Thomas Harrington – Barcelona, ciudad de traducciones: El caso de la revista Estudio

Fundación Ortega MuñozEnsayo, SO2

THOMAS HARRINGTON

BARCELONA, CIUDAD DE TRADUCCIONES:
EL CASO DE LA REVISTO ESTUDIO

Framingham, Massachussetts, EUA, 1960.

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IGNASI RIBERA I ROVIRA

Hace unos años, Gustavo Pérez Firmat sostuvo que el entendimiento de la “condición cubana” pasaba necesariamente por una conciencia del papel preponderante de la traducción en la creación de los principales repertorios literarios y culturales de la cultura isleña. Según él, la creación de esta “translation sensibility” es el resultado del entrelazamiento peculiar de tres factores esenciales de la vida intelectual cubana del siglo XX. El primero es la íntima familiaridad que tenían sus protagonistas con la cultura del metrópoli. La segunda es la distancia, tanto física como institucional, que les separaba de las fuentes existenciales de este mismo complejo cultural. La tercera, la presión enorme que se impusieron a sí mismos para consolidar las bases de una nueva cultura nacional capaz de perfilarse de forma duradera en el escenario internacional.

Aunque hablaba expresamente del caso cubano, los planteamientos de Pérez Firmat tienen una gran resonancia para los que estudiamos la trayectoria de las llamadas culturas “periféricas” (entre comillas) de la Península Ibérica en el primer cuarto del siglo XX. Con la posible excepción de la distancia física (digo posible por que la distancia entre Madrid y París, por una parte, y Santiago, Barcelona, Bilbao, por otra, fue en aquel entonces mucho más grande de lo que es hoy), todos los factores aducidos como contribuyentes a la formación de una “sensibilidad traductora” en la sociedad cubana están muy presentes en los sistemas culturales de Cataluña, Galicia y el País Vasco en este momento. De hecho, el estudio detenido de las principales revistas intelectuales de estas tres naciones nocastellanas de la península muestra que había un enorme tráfico de bienes traducidos no sólo entre sí, sino también con naciones vistas como “fraternas” en el sentido de afrontar también el desafío del bilingüismo y/o la precariedad existencial. El eje incuestionable de este intercambio intra-ibérico e intra-europeo de textos en el período entre 1900 y 1925 fue, sin duda, la ciudad de Barcelona.

Por desgracia, la predominancia en muchas facultades de filología y en numerosas redacciones de la lógica monista del nacionalismo contemporáneo –presente de forma más virulenta en su versión castellanista pero también muy evidente en sus versión catalanista, galleguista y euskaltzale– ha generado un desconocimiento casi sistemático de este gran archivo de comercio cultural inter-sistemático, privándonos así de un ejemplo histórico potencialmente muy valioso en una Península Ibérica donde la convivencia verdaderamente pluricultural sigue siendo una asignatura pendiente. En los párrafos que siguen, analizaré la trayectoria de uno de los focos más importantes de estas actividades interculturales: La revista Estudio que se publicó en Barcelona entre 1913 y 1920.

Para entender bien el papel de la revista Estudio como polo de la comunicación intra-ibérica e intra-europea tendremos que remontarnos a los últimos años del siglo XIX. En abril 1898, Joaquím Cases-Carbó hizo una llamada para la creación de una «harmónica confederació » entre las tres naciones culturales de la Península: Portugal, Catalunya y Castilla. Al hacerlo, sin embargo, no tenía ningún conocimiento personal de la franja atlántica de Iberia.

Dos años después, Ignasi Ribera i Rovira, un joven simpatizante de la Lliga y su incipiente concepto de imperialisme cultural, se mudó a Portugal, donde su padre había tomado un trabajo como jefe de una fábrica algodonera en la ciudad central de Tomar. Se enamoró de la cultura de su nuevo país de residencia, y en el espacio de muy poco tiempo sus voluminosos escritos mandados desde Portugal para publicación en Cataluña le ganó el estatus –por cierto no muy peleado– del lusófilo más importante del principado.

