MARTÍN LÓPEZ-VEGA
EL TIEMPO MENOS SOLO
Abraham Gragera
Valencia, Pre-textos, 2012.
El tiempo menos solo, segundo libro de poemas de Abraham Gragera (Madrid, 1973) es la confirmación de que algo se mueve en la última poesía española. Las pseudo- moderneces practicadas por muchos en los últimos tiempos, disfrazadas de rupturas más o menos analfabetas, de poses con más o menos yo y en general de preguntas por asuntos muy accesorios de la poesía, han llevado a muchos a perpetrar libros en jerga para sí mismos o para aquellos que se dejan alucinar porque un poema no tenga verbos o esté partido rarito. Cuando la poesía sólo habla de lenguaje ha dado el último paso hacia el abismo: ya no es el poeta hablando de su ombligo, es el poema hablando del suyo. Lo peor, al modesto entender de este crítico parlanchín, es la alarmante ausencia de tema y actitud, esa cara oculta de lo que llamamos voz personal y que es la visión del mundo del poeta. La visión pensada. En muchos poetas últimos apenas hay visión: miran y nos cuentan lo que ven sin pensar ni siquiera echar demasiada sintaxis. La desgana como actitud poética. La aceptación de ser la última oveja del rebaño.
Escribe Juan Cárdenas a propósito de un libro reciente: “Si algo aprecio últimamente es lo que le pasa al lenguaje después de la corrosión de todas las ironías posibles (quizás su postrera ironía). No una vuelta a la aspiración de autenticidad, no un nuevo drama, un nuevo sentimentalismo neocon, un confesionalismo. Nunca una llamada al orden. Sino una instancia ulterior de apertura del lenguaje, algo irreversible que imposibilita cualquier idea banal de restauración y que, en cambio, muestra la experiencia de la poesía como un vaivén entre el bisbiseo de la memoria sedimentada y el verso quebradizo que irrumpe como violencia del presente”. Hay varias trampas en esta defensa del último analfabetismo poético: las más evidentes, las que describen a la contra aquello a lo que esta supuesta nueva poética se opone. Hay, es cierto, por fortuna, poetas que llaman al orden, pero no a un orden restau- rado, sino a un orden construido: no a una reconstrucción de sentidos aprendidos y por suerte olvidados, sino a la construcción de un sentido nuevo. Poetas que creen que merece la pena estar aquí y no saber para qué estamos porque así pode- mos inventárnoslo, frente a poetas cuyo único problema exis- tencial es quedarse sin wifi.
Abraham Gragera es de los primeros y El tiempo menos solo su lúcido manifiesto en favor de una experiencia basada en el aprendizaje de todos los caminos andados, único modo de reconocer los nuevos (salvo que uno no quiera ir a parte alguna, claro); un libro a favor de la acción, en contra de nuestro aprendido ser de espectadores. El poeta polaco Zbigniew Herbert y un cierto Cavafis son sus modelos más evidentes, pero hay muchos otros y en ningún caso hablamos de una colección de ecos sino de una voz personal, potente y cuya actitud ante el mundo es constructiva, llena de dudas, como no puede ser de otro modo, y de tanteos, pero con la volu tad clara de desbrozar la maleza para alcanzar el claro. Poemas como “Remoto figurado”, “Laguna” o “A la altura, a la medida” están llamados a perdurar en la memoria de los lectores, nos despiertan, nos llaman a ningún lugar en concr to, sólo al autocuestionamiento, a las preguntas esenciales, a no dejarnos dominar por lo que se nos impone y mucho menos por nuestra propia desgana. Gragera es un clásico en el mejor sentido de la palabra. Se ve a sí mismo como una escalera, no como un desierto. Tal vez en el desierto están siempre nuestros primeros peldaños, pero hace tiempo que la poesía de Gragera los ascendió y ahora mira bien alto. Bien harían en dejarme solo con mi enfado y correr a leerlo. Les dará algo de lo que el mundo parece muy necesitado últimamente: ganas.