemas, Secreto a voces, en el que no faltan versos eróticos y alguna alusión a unos “pezones como granos de café”. Sabrosa relación de la que entresaco estas confesiones: “Al principio fue difícil –manifesto la duquesa–. Era una persona nueva que entraba en nuestra vida, pero con el tiempo se creó una armonía estupenda entre nosotros. De todos los hombres que han pasado por mi vida, Jesús es el que más lejos me ha llevado en los éxtasis. La duquesa hablaba de esta forma deshinbida para atajar algunas insinuaciones maliciosas; por su parte, el duque se puso macarra y aseguró que él y Cayetana follaban todos los días’’ (p.209).

Libro para devorar por ávidos lectómanos y por simples aficionados. Será también objeto de deseo de historiadores y, sobre todo, de profesores de Español, como ya lo fueron, y con qué buenos frutos, los artículos que Manuel Vicent ha venido publicando en El País y que han sido recogidos en el volumen de 2004 titulado Nadie muere la víspera.