Sin embargo, un desacuerdo con Cambó en el otoño 1904 le empujó hacia el núcleo de intelectuales recién escindidos de aquella organización, grupo que tenía fuertes vínculos con la penya de l’Avenç y el Ateneu. Entre ellos figuraba Cases-Carbó. Influido por sus diálogos con él, Ribera empezó a insertar su lusismo de estirpe esencialmente bilateral dentro del esquema iberista tripartito trazado por Casas-Carbó siete años antes. En los últimos meses de 1905, Ribera le pidió a Maragall que le escribiera el prólogo de su última colección de escritos sobre Portugal, Poesia & prosa. El gran poeta no sólo accede a la petición de Ribera, cosa que había hecho con un sinfín de otros escritores jóvenes de la época, sino que se apasiona sinceramente por el contenido del libro. Desde este momento en adelante, Maragall hará del iberismo, formado como hemos visto de las intuiciones de su contertulio Casas-Carbó y la torrente de información sobre Portugal propiciado por Ribera Rovira, una de las bases principales de su visión para la reforma de España. Y el entusiasmo de Maragall, le rebotó en Ribera, impulsándole a refinar y consolidar cada vez más su visión del futuro peninsular.

La aceptación de sus ideas por parte de Maragall tuvo otro efecto importante y algo paradójico en la vida de Ribera: le dio el prestigio y, de ahí, la confianza de empezar a escribir en castellano. Como anoté antes, Ribera pasó sus primeros años de escritor bajo la tutela de la Lliga y sus instituciones aliadas, lugares donde se primaba el uso del catalán. Una vez bajo la protección de Maragall y la tertulia de «l’Avenç, donde el espíritu más heterodoxa del modernisme todavía tenía vigencia, Ribera añadió la lengua de la meseta a su repertorio de armas dialécticas. Este cambio coincidió con otra novedad importante: su conversión al republicanismo.

Entre 1907 y 1911, el lugar principal para la publicación de los artículos iberistas de Ribera, trilingüe ya no sólo en teoría sino también en la práctica, fue la revista La Cataluña. Hoy en día La Cataluña tiene fama como revista muy ligada a la línea oficialista del pensamiento dorsiano, un órgano propagandístico del noucentisme en castellano dirigido hacia Castilla y América Latina. Esto fue efectivamente el caso a partir de 1911 y con más intensidad aún después de 1913. Pero en su en su primera etapa de vida bajo la dirección de Joan Torrendell, que va desde 1907 hasta mediados de 1910, fue una publicación mucho más heterodoxa y pluralista. En este período, están presentes algunas de las grandes firmas de la Lliga y un cierto énfasis sobre las metas principales de aquella formación política, pero al lado de este tipo de artículo se encuentran críticas duras al magisterium cultural de Eugeni d’Ors (Ras 1907) y una orientación iberista más fuerte y explícitamente trazado que jamás visto en las publicaciones más cercanas al control de Prat de la Riba y sus súbditos.

La especie de OPA hostil de La Cataluña llevada a cabo por los noucentistas dorsianos en 1911, dejó a Ribera y los otros escritores dedicados al iberismo tripartito sin cuartel en el mundo de las publicaciones barcelonesas. La muerte del Maragall en diciembre de 1911 y la publicación en el mismo año del Almanach dels noucentistes y La ben plantada, dos claros intentos de codificar en la identidad catalana a base criterios decididamente unitarios e esencialistas, rebajaran aun más el perfil de los interculturalistas dentro del movimiento nacionalista.1 Así quedaron las cosas hasta el comienzo de 1913 cuando apareció Estudio.

 

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El primer número de Estudio, revista catalana escrita en lengua castellana, salió a la calle en enero de 1913, patrocinado por la Societat d’Estudis Econòmics. La figura central de esta organización fue el economista Guillem Graell, autor, entre muchas obras, de La cuestió catalana de 1902, un duro alegato contra las injusticias tributarias y arancelarias del estado centralista. Como bien se sabe, la primera década del siglo XX fue un momento clave en el desarrollo del catalanismo; fue en este período cuando el nacionalismo reemplazó el regionalismo como el principal vehículo conceptual del movimiento. El motor de esta transformación fue la Lliga bajo el liderazgo de Enric Prat de la Riba. Lo que hizo Prat en formular su famoso «catecismo» nacionalista en 1906, La nacionalitat catalana, fue escoger, y de ahí combinar a modo de un alquimista, los elementos más importantes y/o potencialmente más resonantes de los discursos regionalistas ya existentes. Eso es, Prat tomó, y presentó en una constelación nueva, elementos de los idearios de pensadores como Mañé y Flaquer, Torras i Bages y incluso su rival «particularista» Valentí Almirall.

Lo que no contiene, sin embargo, es una defensa muy fuerte de lo que había sido quizás la baza más importante del movimiento hasta el momento: el proteccionismo económico. ¿Puede ser que Prat y la Lliga ya no se sintieran tan aliados al proteccionismo y su principal institución valedora el Foment del Trabajo Nacional? No creo. Fue más bien que Prat, como el gran estratega y retórico que era, entendió que hacer gala del proteccionismo era exponer el catalanismo a la vieja crítica de ser un movimiento esencialmente oportunista. El resultado de esta decisión táctica fue que Graell y sus apologías económicas del catalanismo fueron relegados a un segundo o un tercer plano discursivo.

A pesar de esta marginación retórica e institucional, Graell no dejó de exponer su visión esencialmente económica del problema catalán en conferencias y artículos. En la misma manera que lo había hecho con los iberistas multilingües, La Cataluña de Torrendell abrió sus puertas inmediatamente a Graell y su grupo bastante nutrido de discípulos. A lo largo de los próximos cuatro años la obra del economista ocupará un lugar de privilegio en La Cataluña a lado de los ya mencionados artículos iberistas de Ribera Rovira. Su apologista más asiduo en La Cataluña fue Aureli Ras.

Al establecerse Estudio 1913 Ras es nombrado su director. En la primera página del número inaugural hay una foto de Graell. Pero el lector nota de pronto que la influencia del economista, ya de una edad avanzada, es de un carga más icónica que editorial. Graell fue, en efecto, la «barba» bajo cuyo prestigio se agrupaban un grupo heterodoxo de pensadores que tenían en común un desafecto con los parámetros ideológicos cada vez más estrechos del noucentisme. El deseo de perfilarse como un foro heterodoxo de ideas se hace patente en el primer párrafo del primer número (y cito)

Los que iniciamos esta Revista formamos parte de la «Societat d’Estudis Econòmics». Varios de nuestros compañeros están al frente de importantes publicaciones barcelonesas; pero nos faltaba una revista donde poder insertar monografías de carácter científico, artístico y literario, que abarquen y reflejen nuestras orientaciones en toda su complejidad. (1) (fin de cita).

Alguna parte importante de esta complejidad deseada tiene que ver, sin duda, con un deseo de restablecer lugar de lo económico dentro del discurso nacionalista. Pero al analizar el contenido de la revista con cuidado, sorprende la escasez relativa de este tema en sus páginas. Mucho más numerosos son los artículos sobre las instituciones educativas, la pedagogía, la geografía (catalana e ibérica), las teorías de la nación, el feminismo, y con la llegada de la Gran Guerra, la historia del conflicto, y en especial, el destino de la naciones sub-estatales involucradas en ella. Pero, la parte más sorprendente de esta revista patrocinada por un grupo de economistas es la cantidad enorme de artículos dedicados a la literatura, primero de las tradiciones periféricas de la península, y en un segundo plano, las tradiciones «secundarias» del norte de Europa. Parece que al asumir el cargo de director de Estudio, Ras tomó prestado la visión de los sistemas literarios e culturales de la península desarrollado por Torrendell y Ribera Rovira en La Cataluña, añadiéndole una veta transpirenaica evocadora de los años dorados del modernisme cuando nombres como Maerterlinck, Ibsen y Verhaeren eran moneda corriente en Cau Ferrat y Els Quatre Gats.

Debido a su dedicación cada vez más intensa al periodismo diario y la necesidad de acabar con varios proyectos de libro ya emprendidos, la firma personal de Ribera figura muy pocas veces en la páginas de la revista. Pero la presencia del equipo que se agrupó alrededor del proyecto interculturalista de La Cataluña es muy evidente. Entre estos se encuentran a Cebrià de Montoliu, Manuel de Montoliu Enrique Diez-Canedo y Marius Verdaguer. A este núcleo, se juntó otro complemento de escritores cuyas carreras (tanto antes como después) son marcadas por una fuerte preocupación con conceptos plurales de la cultura, diálogos interculturales y/o el iberismo. De los catalanes en este grupo se pueden destacar a Gaziel, Alfons Maseras, Octavi Saltor, Francesc Pujols, Santiago Valentí, Pau Turull, Joaquím Torres-García y Matilde Ras. Entre los madrileños, siguiendo el ejemplo dialogante de Díez-Canedo, figuran Andrés González-Blanco, Edmundo González-Blanco y Antonio Royo-Vilanova.

Antes mencioné que Ribera Rovira se ocupó de varios proyectos literarios en los días y años después de la salida de Torrendell de la dirección de La Cataluña. El más importante de ellos fue Atlàntiques (1912), una antología catalana de la poesía portuguesa, precedido por un largo ensayo introductorio. En este estudio, Ribera establece una equivalencia entre el concepto literario filosófico de la saudade en Portugal y la noción de l’anyorança en Cataluña. Constata además que hay en cada espacio cultural un poeta que sirve como el adalid incuestionable de este ideal gemelo. Propone que en esta persona es Teixeira de Pascoaes en Portugal y que es Joan Maragall en Cataluña.

Maragall, aunque simpatizante de las metas básicas de la Lliga, se sintió una progresiva alienación de su aparato cultural en el último lustro de su vida, el mismo período en el cual desarrolló su más destacadas llamadas iberistas. Pascoaes, por su parte, había sido un poeta y literato esencialmente solitario hasta 1910. Pero la declaración de la república portuguesa en octubre de aquel año, con su credo y praxis fuertemente positivista e anticlerical, le lanzó inesperadamente a la vida pública. Junto con un grupo de intelectuales radicados en la zona de Porto, Pascoaes fundó Renascença Portuguesa, una organización cuyo propósito principal fue el de reconciliar este nuevo republicanismo «moderno» con la tradición. El vehículo principal para esta reconciliación de lo esencialmente irreconciliable fue el concepto poético- filosófico de la saudade. Al presentar l’anyorança como el gemelo de esta idea portuguesa, Ribera, destacaba la necesidad que tenían los nacionalistas catalanes historicistas, como los de la Lliga, de abrirse a sus homólogos progresistas y/o voluntaristas dentro del país, y de ahí, a las «naciones hermanas» en el ámbito peninsular.

Antes de entrar en contacto con Ribera en 1912 durante la preparación de Atlàntiques, Pascoaes había visualizado su concepto de saudade en términos unitarios: una idea portuguesa para portugueses. Es Ribera que le convence insertarlo dentro del andamio teórico del iberismo. Este acuerdo implícito tiene dos efectos secundarios importantes. El primero es la adopción por parte de Pascoaes de la idea, desarrollado por primera vez por Ribera en un serie de artículos publicados en La Cataluña en 1909 y 1910, de que Galicia y Portugal constituyen una sola nación cultural. Así que, de 1912 en adelante, el poeta se presenta (y es presentado) no sólo como el padre espiritual de una nueva Portugal «supra-racionalista», sino también como el guía espiritual de una Galicia renaciente. El segundo es que Ribera le cede a Pascoaes el papel del «arbitro canónico» de la ya mencionada Atlàntiques y de su Contistes portuguesos, una antología de relatos publicado unos meses después. Esto significó que las dos antologías más ambiciosas de literatura portuguesa publicadas España hasta la fecha se componen a la medida de las preocupaciones saudosistas y nuevamente iberistas de Renascença Portuguesa.

Volviendo a Estudio vemos muy claramente los efectos las maniobras teóricas y antológicas del publicista catalán. El escritor ibérico que más aparece en la revista es Maragall. Es seguido inmediatamente por Pascoaes. Pero quizás más impresionante que la presencia de estas dos figuras estelares es la nómina de figuras secundarias de Renascença Portuguesa (Jaime Cortesão, Augusto Casimiro, Leonardo Coimbra, Alfredo Brochado) y creadores vistos por aquella organización como sus precursores más importantes en el desarrollo de la esencia del espíritu nacional. (Camões, Antero de Quental, João de Deus Guerra Junqueiro). De los escritores portugueses en la revista que no se pueden agrupar estrictamente bajo estas dos rúbricas, casi todos son notables (Braga, Eça de Queiroz, Fidelino de Figuereido y el Vizconde de Carnaxide) por su interés muy fuerte, aunque dentro de coordinadas ideológicas distintas, en la cuestión de la convivencia intra-Ibérica. Los escritores gallegos que aparecen en la revista incluyen a uno de los primeros proponentes de la unificación linguística de la franja atlántica de la península (Tettamancy) el más temprano discípulo del saudosismo pacoalino al norte del río Minho (Viqueira) y la poetisa que Pascoaes presentará como la encarnación más sublime del la identidad luso-portuguesa (Rosalía de Castro). Si aun quedaba alguna duda sobre la herencia en Estudio del «comercio cultural» llevado a cabo por Ribera i Rovira se despeja cuando vemos los anuncios para A Aguía, el órgano oficial Renascença Portuguesa, que aparecen en su sección publicitaria.

Hasta este punto hemos visto cómo Estudio, siguiendo los pasos de la Cataluña antes de ella, sirvió como un espacio abierto para dos corrientes del catalanismo –la económica y la iberista– que se sentían cada vez más excluidos por la el control discursivo ejercido por el aparato cultural de la Lliga a partir de 1906 y con todavía más intensidad después de 1911. Pero su función como foro acogedor de ideas y tendencias marginadas no termina allí. Como mencioné muy brevemente antes, la producción cultural del modernisme durante la última década del siglo XIX fue caracterizada, entre otras cosas, por su intenso interés en las literaturas de las naciones bilingües y/o existencialmente precarias de Europa. Así el gran interés en los belgas Maeterlinck y Verhaeren y el noruego Ibsen.

A diferencia de La Cataluña, Estudio hizo un esfuerzo extraordinario para recuperar este veta sumergida del pensamiento catalanista. Por ejemplo hay más artículos sobre de Verhaeren que sobre cualquier otra figura literaria en la revista, incluyendo a Maragall y a Pascoaes. Al lado de las traducciones y los artículos dedicados al poeta belga y un número casi igual sobre Ibsen, encontramos entradas parecidas dedicadas a escritores como el provenzal Mistral, el escocés Burns, el polaco Sinkiewicz, el magyar Petoefi, el griego de expresión francesa Moreas, los rusos Balmont y Bunin y los italianos Leopardi y Carducci. A estos escritores europeos de literaturas secundarias y/o nuevas (hay que recordar el italiano literario fue todavía algo bastante nuevo y subalterno) se le añaden figuras «orientales» como Tagore y el chino Li-Bo.

La visión del mundo literario y cultural que surge de las páginas de Estudio se construye a base de círculos concéntricos. En el centro del sistema se encuentra una Cataluña bilingüe. Después viene el cinturón de las otras tradiciones de Iberia, sobre todo la portuguesa y la gallega. A estos circuitos interiores del sistema literario ibérico los editores de la revista Estudio les añadió un anillo de autores «satélites» provenientes de naciones que, como Cataluña, se encontraban en un nivel u otro de subalternidad frente a las instituciones culturales de la metrópoli. Como dijo Gaziel, una de las figuras más relevantes de los primeros años de la revista, al describir a sí mismo en 1927:

Es catalán y del Ampurdán; esto es, de lo más catalán que puede darse en este mundo. Pero a pesar de su profunda catalanidad, de la que está muy satisfecho, siempre ha tenido la manía de rebasar sus límites originarios. España le interesa más que Cataluña, la Península Ibérica más que España, Europa más que la Península Ibérica, y, por encima de todo, lo humano de Terencio, la Humanidad (160- 61).

Esta configuración del firmamento literario desarrollado por Aureli Ras y Estudio, sub-producto de la gran sensibilidad traductora de un sector, en cierto sentido disidente, de la intelectualidad catalana, daría vida a varios otros proyectos culturales en los años subsiguientes. (El Cercle Maristany –1918-24– y a proyectos como Messidor de Pau Turull el mismo Gaziel) Pero la trayectoria fascinante de estas empresas interculturalistas aliadas es una historias para otro día. Gracias.

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jOAN MARAGALL

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